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Desde que aprendió a montar en bicicleta, siendo muy niña, los gestos le quedaron grabados indeleblemente en su memoria corporal. Era como haber aprendido a caminar o a respirar, a tal punto que casi con sesenta años, después de muchos de sedentarismo y de viajes en autobuses llenos de gentío, volvió a usar el velocípedo sin ningún problema. Sintió de nuevo la libertad de desplazarse guardando el equilibrio con la brisa de frente golpeándole la cara. Ahorrar para comprarse su bici y ser independiente fue el reciente objetivo que había alcanzado con sacrificio. Con los años la...

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