Pintura fresca
miércoles, 23 diciembre 2015
Es una pesadilla que hay que vivir cuando no hay más remedio. La oportunidad de botar cosas inútiles o que uno no ha usado durante años al extremo de haberlas olvidado por completo. Menos mal que todavía tengo fuerzas físicas para trastear corotos y cajas de un sitio a otro.
Este ha sido un año de obras como nunca había tenido en mi vida. Tumbar cocinas, baños, tinas, sanitarios, abrir muros, romper pisos, instalar duchas, comprar muebles, tirar cosas, pintar paredes, comer polvo, ordenar, empacar y desempacar objetos y ropa.
Ni hablar de las sorpresas que uno se encuentra enterradas o tapadas detrás de ladrillos. Tubos que deberían haber estado empotrados en los muros surgen entre escombros, aeraciones inexistentes que hay que crear, paredes podridas por dentro por culpa de infiltraciones, cemento mal mezclado y convertido en arena, registros de agua inaccesibles y bloqueados, escapes de agua, dolores de cabeza y gastos imprevistos.
Admiro a los que son capaces de realizar estos cambios sin temores y a los que pueden realizarlos por sí mismos pues son muy «manitas». Por eso los masones, plomeros y «toderos» son tan valiosos. Cuando uno encuentra un buen profesional, responsable, cumplido, perfeccionista y eficaz, es una suerte y debe asegurarse sus servicios. En Bogotá y en Ginebra tengo esas «perlas raras».
Hoy se supone que terminamos esta etapa con la esperanza de que no tengamos que reanudarla en muchos años. La mejor solución sería vender y mudarse a un apartamento nuevo. Quizás sea así la próxima vez.
Cuando todo vuelva a un lugar más o menos definitivo, vendrá la labor de inventario informatizado con la que sueño. Poder encontrar las cosas en el puesto que me indique el computador y no tener que buscar por todas partes pues lo mantendré actualizado. Será otra oportunidad de tirar cosas y crear más espacio, aunque «la naturaleza tiene horror al vacío». Soñar y nada más.
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