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Llegaron a mediodía como todos los domingos. El camarero coreano ya les había reservado la misma mesa al fondo del restaurante con vista al bosque. Intercambiaron las mismas palabras de siempre sobre el tiempo y el lugar, mientras los acompañaba a su lugar preferido. Se quitaron sus pesados abrigos gabán, sombreros y bufandas con ayuda del atento empleado que los recogió y llevó al ropero. Los dejó tranquilos, él sentado con la ventana a la izquierda, ella con su perro faldero a sus pies y la ventana a su derecha. El hotel restaurante campestre se fue llenando poco a poco. Los dos...

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