La Insolación
domingo, 20 diciembre 2009
El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso recto y perezoso. Se detuvo en la linde del pasto, estiró al monte, entrecerrando los ojos, la nariz vibrátil, y se sentó tranquilo. El sol golpeaba con fuerza. No llovía desde hacía un mes. Los campos estaban secos. Old tenía sed pero seguía acompañando a su ama que desnuda tomaba el sol al borde de la piscina desde hacía rato. La mujer era un poco excéntrica. Tenía amigos que venían a verla, hablaban, bebían, dormían juntos y al día siguiente se iban sin volver a aparecer o llamar durante semanas. Se las arreglaba para que no se cruzaran. Si no la llamaban, se encargaba de recordarles dónde era su casa. Fue Sean quien le regaló ese perrito en su última visita. Le dijo con acento irlandés: «Carmen, te regalo este fox terrier para que no estés tan sola y te acuerdes de mí». Era muy ecológica, estaba en contra de la ciencia, no tenía horno de microondas, no usaba teléfono celular, le temía a los cables de alta tensión, a las computadoras y a tantas cosas modernas que la llevaron a vivir aislada en el campo. Felizmente tenía su fortuna, herencia de maridos ricos que coleccionaba como muebles viejos de anticuario y que iban muriendo uno tras otro dejándola cada vez más opulenta y con más amantes. El sol golpeaba, Carmen en su duermevela sentía debilidad, dolor de cabeza, calambres y mareos que la estaban matando. Casi no tenía fuerza para servirse una copa de vino helado de la mesa aledaña. «He tomado demasiado. He exagerado con mis amantes. No he debido haber llamado a Francesco, pero es tan libre y atrevido que no me pude retener. Me estoy envejeciendo», se dijo y se sentó de un golpe. La cabeza le dio más vueltas, las nauseas le provocaron vómitos que retuvo de milagro y una sensación de preocupación le aceleró los latidos ya fuertes de su corazón. Estaba confundida, sentía fiebre. Old se acercó moviendo su cola y le ladró pidiendo atención. Carmen se levantó, tambaleó, quiso ir al baño, un desmayo la hizo caer dentro de la piscina inconciente. Old ladraba angustiado sin poder ayudarla. Filippo su fiel mayordomo llegó corriendo y la sacó a tiempo. Su patrona estaba de nuevo insolada, víctima de la única radiación peligrosa que ella no temía.
Inspirado en una frase de Horacio Quiroga en «La insolación», http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/quiroga/inso...
3 comments
no lo leí, mañana pongo el mio, insolacion por mi parte durisimo introducirme en este ambiente caluroso.
Claro que el agua de la piscina no debia tener el mismo sabor que el vino ....menos mal que estuviera no lejos el mayordomo...filipino supongo .
Ahora recien lo lo, difernt al mio y al de Quiroga sobre todo, pero con su sorpresa. buen dia
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