sábado, 05 diciembre 2009
Encuentro fantástico (6)
El mesero vino a servir las seis copas de champaña y unas galletas saladas. Los viejos amigos recién reencontrados seguían recordando viejos tiempos en el hotel cercano al aeropuerto Charles de Gaule donde estaban encallados por la tormenta de nieve.
«¡Claro!, Pedro. Acabando de ver a Emilio bailar muy románticamente con Gloria, una joven que yo no conocía, lo único que se me ocurrió fue ir a besarme contigo para vengarme. No quería irme a pelear con ellos. ¿Para qué?», explicó Karina.
«¡Oye! Creo que la película que fui a ver con Ángela ese sábado era La última locura de Mel Brooks o La vida de Brian de los Monthy Pyton», dijo Alejandro muy contento.
«No, mijo. Si tú ya estás perdiendo la memoria, Alejandro. Esas películas las viste conmigo uno o dos años después», refutó Karina.
«Lo cierto es que los costeños de la fiesta no paraban de pelearse por la música con los cachacos, como ellos nos llaman a los del interior del país. Ellos querían solo vallenatos y nosotros más salsa o cumbia», dijo Alejandro.
«¡Cónchale!, vale. Esas son viejas historias. Mirándolas ahora desde aquí, parecen más bien graciosas y mínimas. La vaina estaba jodida. Siempre fui muy enamorado. Me encantaba conquistar novias, pero ya cuando las lograba enamorar, me aburría. Fue con el paso de los años y sobre todo cuando murió mi papá, que empecé a tomar juicio. En esa fiesta yo estaba muy abrazado con Gloria cuando vi a Karina bailando con Pedro. Ella me vio y empezó a besarlo descaradamente. En la situación en la que me encontraba, por no ir a pelear con los dos, me puse entonces a besar a Gloria para terminarla de embarrar», explicó Emilio.
«Ustedes los hombres son todos iguales. ¡Yo que creía que sí estabas enamorado de mí!», respondió Gloria con una mezcla de rabia y burla.
«No me di cuenta de nada de eso. Estaba bailando con mi amigo barranquillero y Alejandro con Nancy cuando se armó la gran pelea a puños entre cachacos y costeños. Gritos y empujones por todos lados. La confusión total. La música paró. Después de un rato se calmaron los ánimos pero, eso sí, se acabó la fiesta. Solo se quedaron muy pocos. Los demás decidimos irnos», contó Ángela.
«El problema era que Ricardo y Nancy desaparecieron. Ángela y yo estábamos lejos de nuestras casas y sin el medio de trasporte previsto. Emilio nos propuso llevarnos en su carro y salir rápido de la residencia», añadió Gloria.
«Alejandro, en la pelea, cayó cerca de nosotros de un puñetazo que recibió. Karina y yo, pero especialmente ella, ya que en mi estado de embriaguez no podía ayudar mucho, nos ocupamos de sacarlo a la calle. Cuando ya se sintió mejor, nos fuimos en su carro de la fiesta, pues ya no quedaba por ahí ninguno de nuestros amigos», comentó Pedro.
«¡Ah!, pero ustedes no saben lo mejor. Nancy y Ricardo aprovecharon la confusión de la pelea para sacar el dinero de algunas carteras y sacos que estaban colgados en el vestíbulo y por eso se fueron inmediatamente. ¡Ja, ja, ja!», dijo Ángela.
Los demás se rieron con ganas y brindaron una vez más por el encuentro. Nosotros tres seguíamos contentos de habernos conocido gracias a la maquinita de juego y luego haber hecho encontrarse a nuestros padres después de tantos años.
No sé si fue Ángela o Gloria quien contó que pocos meses después Ricardo y Nancy se habían ido a vivir a Estados Unidos con las economías de sus robos, que habían atravesado la frontera por México como clandestinos, que se había sabido que les había ido muy mal pues se metieron a traficar con droga y los mataron en Miami durante una guerra entre bandas rivales. De todas formas, Ángela y Gloria se habían alejado de ellos dos después de la famosa fiesta, pues no querían seguir sus malos ejemplos. Prefirieron trabajar honradamente y estudiar una carrera para buscar un futuro mejor.
La conversación estuvo tan animada que nunca fuimos a pasearnos por París bajo la nieve. Comimos en el hotel y nos acostamos súper tarde ese 5 o 6 de enero tan blanco.
domingo, 29 noviembre 2009
Encuentro fantástico (5)
Los tres hombres estaban en el bar del hotel pidiendo una bebidas. Sus tres esposas estaban hablando amenamente en la sala del hotel. Sus tres hijos adolescentes estábamos jugando no muy lejos con un flipper dándole con fuerza a las manijas para marcar el mayor puntaje con la bola metálica.
