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viernes, 20 diciembre 2013

My imagination… What else?

NV-IMP859.JPGCientos de veces he echado gasolina en esa estación sin haber sentido algo parecido. Era una fría mañana de invierno. La vi bajar de su carro cuatro por cuatro blanco delante de mí mientras me preparaba poniéndome bufanda, gorro y guantes para bajar a echarle gasolina al mío en el Grand-Saconnex, cerca de la Place de Carentec.

Nuestras miradas se cruzaron y alguna chispa eléctrica conectó nuestros cuerpos a distancia. Quizás solo fue un destello de su dirección a la mía, pero deseaba que fuera recíproca. Era bonita, de pelo negro, ojos oscuros, dentro de una falda blanca ajustada que resaltaba su silueta, con una alegre gorra roja de lana que cubría con elegancia y holgura su cabeza, tacones altos que le daban un porte de modelo a pesar de la poca gracia de tener una manguera de gasolina en la mano. Podía ser latina, italiana o norafricana. Era como si Mónica Belucci, Penélope Cruz o Beyoncé estuviera frente a mí, pero estábamos muy lejos para improvisar una conversación.

Terminamos al tiempo. Nos dirigimos a pagar. Ella llegó primero a la puerta y yo detrás feliz admirándola. En la caja la empleada atendía a otra mujer. A la izquierda en una mesa de bar tres hombres sentados charlaban tomando café.

Mi admirada en lugar de hacer cola se fue a escoger una bebida en un refrigerador a mi derecha. Esperé a que volviera sin quitarle el turno. Nos cruzamos de nuevo la mirada. Ella como diciendo siga usted y yo dándole el lugar que le correspondía. Me sonrió y se puso frente a mí cuando con mi mano y una sonrisa le señalé que le cedía el puesto.

Era un poco más alta que yo, aunque no sé si descalza lo sería tanto ya que sus zapatos de tacón eran muy altos. Su falda blanca ceñía unas nalgas provocativas y bellas. Una chaqueta de cuero de color marrón claro le cubría la espalda. A mi izquierda el grupo de hombres paró la conversación para admirarla, pero con risitas trataron de disimular su entusiasmo. Ella ni se inmutó.

Llegó su turno. Habló en francés sin acento particular. Claro que no estaba yo tan pegado como para darme cuenta de cada palabra que pronunciaba. Salió sin mirarme. Pagué sin prisa pensando que ya se iría para siempre de mi vida.

Cuando regresé a mi auto ella estaba encendiendo el suyo. Vi la placa de inmatriculación de la Alta Saboya con su número 74 característico. A esa hora de la mañana el tránsito estaba pesado. Al salir de la gasolinera todavía el carro de mi bella vecina esperaba el momento oportuno para entrar en la circulación. Lo hicimos uno tras otro cuando el semáforo pasó a rojo y nos dio un respiro. A partir de ese momento mi imaginación se disparó.

Aunque veía difícilmente su silueta desde atrás, me decía que podría estar mirándome por el retrovisor. Los tres semáforos que nos separaban de la Place des Nations me dieron tiempo de pensar que yo me bajaría de repente para proponerle a través de su ventanilla que fuéramos a tomar un café en el Hotel Intercontinental para conversar un rato. Sorprendida, después de mirar su reloj y ver que el tiempo podía esperar, aceptaría. Aplicándome al máximo trataría de cautivarla hablando sin escrúpulos mientras admiraba de reojo sus pechos generosos y su boca roja tentadora sin dejar de fijarla a los ojos. Tras media hora de charla habríamos decidido que el precio exorbitante del hotel de lujo no era óbice para subir a conocernos íntimamente a una habitación con vista al lago.

Otra posibilidad sería que al llegar a su ventanilla me daría cuenta de que en el asiento trasero un nene me miraba sorprendido y solo me quedaba la posibilidad de darle mi tarjeta de visita con la esperanza de que me llamara en pocos días.

Podría ver también que en la parte trasera de su campero llevaba un león enorme que me rugiría con furia o un perro dóberman que se pondría a ladrar y a mostrarme los colmillos.

La peor imagen fue ver a un matón sentado a su lado acechándome con furia, bajarse de inmediato para hacerme volver a mi carro a patadas y puñetazos.

De todas formas por más de que traté de ver una última vez sus ojos a través del retrovisor, no pasó nada.

Cuando nuestros caminos bifurcaron sin remedio me pregunté qué hubiera hecho mi esposa si en una estación de gasolina se encuentra con Georges Clooney, Brad Pit o Cristiano Ronaldo o alguien muy parecido. Mejor ni pensarlo.

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