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domingo, 27 diciembre 2009

Ojos que no ven y paredes sordas

NV-IMP579.JPG«¡Que bueno! Todos duermen y podemos charlar!», dijo la joven del cuadro más grande de la sala, una mujer desnuda con candongas rojas enormes. «Sí, lo malo de la Navidad es que se reúne la familia, los mayores por hablar se acuestan tardísimo, los pequeños se levantan temprano a jugar. Nos dejan pocas horas para divertirnos», refunfuñó el piano desperezándose. El árbol de Navidad, saliendo de su letargo, todavía encendido, se sacudía incómodo por sus adornos que se balanceaban como niños en un parque lleno de columpios. Un juego electrónico se quejaba de que sus nuevos dueños lo habían mareado de tanta manipulación. «Es nuestro destino. Al comienzo por la novedad no nos dejan un minuto tranquilos, pero con el tiempo terminamos abandonados en el fondo del cajón de los juguetes viejos», comentó. El viejo sofá que había vivido tantas navidades se quitaba con parsimonia y en silencio unas fastidiosas boronas de comida. «Estas fiestas son muy materialistas. Ya no tienen magia. Antes se creía en Papá Noel, el Niño Dios, en los Reyes Magos. Temíamos que el invierno terminara comiéndose al sol y el frío nos matara lentamente. El misterio de las estaciones se calmaba con supersticiones llegadas de tiempos prehistóricos. Hoy todo es consumo y gasto inútil», dijo un reloj de péndulo alto y viejo desde su rincón. De los cuadros se bajaron tres jóvenes que estaban en un bar bebiendo y hablando. De una caja de CD con la colección completa de obras de Mozart salió la imagen del gran músico y se sentó a tocar unos conciertos para piano. Unas mariposas de madera que antes colgaban del techo ahora revoloteaban por la pieza en compañía de un colorido tucán escapado de una totuma artesanal. El sofá debatía animadamente con el reloj diciendo que el cuento del Papá Noel, ese personaje extranjero a la familia, entrando por la chimenea cargado de regalos era una alegoría del subconsciente sexual de los humanos, que era como una fertilización, el mismo acto sexual. El reloj se reía y decía que no, que todo era religioso en la vida y que aún los ateos se aferraban a su racionalidad para soportar el peso del futuro incierto. De pronto una pared gritó: «¡Silencio! Alguien nos está espiando». Todos se petrificaron buscando al intruso. Un ratoncito aprovechó para atravesar corriendo hacia su cueva con un pedazo de queso sobreviviente de la cena. Un par de ojos miraban atónitos la escena desde la puerta de la sala. Eran de una niña de cuatro años que no podía dormir y se acababa de levantar. «¡Rápido! A sus puestos», ordenó la pared. Todos obedecieron. La normalidad volvió a llenar la habitación. La pequeña siguió su camino y fue a pedir agua a sus padres. «Menos mal que era ella. Aunque cuente lo que vio, nadie se lo creerá. A ver si llevamos a las paredes al ORL pues me parece que se están quedando sordas», dijo enfadado el piano y se durmió de un golpe.

Comentarios

Me ha gustado bastante la historia que nos has contado aqui, relata bastante bien la realidad navideña que va sucediendo estos dias, unos hablan, otros discuten, y otros duermen.

Anotado por: Viajes | domingo, 27 diciembre 2009

bonnes fetes de fin d'année,à toi et aux tiens
bises Nelson

Anotado por: angel | domingo, 27 diciembre 2009

Recien hoy me pude tomar un tiempito para leerlo y poner el mio, te quedó bien con un buen final. :-)

Anotado por: vivi | martes, 05 enero 2010

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