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domingo, 19 enero 2020

Rebobinar

NV-IMP1015.JPGEsa noche, los niños estábamos jugando en la calle como en todas las vacaciones. Probablemente estábamos jugando como siempre al escondite o al fútbol. Uno de nosotros nos dijo que miráramos por la ventana de la casa de un vecino. En la sala, todos estaban reunidos para ver, en la penumbra, la proyección de una película de celuloide que el padre de la familia había filmado durante un paseo. Había imágenes de un tren que cruzaba el campo. Era un tren a vapor que, en aquellos años, seguía circulando por la carrilera desde Bogotá hasta Ibagué.

Una vez viajé en uno igual de Bogotá a Medellín con mi padre, que era jubilado de los Ferrocarriles Nacionales. Recuerdo el típico sonido, el olor y el movimiento de los vagones. Fue un viaje muy largo en asientos no muy cómodos a una velocidad bastante baja subiendo y bajando las montañas andinas.

Cuando nos vieron desde adentro mirando por la ventana, nos invitaron a entrar. Todos entramos y nos sentamos en el suelo. Era una película muda, pero en color. Reconocimos a las personas que aparecían en ella, porque eran todos de la misma familia Guzmán.

Lo mejor fue que el padre rebobinó la película para guardarla y la vimos proyectada al revés. La gente caminaba hacia atrás y el tren, en vez de escupir el vapor por la chimenea, se lo tragaba. Todos nos reíamos a carcajadas. Aceptó proyectarla varias veces así hasta que nos cansamos. Me dan ganas de volver a reír.

18:07 Anotado en Recuerdos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: infancia, trenes, cine

domingo, 07 abril 2019

Ciudadano del mundo

IMAG2368.jpgLa ciudad que vive en mi mente es una mezcla de todas en las que he vivido y de las que guardo gratos recuerdos. De Colombia donde nací y pasé mi juventud recuerdo vagamente el pueblo cercano a la capital donde llegué al mundo pero que dejé a los tres años de edad. Imágenes de esa época lejana: la estación de tren donde trabajaba mi padre, el almacén de mi madre donde tenía su taller de costura y modistería, las cortinas rojas de mi cuarto, las gallinas, los perros, mis hermanos, el cine proyectado al aire libre en el parque y la mudanza a Ibagué donde pasé mi niñez y adolescencia. Me siento ibaguereño pues ahí crecí, recuerdo la casa de mis abuelos, mis tías, el barrio donde jugaba con otros niños, el camino al colegio, el calor húmedo y las fuertes lluvias tropicales, las sopas calientes y sabrosas a pesar del bochorno, los primeros amores y la astronomía que descubrí y practiqué en el colegio. Bogotá donde fui a estudiar ingeniería de sistemas y computación, una ciudad más fría y a más de 2600 metros sobre el nivel del mar. Una metrópoli enorme y desordenada. Nuevos amigos del país entero, nuevas experiencias y oportunidades. Me encantaba estudiar y aprender matemáticas, física, programación, electrónica, cibernética y otras muchas cosas interesantes. Después de graduarme trabajé en mi universidad investigando y dando clases. Grenoble, Francia, adonde tuve la suerte de irme a estudiar un doctorado. Nuevo idioma, nuevos amigos del mundo entero. Supe lo que era ser latinoamericano, el Tercer Mundo. Una ciudad industrial, turística y estudiantil. Ahí conocí a mi esposa y ahí nacieron nuestros hijos. París, otra metrópoli multitudinaria, donde trabajé en una gran empresa después de haber trabajado en una muy pequeña. La ciudad y los alrededores fueron el terreno de exploración para mi familia. Lo disfrutamos. Ginebra, Suiza, donde trabajé con una organización internacional la mayor parte de mi vida profesional y donde crecieron mis hijos. Una ciudad de tamaño mediano con muchas ofertas laborales y culturales. Todos estos lugares se mezclan cuando sueño y paso de uno al otro como si fueran vecinos y aledaños, aunque a menudo me pierdo en mis sueños buscando el camino en esos mundos extraños. A veces me despierto y no sé donde estoy. Me gustaría vivir en esa ciudad imaginaria mezcla de todas con toda la gente maravillosa que he conocido y que por razones evidentes ya no están cerca.

martes, 25 diciembre 2018

Espíritu navideño

NV-IMP1005.jpgEstoy de acuerdo en que la Navidad es importante por el espíritu de familia, de compartir y de estar reunidos sin importar las ideas religiosas. Imagino a los hombres primitivos temiendo que los días no dejaran de acortarse y muriera el mundo de frío en una noche eterna en esta época del año.

De niño a veces pasábamos Navidad en una finca de amigos. Nuestras dos familias eran numerosas. Los padres, la docena de hijos de muchas edades y otros familiares y amigos formábamos un grupo alegre y bullicioso. En esa época del año en el trópico hace calor y no suele llover mucho. El Niño Dios nos dejaba los regalos durante la noche mientras dormíamos. Íbamos a nadar a un río cercano o montábamos a caballo. Había música, baile, bebidas y comida típica. Rezábamos la novena y quemábamos pólvora.

Con mis hijos una vez pasamos una Navidad en las montañas nevadas de Grenoble, Francia, como en esas fotos de invierno que veíamos en Colombia y parecían de mentira. Esa vez me sentí realmente dentro de una de ellas en un pueblo blanco de nieve, con las luces y el frío. De nuevo éramos dos familias de amigos con menos hijos pero sin embargo llegamos a formar un grupo numeroso junto a la chimenea abriendo regalos, compartiendo de nuevo momentos de intercambio familiar y amistoso.

Quizás la más bonita Navidad fue hace ya como veinticinco años. Había llevado a mis hijos a ver un pesebre peruano animado en Ginebra, Suiza. Mi esposa se había quedado en casa preparando la cena. De regreso empezó a nevar y había que subir hasta la falda de la montaña donde vivíamos. El camino parecía más largo y lento. Cuando llegamos a Gex todo estaba de nuevo blanco, silencioso y luminoso como en una Navidad de postal. ¡Felices fiestas!