domingo, 30 mayo 2010
Sin memoria me moría
Estaba sentado en la terraza de un restaurante ginebrino. No sabía que estaba haciendo allí ni qué hora era ni dónde estaba. Frente a mí, una mujer joven me hablaba de cosas incomprensibles: se quejaba del trabajo, de su jefe y colegas, del cansancio de tanto trajín, de proyectos de vacaciones, de planes para casamos pronto, de su familia burguesa ginebrina y de no sé qué otras cosas absurdas. Miré mis manos y las vi arrugadas y temblorosas. Pasé la derecha por mi cara y sentí una barba espesa. Todas las mesas alrededor estaban ocupadas. Me hubiera gustado ver mi cara en un espejo...