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lunes, 04 marzo 2024

El peso de los recuerdos

NV-IMP1047.jpgEsta semana tiré a la basura más de veinte kilos de recuerdos. Eran mapas y folletos turísticos acumulados desde hace años después de algún viaje. Me decidí a ordenarlos, pues ya no cabían en el estante que les tengo reservado en la biblioteca. Me quedé con una ínfima parte que puede ser útil si de pronto regreso a esas ciudades o simplemente para recordarlas. Los demás ya no tenía sentido guardarlos. Ahora uno busca información directamente por la Internet.

Sin embargo, fue divertido recordar tantos lugares, fotos de monumentos, iglesias, obras de arte, paisajes de alguna ciudad y otros etcéteras. Los más antiguos eran de hace casi cincuenta años. Por supuesto que ya no correspondían a la realidad. Se estaban convirtiendo en documentos históricos.

La ventaja es que sirven para revivir la memoria, pues, aunque todavía recuerdo esos viajes, no pienso en ellos a menudo. ¿Cómo funcionará la memoria ahora que todo va quedando en soportes informáticos y mucho menos en papel? Aplicaciones telefónicas, como Google Photo o One Drive, me presentan fotos viejas cada día. En ese sentido, podrían reemplazar esos folletos que tiré, pero no siempre.

Me acordé de una caja metálica que tenía mi madre para guardar fotos. Cuando las sacaba para mirarlas una a una, nos contaba dónde fueron tomadas y quiénes aparecían. A veces ya no recordaba el nombre de alguna vieja amiga. Yo me divertía viendo caras desconocidas o reconociendo personas de la familia mucho más jóvenes entonces. Me imaginaba lo que había pasado al momento de la foto. Me preguntaba qué iba a pasar con ellas años después. Nuestro entorno va a desaparecer con nuestra muerte. Todos esos recuerdos no tendrán más sentido y no habrá más apego.

Ayer visitando el palacete del filósofo Voltaire, pensé en los objetos que quedan de sus veinte últimos años de vida que pasó en él. Si Voltaire volviera, reconocería muchos de sus muebles, decoraciones y cuadros, pero notaría que los habían cambiado de puesto o habitación. La memoria de los personajes famosos justifica mantener sus entornos para la posteridad. Lo nuestro no nos sobrevivirá.

Entre mis cosas tengo algún objeto que perteneció a mis padres o a alguna tía, libros o cubiertos, por ejemplo, pero nada queda de mis abuelos ni de otro familiar. Seguramente la mayoría de lo que dejemos correrá la misma suerte de los folletos que tiré a la basura. Ahora lamento no haberles tomado al menos una foto para el recuerdo. Al hojear los impresos, reviví muchos momentos y épocas. Creo que tengo una caja con más papeles similares que espero encontrar y ordenar para ganar espacio. Será una forma de facilitar el trabajo a mis herederos y de relativizar la importancia de lo material. ¡Je, je!

viernes, 06 enero 2023

Vacaciones de abuelo

NV-IMP1043.jpgAhora que estoy jubilado, estoy de vacaciones permanentes, pero a veces me siento más de vacaciones que de costumbre, especialmente cuando mi nieto está en casa. Me divierto viéndolo crecer y sorprendiéndonos con sus apuntes.

Ahora en diciembre llegó con la novedad de que ya sabe amarrar los cordones de sus zapatos. Me dijo: “abuelo, ya sé amarrarme los zapatos” y lo demostró de inmediato. Apenas tuve tiempo de tomarle un vídeo. Lo hace bien, aunque no usa exactamente los dedos como yo. Le hice caer en la cuenta de que es un gesto ancestral que aprendemos de padres a hijos desde tiempos inmemoriales. Hasta los simios saben hacer nudos, pero no siempre somos conscientes del aprendizaje. Otra etapa es saber deshacer nudos. Claro que, si fuéramos marineros, tendríamos muchos nudos en nuestro haber. Hasta hay un nudo que se llama Nelson, pero que (todavía) no sé hacer.

Como está aprendiendo a leer y escribir, le gusta practicar. La carta al Papá Noel fue uno de esos ejercicios. Lástima que no se me ocurrió tomarle foto antes de que la metiera en el buzón del correo. En francés es más complicado que en español, por su ortografía más etimológica y menos fonética, con sus acentos y homofonías. Me encantó verlo cómo pronunciaba lo que quería escribir y luego intentaba pasarlo al papel. En el mercado, le hice leer los nombres de frutas y verduras. Ahí le servía ver el objeto para adivinar lo que estaba escrito. Pero como a veces el aviso está en mal sitio o no correspondía, fue divertido hacerlo caer en trampas. “Eso no es una papa o eso no es una cebolla”, decía.

