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domingo, 02 noviembre 2014

Mongolia y Mozart

 

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Una bonita misa breve compuesta por Mozart a la edad de 12 años interpretada en Morges me dejó pensando en la vida corta e intensa que tuvo ese genio de la música. Después de tanto tiempo solo nos queda su recuerdo. Para un primero de noviembre y un día de todos los santos, es interesante relativizar la muerte. El concierto también rendía homenaje a tres compositores más de la época de Amadeus, aunque mayores que él: Caldata, Marcello y Graupner. Son menos conocidos del común de los mortales y sin embargo parece que influenciaron al famoso compositor austriaco. ¡Cuántos humanos han pasado por la Tierra sin que ahora nadie los piense!

Julián dirigió muy bien el concierto. Los solistas estuvieron muy bien. Me impresionó el contratenor. Hoy a las 5 es la última presentación que será en el templo de Rolle. Vale la pena.

¿Y qué tiene que ver Mongolia con este asunto?

Antes de ir al concierto paseamos por Morges. El atardecer soleado estaba magnífico aunque un poco frío. Habíamos llegado muy temprano para el concierto. Los colores del lago y las montañas daban la sensación de hacer flotar los veleros en el aire. Entramos a un bar para matar el tiempo tomando té.

Cuando llegó la hora de cerrar ese bar, salimos a buscar un restaurante. No había muchos abiertos. Encontramos uno indio que parecía bueno. Tuvimos el tiempo justo de comer el menú de degustación vegetariano, que resultó delicioso pero que no pudimos terminar. Salimos corriendo hacia al concierto.

La joven que nos atendió no era india. No sabíamos si era china, vietnamita o coreana. Nos dijo que era de Mongolia. Parecía muy joven. Dijo que tenía 27 años y un niño de 6. El resto de su familia estaba en su país de origen. Hablaba francés con dificultad. Solo ayudaba esa noche que faltaba un mesero.

¡Qué lejos estamos de Mongolia! Seguro que Mozart ya llegó allá hace años o siglos. Me quedé pensando en lo que hace que una persona de Mongolia se venga desde tan lejos a vivir por aquí. Supongo que muchos dirán lo mismo de mí, pero eso no lo pensé ni lo imaginé cuando crucé el Atlántico por primera vez.