La mujer invisible
domingo, 20 septiembre 2009
«El deseo es la verdadera esencia del hombre»
Spinoza
Luz Marina estaba feliz pues había logrado su deseo más fuerte y por el que había luchado toda la vida.
Fue una niña bonita, introvertida, inteligente y tímida. Nunca hacía ruido. Jugaba casi en silencio mientras sus hermanos gritaban y corrían como locos. En la escuela casi nunca preguntaba, hablaba solo cuando la interrogaban; con la cara colorada siempre respondía bien y sacaba las mejores notas. En el recreo prefería estar con las niñas más juiciosas y sentarse a imaginar cuentos fantásticos.
La adolescencia fue un martirio pues de repente sintió que todos los hombres la miraban a medida que su cuerpo se transformaba como un botón de rosa que se abre y atrae con su perfume a los insectos polinizadores. Quería que se la tragara la tierra. Se vestía de negro para ocultar sus formas y casi ni se maquillaba. Cuando ya todas sus amigas eran señoritas y no podía vivir más en su mundo de niña, tuvo un par de novios tímidos pero despabilados como ella con quien prefería más hablar que besarse y acariciarse. Siempre declinó invitaciones para participar en concursos de belleza o trabajar en la publicidad.
En su época había muchas profesiones vedadas a las mujeres. Sus padres aceptaron que estudiara secretariado comercial, aunque hubieran preferido que no estudiara, se casara rápido y les diera muchos nietos. Ella hubiera querido estudiar medicina o ingeniería o aviación, pero no la dejaron. Gracias a sus buenas notas consiguió de inmediato un trabajo en el Ministerio de Obras Públicas.
Los funcionarios anduvieron siempre detrás de ella pero ella se escabullía. Nadie tenía queja por su labor, casi todos la conocían pero ella prefería andar sola evitando reuniones y fiestas. Obtuvo ascensos y premios hasta llegar a ser la secretaria del ministro. Siempre evitó las cámaras fotográficas y la televisión. Su círculo de amigos era muy reducido: no crecía y no disminuía, pues olvidaba muy fácil a quien dejaba de ver.
Apenas pudo, se fue a vivir sola en un apartamento céntrico en un lugar muy animado de la ciudad. Los fines de semana, pasaba horas mirando la gente desde su ventana e imaginando cuentos fantásticos como cuando era niña. Aceptaba muy pocas invitaciones de sus amigos. Alguna vez vivió con un novio pero no aguantó la vida de pareja. No quería tener hijos. No quería dejar huella de su paso por la Tierra. Eso sí, leía, iba a cine o a teatro, veía televisión, asistía a conciertos, pero lo que más disfrutaba era estar con sus amigas para oírlas hablar de sus vidas como si fueran novelas de ficción.
Sus padres murieron cuando ella tenía cuarenta años. Sus hermanos se casaron y así tuvo varios sobrinos. Ella no los veía a menudo y con el tiempo apenas si se llamaban por teléfono para Navidad.
Con sus economías compró su apartamento que decoró a su gusto, sin excesos, y también viajó por todo el mundo; siempre en grupos donde se fundía en la masa pero sin querer terminaba sobresaliendo por su viveza y por el rubor que le subía a la cara cuando se sentía el centro de atracción del grupo. Atravesó todas las crisis de su país y del ministerio sin incidentes para su vida.
Se jubiló a la edad máxima que pudo pues le gustaba su trabajo. Cuando ya tuvo tiempo libre, lo pasaba visitando museos y exposiciones o escuchando conferencias en la universidad para la tercera edad. Siempre había algún galán que quería conquistarla pues la belleza madura los seguía atrayendo.
Sin embargo, ese día Luz Marina sintió que era por fin feliz por haberse hecho realidad su deseo más fuerte y por el que había luchado toda la vida. Su figura había cambiado, su pelo blanco, sus arrugas, sus kilos de más la habían transformado y por primera vez en muchísimos años había sentido que era transparente, invisible, nadie se fijaba en ella, ningún hombre la admiraba en la calle, ninguna mujer celosa la odiaba en la calle, pasaba por fin indiferente para el mundo. ¡Había llegado al centro del laberinto, al ojo del huracán y no quería salir más de él!
1 comment
interesante también tu cuento y con mucha ternura
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