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domingo, 11 diciembre 2011

Ahorrar o derrochar, esa es la cuestión

NV-IMP787.JPGEl notario siempre los ponía nerviosos pues los citaba a una hora para atenderlos una hora después. Conocían la sala de espera de memoria. Se había convertido en un intermediario obligado desde que se pelearon definitivamente con Patricia hacía años. Había sido la hija preferida de sus ricos padres, quizás por lo excéntrica y original que fue desde niña, y había heredado la mayor parte de sus bienes. William y Benedicta sospechaban que había falsificado el testamento de sus padres o que los había envenado. La creían capaz de cualquier maldad. Esperaban por lo tanto que se muriera para recibir la parte que creían que les pertenecía. Como ella no tenía hijos ni esposo, todo les tocaría a ellos. Pedían cita con el notario una vez al año con ansias de que hubiera llegado el momento tanto deseado. Patricia no les dejaba llegar ninguna noticia. Lo peor era que los años pasaban y menos tiempo les quedaba para disfrutar de esa merecida herencia que con seguridad habría aumentado. Su condición de mellizos los había unido más de la cuenta.

Desde niña había sabido ganarse el primer puesto en el corazón de los padres, pero a escondidas, era una verdadera tirana maligna con sus hermanos. Nunca entendieron por qué. Cuando llegó la adolescencia los martirizó a toda la familia con sus crisis cíclicas de bulimia y anorexia que casi la matan. Benedicta y William estaban felices pensando que Patricia moriría joven y por fin los dejaría tranquilos.

Patricia pudo viajar sola al extranjero desde joven, mientras que ellos por enfermizos tenían que quedarse en casa todas las vacaciones. Ella se casó joven y se divorció muy pronto. Se casó y divorció varias veces. Después vinieron una serie de amantes de todo tipo con quien nunca se estabilizó. Su vida fue un desorden organizado hasta la muerte de sus padres. A partir de ese momento tomó las riendas de la empresa y se puso a trabajar como nunca alejando a sus hermanos de los negocios familiares y arrinconándolos a las mínimos espacios que le permitían la ley.

Los mellizos tenían dinero para vivir sin trabajar. Ese no era el problema. Lo que no soportaban era que Patricia los hubiera excluido así y que su hermana mayor los despreciara y los odiara a tal extremo. Por más de que contrataron los mejores abogados, Patricia siempre salió ganando.

El notario vino por fin a atenderlos. Entraron en su oscuro despacho decorado con muebles de madera antiguos y con pilas de documentos por doquier. Siempre se preguntaban cómo hacía para encontrar algo en semejante desorden.

-      Por fin les tengo buenas noticias- dijo el notario-. Patricia murió hace unas semanas. Todo se ha mantenido en secreto según su voluntad. Tengo el testamento aquí en dos sobres sellados que solo puedo abrir en presencia de ustedes dos.

-      ¡Gracias a Dios! Al fin nos llegó la hora- dijeron aliviados.

Los sobres de color amarillo estaban dentro de otro de plástico transparente y del mismo tamaño. Desde fuera no se podía leer nada pues las caras escritas estaban justamente en el interior una contra otra. Al romper la bolsa que estaba pegada herméticamente al vacío el aire infló el interior y el notario sacó las dos cartas con parsimonia. No tenía ni idea de lo que contenían. Uno decía «este sobre es válido si muero cuando esté de vacaciones» y el otro «este sobre es válido si muero cuando esté trabajando».

-      ¿Cuál de los dos es el bueno?- preguntó Benedicta.

-      Abramos primero este- contestó-. Tengo que contarles que desde hace años Patricia tomó una costumbre muy extraña. Pasaba casi todo el año trabajando sin cesar. Adicta al trabajo como si fuera el centro de su vida, como si fuera su único refugio noche y día sin descanso. Se comportaba como si no hubiera nada más que hacer. Durante el verano, exhausta de tanto trajín, tomaba dos meses de vacaciones para recuperarse. Me prohibió terminantemente que se lo contara a ustedes. Sabía que nos vemos una vez al año. Esas eran sus órdenes.

William y Benedicta se miraron sorprendidos e imaginándose lo peor. La carta decía simplemente: «doy todo lo que tengo a mis hermanos». Ellos se alegraron como nunca pero como el notario puso mala cara, empezaron a preocuparse. Les explicó que ese sobre era el que había que abrir si Patricia moría durante sus vacaciones y como no era el caso, el válido era el otro que decía simplemente: «doy todo lo que tengo a mis empleados y no le dejo nada a mis hermanos».

-      Lo siento mucho- dijo el notario tras una larga pausa. Da igual. No sé por qué, pero Patricia se las ingeniaba para gastar todo lo que tenía durante sus vacaciones, despilfarrando, derrochando sin límites, regalando a quien menos uno se imaginaba, pero volvía como loca al trabajo hasta que recuperaba y acumulaba el dinero perdido. De cualquier manera, a ustedes no les hubiera tocado nada.

-      Eso era lo que temíamos, pero lo peor es que nunca sabremos por qué lo hizo y por qué siempre fue tan mala con nosotros- contestaron los mellizos con una cara larga y triste.