Lo llevamos a un mercado de Navidad en Ginebra. Subimos a la rueda de Chicago (o noria, como dicen en España). Cuatro vueltas con bonitas vistas de la ciudad y el lago. Estuvo feliz mirando los automóviles y la gente desde arriba. Las luces y los puestos de ventas de todo tipo lo hicieron decir: “es la Navidad más bonita que he pasado”. Creo que fue ese día en el camino que vio el Monte Blanco a lo lejos y lo llamó “le bien nommé” (el bien llamado). No sabe uno de dónde saca esas palabras a su corta edad.

Lo llevamos al circo de Navidad en Ginebra. Todos estuvimos contentos con el espectáculo, que se ha renovado, pues ya no hay animales. En este, lo más diferente fue un grupo de jóvenes mujeres que bailaban coreografías con vestidos como de cabaré, entre los espectáculos tradicionales de payasos, malabaristas, trapecistas, etc. “Reemplazaron muy bien a las fieras”, comenté en casa, tomando del pelo, pero mi nieto me salió adelante diciendo que había “des beautés éternelles” (bellezas eternas).

Lo llevamos a ver la película de dibujos animados Ernest et Celestine. Me divertí viéndola y sobre todo observándolo a él tan concentrado en la historia. Al regresar a casa, se puso a tocar piano y a buscar la nota do, la única que se podía tocar en Charabie. Aproveché para mostrarle que en el piano hay como nueve dos y así con cada una de las siete notas básicas. Creo que ahora ya sabe dónde quedan en el teclado.

Le gusta actuar y hacer mímicas. Le pedía a la abuela que cantara escondida y él hacía el papel correspondiente a la canción. Cuando recita o canta, le pone mucha entonación y sentimiento. ¿Serán los ojos de abuelos “chochos” que nos lo hacen ver así?

Ya empieza a dudar sobre la veracidad de Papá Noel, pues le parece que ve muchos por las calles, pero que uno solo no alcanza en tan poco tiempo a entregar regalos al mundo entero. Planeó que este año no iba a esperar la llegada mirando por la ventana, sino que se iba a esconder en la sala a esperar a que llegara, mientras nosotros los adultos sí estaríamos vigilando por la ventana en otros cuartos. Pensamos seguirle la idea y que nos oyera desde una habitación que estábamos viendo el trineo volar. Seguro iría corriendo con ganas de ver lo mismo y en ese momento nuestro hijo aprovecharía para poner regalos debajo del árbol. No hubo necesidad, ya que se puso a armar un rompecabezas que tanto le gustan y aprovechando su concentración, los regalos aparecieron debajo del árbol sin que se diera cuenta. Otro año de ilusiones. ¡Quién sabe si la próxima vez se dejará engañar!

Algo más sobre estas distracciones http://nv-impresiones.blogspirit.com/archive/2023/01/03/n...

22:02 Anotado en Recuerdos | Permalink | Comentarios (7) | Tags: nieto, abuelo, niñez, vejez

domingo, 06 noviembre 2022

Las pilatunas de mi nieto

nieto, niñez, esconditeMi nieto ya cumplió seis años y se siente muy grande. Un día de estas últimas vacaciones encontré un gancho para tender y secar la ropa (que en otras partes llaman broche, palito, agarrador, pinza, perro, alfiler, prensa, palillo y en francés, pince à linge) en el suelo del balcón. Me extrañó y lo puse encima de un mueble afuera pensando que se le había caído a Coni, mi señora y abuela de León. Otro día Diego, mi hijo y padre del niño, y yo vimos a León guardar otros ganchos en el fondo del cajón de las servilletas. Le dije que no los dejara tan al fondo porque no los íbamos a encontrar. Contestó que él no quería que los encontráramos, pues no quería que los usáramos con él. Me acordé del otro gancho del balcón, le pregunté y confesó que era él quien lo había tirado.

La abuela Coni entonces se acordó de que un día encontró a León cerca de la puerta del balcón con una sonrisa extraña, ella cerró la puerta para que no fuera a salir. Ahí fue cuando tiró afuera el gancho sin que nadie se diera cuenta.

Muy picarito, pues no quiere que durante las comidas le pongamos la servilleta atada al cuello, sino cubriendo sus muslos, ya que, para que no ensucie la ropa, le ponemos un gancho de secar la ropa en la nuca agarrando las puntas de la servilleta.

Esta anécdota me recordó otra de cuando yo tenía más o menos la misma edad de León. Estaba en primer año de escuela primaria. El libro de español que me tocó había sido usado por mis hermanos en años anteriores. Lo que no me gustaba era que los otros niños tenían una nueva edición con diferentes dibujos y el mío ya estaba viejo. La maestra le había dicho a mi madre que sí me servía, pues el texto no cambiaba en lo esencial. Como yo quería uno nuevo como el de la mayoría de mis compañeros de clase, decidí deshacerme de él. Llega a casa y a escondidas lo tiré encima de un armario muy alto. Luego dije que se me había perdido. Mi mamá tuvo que comprarme uno nuevo y yo quedé muy contento. Claro que semanas o meses más tarde lo encontraron en el escondite, que yo ya había olvidado, y me gané un buen regaño.

Los niños no quieren ser diferentes a los demás y quieren ser más grandes de lo que son.