domingo, 08 enero 2012
Randulfo, con erre de raro
El siquiatra y el abogado se encontraron en el pasillo de la cárcel. Uno acababa de ver al acusado y el otro iba a visitarlo. Tenían que ponerse de acuerdo en la línea de defensa para el juicio. Randulfo era un cliente difícil de entender, pero no por eso iban a dejarlo sin ayuda.
Desde niño había vivido en un monasterio colgado de la montaña cerca de un pueblito olvidado en la selva. Bajaba al pueblo a vender la producción de frutas y verduras del vergel y huerto monásticos. Las malas lenguas decían que era hijo de los monjes. Era el único intermediario entre los ascetas ermitaños y los comerciantes terrenales pero casi nunca salía de allí donde no llegaba ni radio, ni televisión, ni prensa, ni electricidad. Randulfo no había aprendido a leer y si lo hizo alguna vez, ya se le había olvidado. Vivían como en un paraíso primitivo, en paz consigo mismos, en armonía con el medio ambiente.
Todo cambió desde que un vendedor ambulante perdido en la selva tropical llegó al monasterio por equivocación. Simpatizaron pues le contó maravillas del mundo civilizado. Después de vender a Randulfo la mercancía que llevaba, incluyendo un revólver con sus municiones, se fue, así como llegó, dejándole la mente cargada de sueños. Ahora quería ver si lo que le había contado era cierto, en especial lo de un tal cinematógrafo.
Al poco tiempo, lleno de emoción y nervios, decidió que era hora de ir a conocer la gran ciudad que quedaba a varios días de camino en mula. El trayecto fue largo y agotador. Al llegar por fin al destino preguntó por la sala de cine. Por primera vez en su vida vería una película. Fue una de la India que lo atrapó de inmediato en cuerpo y alma. Se sintió identificado con el bueno que peleaba contra los bandidos por el amor de una hermosa mujer. Los bailes y cantos lo hipnotizaron. Se sintió viajando por el mundo.
Salió contento porque el malo había muerto y la pareja iba a vivir feliz hasta la muerte. Vio que de inmediato pasarían otra película de las mismas. Compró una boleta y se metió de nuevo a la sala oscura. Lo que no le gustó fue ver otra vez al malo que habían matado en la primera película actuando como si nada y haciendo de las suyas. Se levantó enfurecido, sacó la pistola y empezó a disparar a la pantalla para matar por fin al malvado que había resucitado o se había salvado milagrosamente del primer filme.
Los pocos espectadores que estaban en sus butacas reaccionaron de maneras distintas. Unos se tiraron al suelo, otros ni se mosquearon creyendo que eran los disparos de la película y unos pocos más avispados se lanzaron a desarmar al loco espectador. De los tiroteos resultaron dos heridos y un muerto.
«Con mucho trabajo aprendí en mi casa a no decir mentiras, gracias a las muchas palizas que me dieron mis padres, los muchos coscorrones que me pegaron los maestros y los tirones de oreja que me aplicaron los curas. Así le cortaron las alas a mi imaginación y pude vivir tranquilo mucho tiempo», explicó con parsimonia al abogado y al siquiatra Randulfo que ahora se declaraba enemigo del cine y sus embustes y amenazaba con ir a matar al proyeccionista y al dueño de la sala.
08:00 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, cine, realidad
sábado, 04 junio 2011
A palabras obesas, oídos ponderados
Oír a menudo «está buenísimo, maravilloso, excelente, magnífico, delicioso» o al contrario, «está malísimo, pésimo, horroroso» me pone receloso. No hay términos medios, todo es exageración. Cuántas veces me han aconsejado una película, un libro o un lugar que no hay que perdérselo para terminar decepcionado después de probarlo.
Recuerdo de niño no haber podido ir a un cine con mis hermanos por estar enfermo y oírlos contar al regreso delante de mí lo buena que había estado causándome tristeza. Sobre todo que, cuando años después por fin vi la tal película, no me pareció tan buena como me la imaginaba.
En otra ocasión, un lunes durante el recreo en el colegio, unos compañeros contaban lo bueno que habían pasado el domingo jugando a no sé qué y yo lamenté no haber estado con ellos. A la semana siguiente me las arreglé para unírmeles y pasarla bien aunque no tanto como decían el lunes anterior. Sin embargo, al lunes siguiente en el recreo, contaban de nuevo a los que no habían estado que habíamos pasado una tarde maravillosa. Me di cuenta de que no había parecido tan maravillosa como lo contaban y de que probablemente la primera vez que no estuve también ha debido de ser así.
Esto pasa porque el presente se nos escapa irremediablemente y no tenemos tiempo de saborearlo. Estamos esperando un futuro mejor y añorando el pasado que no volverá, mientras quizás vivimos el mejor momento de nuestras vidas sin darnos cuenta.
No quiere decir que no disfrute preparando el futuro o recordando el pasado, pero cada cosa tiene su importancia relativa. Preparar las vacaciones o una comida o una salida forma parte integrante de lo que sucederá, lo mismo que los recuerdos que nos quedan. Otra cosa es pensar que lo último que hemos hecho es siempre lo mejor y será insuperable o al contrario que siempre habrá algo mejor por llegar. Idealizar demasiado lo único que trae son decepciones. No idealizar un mínimo nos deja sin ilusiones y desmotivados. Buscar el término medio no es tan fácil.
10:30 Anotado en Elucubraciones, Recuerdos | Permalink | Comentarios (2) | Tags: imaginación, realidad
domingo, 20 marzo 2011
Con ce se escribe caacilmsto y caáforstte
18:28 Anotado en Juego de escritura, Lengua | Permalink | Comentarios (0) | Tags: pesadilla, realidad