Mil gracias
domingo, 18 julio 2010
¡Déjame que te cuente mi mala racha! Todo lo que me podía pasar me sucedió el mismo día. ¡Qué barbaridad! Me anunciaron por fin el resultado del juicio de mi divorcio y la suma de cuatro mil euros al mes que tendré que pagar a mi ex esposa, mi jefe me notificó que por la crisis no me podía prolongar el contrato, Julia Roberts me dejó un mensaje en el contestador telefónico informándome de que viene a París la semana entrante para que negociemos el proyecto de la nueva película que le propuse pero que no he podido terminar de escribir y ahora este hombre que encontré muerto en mi apartamento de Boulogne-Billancourt.
¡No sé qué hacer! ¿Salir corriendo escapando de todo? ¿Llamar a la policía para que investigue el caso? ¿Enloquecerme de una vez? ¿Ponerme a llorar o a reír? Lo mejor sería aplicar técnicas de meditación que me permitan conservar la calma. Primero que todo no debería tocar nada. Aunque me esté muriendo del calor no abriré ninguna ventana ni persiana. Por suerte el muerto está fresco y no ha empezado a oler mal. ¿Quién será?
Cuando me fui de viaje al Japón todo quedó en orden, le dejé mis llaves al conserje, llamé a mi abogado, hablé con mi jefe y todo iba sobre ruedas. Llegué a París y me encontré con huelgas de transporte que me obligaron a pagar un taxi carísimo para llegar a casa. El ascensor estaba dañado y me tocó subir mis dos maletas de veinte kilos por las escaleras hasta el sexto piso del edificio. Menos mal que no tengo hijos, ni familia que mantener. Claro que ahora me tocará trabajar mucho más para poder pagar la pensión a mi ex. No entiendo por qué la puerta de mi apartamento estaba abierta. Cuando iba a meter la llave en la cerradura, la puerta se abrió sola y me encontré con este hombre tirado en el piso.
Ahora he notado que tiene un papel agarrado de la mano que dice:
«Espero que le llegue a tiempo este mensaje. Lo siento, pues no pude avisarle de mi viaje urgente a España. Estoy actualmente en Madrid y con problemas ya que me robaron la billetera camino del hotel con todo el dinero y otros objetos de valor. Quisiera que me ayude con un préstamo de dos mil euros para pagar mis facturas de hotel y poder volver a casa. He hablado aquí con la embajada, pero ya ellos no responden en estos casos por ser tan frecuentes. Le agradeceré cualquier ayuda que pueda darme. Le devolveré el dinero tan pronto regrese, pero por favor dígame pronto si puede ayudarme. No tengo teléfono donde pueda ser localizado y su teléfono no responde, pero el correo electrónico funciona. Escríbame en cuanto lea esto. Saludos cordiales. Pedro Pérez»
¡Qué Pedro Pérez ni que ocho cuartos! Todo estaba cada vez más confuso. Mis ojos acostumbrados a la penumbra del apartamento empezaron a ver todo cambiado. Los muebles no estaban en su sitio. Los colores no eran como los había dejado. La decoración era otra. ¿Sería el muerto que cambió todo mientras yo estaba de viaje? Sonó el teléfono pero no contesté. Llevaba ya por lo menos un cuarto de hora petrificado en el hall de entrada cuando oí pasos en la escalera, golpearon en la puerta y, como cuando yo entré, esta se abrió sin esfuerzo. Dos policías me saludaron y me preguntaron por el Señor Dumoulin. «¿Será el que está aquí muerto en el piso?», contesté. Entraron y lo reconocieron al compararlo con la foto que tenían en la mano. La segunda pregunta fue: ¿Y usted quién es?
Les conté todo lo que te he contado y ellos me hicieron caer en la cuenta de que no me encontraba en mi apartamento sino en el de Dumoulin, que el mío era dos pisos más arriba, que seguramente con el peso de las maletas me había equivocado, que lo que le sucedió al muerto le había pasado a varias personas el mismo día. Pedro Pérez era un empleado del ancianato que estaba encargado de vigilar a un grupo de viejos frágiles del corazón que vivían solos en sus casas. Pérez tenía como tarea ayudarlos, estar en contacto con ellos, acompañarlos de compras, al banco o al médico. En verano tenía que asegurarse de que estaban bien, que no se deshidrataran, que estuvieran en lo fresco durante las horas más calurosas. En fin, tenía que actuar de ángel de la guarda.
Todo iba muy bien hasta hace un par de días en que el PC de Pérez fue infectado con un virus muy malo que envió el mismo mensaje que este señor tenía en su mano pero a todos los contactos de su correo electrónico. En pocas horas todos estos viejitos fueron cayendo muertos uno tras otro fulminados por infartos en cadena. El mismo Pérez cuando supo lo que había pasado tuvo un infarto y está ahora hospitalizado. Cuando pudo hablar y explicó lo que pasaba, pidieron a la policía que localizara a sus contactos para explicarles que no era cierto sino un virus, que Pérez no estaba en Madrid sino en París, que no se preocuparan y que apenas saliera del hospital todo volvería a la normalidad.
«El problema es que la mayor parte de los viejitos estaban muertos y ahora nos toca encontrarlos a todos uno por uno», dijo el policía. «Pero usted tampoco se preocupe. Entendemos su confusión y no lo vamos a inculpar de nada ni lo vamos a interrogar más de la cuenta. Suba usted a su apartamento e instálese cómodo, pero eso sí, llámenos si tiene algún problema, pues no queremos que le pase a usted lo mismo que a los otros por tanta emoción», añadió el otro.
Comprenderás entonces que con todo lo que me ha sucedido no estoy en condiciones de devolverte el dinero que me prestaste ni mucho menos de enviarte dinero a Madrid como si fueras cualquier Pedro Pérez.
1 comment
999 palabras te faltó una... ;-) Sino el final tuve que leerlo dos veces antes de entender. Buena mezcla de argumentos.
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