Otro punto de vista
domingo, 22 agosto 2010
Me encanta sentir que soy yo quien lleva la batuta. ¡Cómo no! Hay música que me encanta, otra que odio y otra que me es indiferente. Me gusta sobre todo durante los festivales de verano al aire libre con un clima agradable, ni frío ni calor, viendo llegar la noche suavemente. Delante de una gran orquesta, con una bonita cantante a mi lado, los violines que bailan ante mí, los instrumentos de cuerda que van de maravilla con la voz humana, los instrumentos de percusión que dan ritmo al conjunto. Lo malo es que dependiendo del director puedo pasarla muy mal. Unos enérgicos me marean con tanto movimiento. A veces creo que voy a salir volando por los aires cuando pinchan desde lejos con fuerza a algún músico que debe entrar en un momento preciso de la pieza. Son verdaderas punzadas a distancia. Me asustan mucho. Otros parece que fueran a partirme los huesos con la fuerza con que me agarran las tripas. Los más suaves me dejan bailando en el aire como si estuviera flotando. Tengo la impresión de que soy yo quien dirige la orquesta que sea una pieza clásica, moderna, de jazz o de cualquier estilo. Estoy muy atenta a las instrucciones del director. Los hay impresionantes de energía y otros suaves y sutiles que dirigen como si tuvieran la orquesta en la punta de los dedos. No sé cómo voy a terminar mis días pues una batuta nueva y de calidad es muy apreciada por los directores, que sin ella no son nada, pero yo ya soy una pobre batuta que comienza a envejecer y un día de estos me van a quebrar o a perder.
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