Las máquinas de escribir
martes, 14 junio 2011
El teclado del computador se me ha vuelto tan familiar que ahora siento que fue otro quien aprendió a escribir a máquina hace tantos años. En ese tiempo veía a mis tías escribir con destreza mientras yo a duras penas escribía una palabra con solo los dedos índices buscando las letras en ese teclado que parecía caótico. «¿Por qué no haberlas puesto por orden alfabético?», me preguntaba.
Eran máquinas mecánicas que le podían hacer doler a uno los dedos si los metía entre las teclas por descuido, si escribía demasiado rápido, podía enredar los martillos, tenía que vigilar el carrete de la cinta llena de tinta para no manchar el papel o para no ir a sacarla de sus guías y escribir sin tinta. Tocaba limpiar las letras de los martillos para que las oes no quedaran llenas como un círculo negro. Había cintas bicolores, negro y rojo, con las que se podía escribir en uno de los dos colores, a su gusto. Al llegar al final de la línea una campanita indicaba que era hora de llevar el carro al otro extremo para empezar una nueva línea. Había que calcular el espacio que faltaba antes de terminar la última palabra de cada línea para así poner el guión si era necesario cortándola por la sílaba adecuada. Para escribir los unos se usaba la i mayúscula. Se podía poner la o mayúscula con el cero.
Eran máquinas pesadas, negras y misteriosas para mí. Ni hablar del papel carbón tan mágico con el que se podía escribir varias copias a la vez. En mi casa no recuerdo que hubiera máquina o quizás la tenían guardada en lugar seguro. En casa de mi abuelo sí había. Años después un tío que vivía en Estados Unidos trajo de regalo una portátil, liviana, de color verde claro que tenía un tipo de letra diferente, como manuscrita.
Recuerdo también cuando aprendí a escribir. Fue con lápiz negro y con dolor en los dedos de tanto apretarlo. Hacer palotes y bucles y de pronto empezar a escribir palabras sencillas. Ni hablar de la escritura con pluma y tintero.
Ya casi no escribo a mano. Tengo cuadernos de estudiante en la universidad donde veo una escritura más o menos clara, redonda y que reconozco como mía, pero no es igual a la de hoy. Hasta mi propia firma ha cambiado con el tiempo. Tiene los mismos rasgos y características pero de tanto repetirla mi mano la ha amaestrado y ya sale automática y estilizada. No es más escritura sino un dibujo automático.
En uno de esos cuadernos he encontrado un examen de historia sobre la formación del pueblo ruso. Saqué 4,6 sobre 5, una buena nota, pero si tuviera que contestarlo hoy, seguro que sacaría un cero redondo. Me parece estar viendo todo como si estuviera aquí pero siento que ha pasado demasiado tiempo. Así va la vida.
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