Rafaela, con erre de rara
domingo, 01 abril 2012
Los niños corrían y gritaban por el parque pasando de un columpio a un torniquete o de un tobogán a un trepador. Los más pequeños jugaban sentados en la arena vigilados por sus madres. Era una tarde de sol primaveral propicia para hacerlos gastar sus baterías con la esperanza de que al regreso a casa se durmieran más temprano y dejaran reposar a los padres.
Desde lejos yo vigilaba a mi nieto de seis años que jugaba con un amigo de su escuela que acababa de encontrar. Cerca de mi banco dos mujeres hablaban animadamente sin perder de vista a los pequeños. Parecían disputarse lo que me hizo prestar oído a lo que decían.
- No te estoy pidiendo nada extraordinario. Hazlo por mí.
- No, no. A mí no me gustan los niños. Son insoportables con sus gritos, sus preguntas tontas, su curiosidad, su terquedad. No y no.
- Es solo por una semana, mientras voy a París para entrevistas de trabajo.
- ¿Y el padre dónde anda? ¡Pídeselo a él! ¿No tienes amigas?
- Ya sabes que no puedo contar su padre pues nos abandonó. No tengo a nadie de confianza. Tú estás jubilada, tienes tiempo. No seas egoísta.
- Tengo mucho que hacer. Además me lo pides de repente, sin darme tiempo de prepararme. No, es imposible. No quiero a los niños.
- ¿Cómo puedes decir eso? ¿No fuiste madre también?
- Eran otros tiempos. Me tuve que casar para poder salir de casa. No había métodos de contracepción como los de hoy. No se podía abortar legalmente. Me tocó aceptar ser madre y resignarme a soportar niños. ¡Qué horror!
- Estoy segura de que no es cierto y lo dices solo para escabullirte. En tu casa dejé un maletín con ropa suficiente y además en estas vacacione escolares no tendrás que ocuparte de llevarlo y traerlo de la escuela.
En esas el niño que jugaba con mi nieto se vino corriendo en dirección de mis vecinas.
- ¡Abuela Rafaela! ¡Abuela Rafaela! ¿Me traerás a este parque mientras mamá está en París? ¡Di que sí! ¡Di que sí!
- Sí, cariño. Tu abuela Rafaela te va a traer a este parque cuando quieras. Ahora me tengo que ir. Te llamo esta noche. Mi tren sale dentro de una hora y tengo que irme ya.
Las dos mujeres se despidieron. Rafaela a regañadientes agarró de la mano a su nieto y salió lentamente en dirección opuesta a su hija.
Mi nieto vino a verme pidiéndome también que lo trajera otra vez para verse con su amigo. Lo abracé con fuerza y le di muchos besos sin dejar de pensar en su amigo y su familia tan extraña.
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