«¡Oye!, vale. ¿Qué te dijo el franchute?, Alejandro», preguntó Emilio. «Que el aeropuerto sigue cerrado por la tormenta de nieve y nos toca pasar una noche más en este hotel. ¡Qué vaina!», contestó. «Bueno. Menos mal que tenemos todo pago. Nos acordaremos de este enero del 2003 toda la vida. Si hubiera sabido, no hago escala en París. ¡Carajo!», añadió Pedro. «No hay mal que por bien no venga. Por lo menos nos hemos podido encontrar después de casi un cuarto de siglo de separación. ¡Coño!», exclamó Emilio.
Los tres se fueron a seguir la conversación con sus mujeres mientras les traían el aperitivo recién encargado. El 4 de enero nos atrapó por sorpresa la tormenta de nieve que paralizó durante varios días la región parisina y luego otras regiones de Francia con temperaturas de hasta -12° y -15°. Alejandro y familia viajaban de Ginebra a Nueva York; Pedro y familia, de Moscú a Bogotá; Emilio y familia, de Copenhague a Caracas; todos con conexión de vuelo en la Ciudad Luz.
«Lo que podemos hacer es irnos después de comer a visitar la Torre Eiffel o los Campos Elíseos y aprovechar al menos para ver esta hermosa ciudad bajo la nieve», propuso Karina. «Buena idea, pero primero terminemos de contar nuestras diferentes versiones de la famosa fiesta de los costeños, ¿sí?», pidió Gloria.
El salón era muy acogedor y cómodo. Estaba lleno de gente hablando en diferentes idiomas. Una gran chimenea nos calentaba tan bien que no daban ganas de salir al frío. Ángela continuó su relato más o menos en estos términos aunque cada uno iba metiendo la cucharada de vez en cuando:
Alejandro y yo quedamos en vernos en el cine de la calle 45 entre 13 y Caracas para la proyección de matiné. Gloria y Emilio habían preferido estar solos por su lado, pero nos dimos cita a las siete de la noche en un asadero de pollos Kokorico cerca de Marly para comer algo antes de la fiesta. Ya ni me acuerdo qué película vimos, pero sí que para la fiesta había que pagar la entrada, pues los estudiantes de la residencia se encargaban de darnos bebidas y pasabocas. Todos los residentes eran varones. Creo que querían ganar algún dinero para reparaciones o comprar no sé qué muebles; quizás un equipo de sonido o discos. Eran dos casas viejas grandes de dos o tres pisos con mansardas, que habían unido para alojar a uno o dos estudiantes por habitación, a veces eran más cuando tenían camarotes. Fue mi amigo costeño que vivía ahí que me explicó cómo era todo. En las mansardas no había casi nada o en todo caso esa noche habían retirado los muebles y tirado cojines por el piso cerca de las paredes. El suelo era un entablado brillante. Como las dos casas comunicaban por el techo también, el espacio era grandísimo para la fiesta.
«Creo que llegamos a la fiesta temprano, como a las ocho de la noche. Fuimos de los primeros. Poco a poco se fue llenando el lugar de jóvenes hasta completar unas cincuenta o sesenta personas más o menos. Ricardo y Nancy llegaron directamente a la fiesta a eso de las diez», dijo Gloria.
«La tarde del sábado la pasé con Beatriz acompañándola en el centro comercial Unicentro pues quería comprar ropa nueva. Me fui temprano a mi casa para prepararme para la fiesta. Traté de hablar por teléfono con Alejandro y Emilio pero no los encontré en sus casas. Estaba comiendo cuando me llamó Karina desprogramada preguntándome qué plan tenía para esa noche. Le propuse que fuera conmigo a la fiesta con Beatriz y sus amigas», explicó Pedro.
«Emilio parecía que se había esfumado y me había dejado plantada en casa. Desde hacía días había convencido a una tía para que aceptara quedarse con mi hijo ese fin de semana. No quería quedarme en casa sino salir de fiesta. La propuesta de Pedro me cayó muy bien. Beatriz pasaría a buscarlo y luego a mí en el carro que le había prestado su mamá», dijo Karina.
«Cuando llegamos a la residencia había tanta gente en la fiesta que no reconocimos sino a alguna amigas de Beatriz. Nunca nos imaginamos que en la misma fiesta estaban Alejandro y Emilio. La música estaba muy buena. El ron con Coca-Cola frío se consumía muy fácil. Demasiado fácil, pues se me fue subiendo a la cabeza sin que me diera cuenta. Empecé a bailar muy amacizado con Beatriz y hasta me atreví a besarla. Lo que no entendí fue cuando Karina quiso bailar conmigo y me abrazó muy pegadita queriéndome besar. Creí que estábamos borrachos o que era un sueño. Lo cierto es que Beatriz se enfureció con Karina y conmigo y se fue dejándonos solos en la fiesta», continuó Pedro.
domingo, 22 noviembre 2009
Encuentro fantástico (4)
Esa tarde no teníamos trabajo. Ángela me había pedido que la acompañara a Chapinero a una diligencia para su tía en el Edificio Libertador y aprovechar también para encontrarse con Alejandro a devolverle el libro de topología con la excusa de que se habían confundido con los libros al despedirse. Lo había llamado con remordimiento al día siguiente de nuestra excursión a los Andes. Me sentía tan incómoda como Ángela con los planes de Nancy por más de que nos dijera que el hurto era menos grave que el robo, que para qué dejaban las cosas en cualquier parte sin vigilancia esos hijos de papi, que no eran más que niños consentidos, que la culpa era de ellos.
