Cincel con sal
domingo, 04 diciembre 2011
El profesor Mariano, famoso escultor, había recibido por fin un enorme bloque de mármol para su próxima obra. Sus alumnos habían practicado muchas técnicas durante los estudios. Había llegado la hora de tratar ese material que le parecía sin igual. En los últimos meses, los había dejado practicar con piedras de alabastro, más frágil y quebradizo pero fácil de trabajar. El mármol era mucho más costoso y su grano fino y compacto necesitaba de gestos firmes y decididos. Según él era el material más noble y el mejor para terminar su curso. Sería el trabajo final colectivo para graduarse de escultores en la Escuela de Bellas Artes.
Les había propuesto que miraran el monolito durante varios días buscando lo que querrían sacar de sus entrañas. Gracias a su imaginación, intuición y sensibilidad personales, tendrían que descubrir por sí mismos lo que ya estaba dentro de la piedra. Les aconsejó que sintieran a través del frío de sus manos las vibraciones internas, que con oyeran la respiración encerrada en ella, que dibujaran croquis y bocetos pero que no le dijeran a nadie qué objeto había descubierto cada uno.
El inmenso bloque blanco estaba dispuesto en medio del taller por donde todos los jóvenes pasaban a diario. Entre ellos se formaron grupos para intercambiar opiniones. Tenían curiosidad de saber que iba a resultar de esa tarea que ahora les parecía colosal, pues no era lo mismo crear volúmenes con papel maché o yeso o con la técnica de moldeado.
Mariano había advertido que en la escultura en mármol no había borrador, al contrario de cuando uno dibuja con papel y lápiz, que aquí no había derecho al error. Explicó que la inspiración era un trabajo estrictamente personal y que si encontraba copias de obras conocidas o de ideas de los mismos compañeros pondría ceros sin piedad. Lo que pondrían en común sería solamente la realización.
Les aconsejó que pintaran en láminas transparentes sintéticas del tamaño de la piedra los perfiles de la obra para imaginarla en el espacio, que usaran los programas informáticos especializados para verla girar en todos los sentidos. Necesitarían dibujarla en tres dimensiones con diferentes perspectivas.
Al cabo de unos días algunos comenzaban a tener ideas claras sobre máquinas, animales, plantas o personajes mitológicos o fantásticos que imaginaban esculpir poco a poco.
Ángela, quizás la más tímida pero la más inteligente del grupo, había visto de inmediato miles de imágenes, que trató de olvidar para buscar más fuentes de inspiración. Por fin se iluminó su mente con ideas de personajes religiosos, con figuras modernas de bustos femeninos o parejas abrazadas voluptuosamente.
El maestro les había dicho que cuando tuvieran los croquis listos, entre todos elegirían el que más gustara, pero que tenían que ser esbozos abstractos, que pudieran tener múltiples interpretaciones. Nada de objetos concretos y evidentes. La primera tarea de desbastado de los grandes volúmenes inútiles estaría a cargo de los alumnos para que aprendieran a manejar los punteros con golpes rápidos y certeros sin hacerse daño en las manos. Les habló de escultores que habían terminado inválidos por no conocer las técnicas protectoras de sus extremidades. Contó anécdotas de pianistas virtuosos que por malas posturas habían perdido el uso de sus manos.
Cuando la obra empezaría a tomar forma, el maestro la terminaría con cinceles, gubias, taladros y trépanos pero dándole todas las explicaciones de sus gestos y de su técnica excelente. Dejaría algunos lugares menos importantes para que sus alumnos probaran con sus propias manos. El pulido final con diversos abrasivos quedaría de nuevo a cargo solo de los alumnos. Sería un trabajo de varios meses. El resultado final podría ser abstracto o realista según el camino que fuera tomando la talla.
El día de la votación Mariano volvió a advertirles de que no quería que nadie conociera la idea original del proyecto elegido. Quería que reprodujeran en tres dimensiones ese juego que consiste en dibujar algo a partir de un garabato que alguien traza en un papel.
Hubo necesidad de tres vueltas eliminatorias hasta que ganó el croquis de Ángela. Ella estaba feliz. El profesor estaba contento también pues estaba seguro de que el secreto iba a estar bien guardado en la cabeza de su alumna, que ni a él mismo ella lo revelaría.
La escultura tomaba forma gracias a las numerosas manos que iban descubriendo el volumen burdo que serviría de base para la obra. Cuando llegó el momento de decidir cuál sería el objeto final, hubo muchas y variadas propuestas: un santo, un general, un dragón, una virgen, una letra ele, un insecto, la combinación de las letras árabes alif y lam, un cocombro gigante, un falo enorme en erección y muchas otras más. De nuevo la elección fue reñida pero ganó la idea del pene gigante y además que tendría que ser realista.
Ángela no estuvo nada contenta con la idea pero le tocó resignarse a la democracia. Con ayuda de las manos expertas de Mariano todos los detalles anatómicos del miembro viril aparecieron poco a poco: la textura de la piel, la pilosidad, las mucosas, las formas más realistas plasmadas en ese gigantesco cuerpo frío de mármol. Cada alumno participó en la medida de sus habilidades para obtener una buena nota y un buen recuerdo. Sin embargo, la marca de fábrica de Mariano estaba muy presente de forma inexplicable. Siendo a la vez tan diferente a sus obras personales, había sabido dejar sus huellas bien plasmadas.
Ángela no le contó a nadie su idea original, pero quedó convencida de que ese mármol era una obra inconclusa pues sentía que dentro quedaba encerrada y por sacar a la luz la imagen de uno de los santos que vio de niña en la iglesia de su pueblo.
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ja ja ja...
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