Las tres nos conocimos cuando trabajábamos en la misma zapatería hacía como seis meses, pero después la única que siguió en la misma fui yo. Ellas consiguieron mejores puestos en la competencia. A mi papá no le gustaba que yo trabajara, mas como no le alcanzaba la plata para mantenernos a todos ni para mandarnos a la universidad, se había conformado. Lo que sí no quería era que trabajara de muchacha del servicio en casas de familia por la desconfianza en los hombres que pudieran acosarme o abusar de mí. Mis planes eran de ahorrar e inscribirme a la universidad para estudiar contabilidad por la noche. Estaba tratando de convencer a Ángela o Nancy de hacer lo mismo.
Ángela había llegado recientemente de la costa con su tía Mercedes y Nancy lo que quería era irse para Estados Unidos o casarse con un hombre joven y rico. Nada era fácil para las tres. Ricardo manejaba un taxi de su padre que tenía varios para alquilar pero que le exigía mucho pues decía que sus hijos tenían que aprender a trabajar duro como le había tocado a él.
La cita con Alejandro era enfrente de la iglesia de Lourdes a las dos de la tarde. La sorpresa fue encontrarnos con que había ido acompañado con Emilio. De ahí nos invitaron a tomar algo en la cercana pastelería Cyrano. Como nos entendimos bien, nos propusieron que fuéramos a jugar bolos al lado de la iglesia. Nosotras nunca habíamos probado ese deporte. ¡Qué divertido! Se nos pasaron las horas sin darnos cuenta. Me encantaba que Emilio me cogiera la mano para explicarme cómo había que enviar la bola para hacer moñona. Al comienzo se nos iba por la canal o le dábamos golpes muy fuertes al parquet, pero al final ya estábamos dominando la situación. Lástima que nos dimos cuenta de la hora y que nos tocó salir corriendo a tomar el bus a eso de las seis de la tarde. Ellos querían llevarnos pero no nos atrevimos a revelarles nuestras direcciones tan lejos de sus barrios de clase alta al norte de la capital.
«¡Viste, viste!, Gloria. Es increíble el parecido. A veces me sentía hablando con mi hermano gemelo. ¡Qué impresión!», me dijo Ángela apenas nos subimos en el bus. «Sí, pero hablando de otras cosas. A mí me encantó su amigo, Emilio. Esa barba, ese cuello todo velludo. ¡Parece un oso! Esos ojos verdes, esa tez morena, ¡esas nalgas!», contesté entusiasmada. «Sí, me di cuenta de que el venezolanito estaba muy interesado en ti. Mientras tanto yo me sentí con Alejandro como jugando con un hermano que nunca tuve. Cómo es la vida, ¿no?», me comentó. «¿Sabes? Emilio quería que le diera mi teléfono, pero no quise. ¡Si supiera que no tengo teléfono en casa y que nos toca salir a llamar de una cabina telefónica! Al final insistió en darme el suyo y me hizo prometer que lo llamaría pronto. Tengo una idea, Ángela. ¿Lo invitamos a la fiesta de tu amigo costeño del próximo sábado? Vamos con Ricardo y Nancy en su taxi y así podremos quedarnos hasta más tarde. Después nos quedamos a dormir en tu casa, ¿ah?», le propuse. «¡Listo! Mi amigo costeño estudia en la Nacional y me molestaba cuando vivíamos en Barranquilla. ¡Qué bueno que lo encontré de nuevo aquí en Bogotá!», dijo sin dudarloy añadió «Alejandro me propuso que fuéramos a cine. Dice que están pasando El regreso de la Pantera Rosa, Atrapado sin salida y Rollerball que no ha visto todavía. Quedamos de ir el sábado por la tarde. Podríamos estar los cuatro primero en cine y después en la fiesta, ¿no?».
Seguimos hablando sin parar hasta que me tocó bajarme en la Caracas con Jiménez para cambiar de bus y llegar a Fontibón antes de la hora de comer para que mis padres viéndome juiciosa me dejaran salir el sábado. Eso de ser mayor de edad solamente a los veintiún años y tener apenas veinte era aburrido.