domingo, 06 septiembre 2015
Cien años de soledad
Acabo de terminar seis semanas de intensa labor del curso que me gustó mucho por la organización, los vídeos, los ejercicios, los temas, los profesores y organizadores y los interesantes comentarios de los participantes. Gracias a todos (#FLMacondo, #LeerAMacondo, #ReadingMacondo). Releer las obras de GGM fue un placer. Espero poder seguir la segunda parte que han anunciado. Véase https://www.futurelearn.com/courses/macondo-gabriel-garci... .
Analizando la novela aprendí a ver mejor lo cíclico en la vida de la familia, las cuatro partes que la componen en forma de tiempos míticos (al comienzo y al final) y tiempos históricos (en el medio) relativos a la historia de Colombia con las guerras civiles del siglo XIX y la compañía bananera en el siglo XX (esos cuatro ciclos son como la vida de Macondo: niñez, adolescencia, adultez y vejez), el homenaje de la literatura que se hace hacia el final y la aparición de personajes reales como el mismo Gabriel García Márquez, su esposa, sus hijos y sus amigos de la costa, la relación con otros textos del mismo autor en los que se ve ya cosas que pasan en Macondo o a su alrededor.
He conocido personas que han leído Cien años de soledad y no les ha gustado, supongo que porque no han sido cautivados por el «realismo mágico», pero en general ha sido una obra que ha gustado a millones de lectores del mundo entero. A mí me encantó cuando la leí hace más de cuarenta años, a tal punto que entonces pasé un fin de semana largo a leerla sin parar. Ahora he disfrutado leyéndola con otros ojos ya que había olvidado muchos detalles. Entiendo mejor por qué se considera una obra maestra de la literatura universal.
Desde el título se ve la clave del libro pues describe cien años de aislamiento y soledad de todo tipo. El concepto de aislamiento en los ámbitos económico, interpersonal, geográfico e histórico de esta novela me hace pensar en dos obras: Robinson Crusoe de Daniel Defoe (1719) y La carretera de Cormac McCarthy (2006). Los dos libros tratan de la supervivencia en la naturaleza lejos de la civilización. Económicamente: los personajes tienen que vivir por sus propios medios; interpersonalmente: hay una relación muy fuerte entre dos personas que se asocian para luchar y sobrevivir; geográficamente: en la primera es en una isla del Pacífico después de un naufragio, la segunda en un mundo postapocalíptico después de una guerra que ha aniquilado el planeta dejando muy pocos sobrevivientes e históricamente: la desconexión es tal que no hay forma de saber lo que pasa en el mundo. En Macondo, las cosas no llegan a tal extremo, pero hay cierta relación.
En el mundo hemos tenidos países o lugares aislados como Macondo: Albania y Berlín, por ejemplo. Actualmente queda también Cuba y Corea del Norte. Es curioso.
Cuando leí esta novela por primera vez, al cabo de pocos capítulos, tuve que dibujar yo mismo el árbol genealógico e irlo completando para no perderme en ese vericueto de nombres.
Uno de los personajes que había olvidado es Amaranta. Su historia se repite en Remedios, la Bella. De manera diferente e inexplicable, las dos rechazan a los hombres que se enamoran de ellas. Amaranta sin embargo se deja tentar por el amor platónico y llega casi a probar el amor físico con su sobrino. Remedios, la Bella, es impermeable a esas pulsiones. Las dos son exageraciones muy de Macondo, aunque Amaranta parece más real que su sobrina.
Las formas de ser que se repiten entre los diferentes Aurelianos y José Arcadios que hasta tienen amoríos con la misma mujer me hicieron pensar en esas antiguas familias numerosas de seis, ocho y hasta diez hijos en las que uno veía parecidos físicos o de forma de ser que delataban el parentesco. Lo curioso es que en la familia Buendía (fuera de los 17 Aurelianos) las parejas tenían solo dos o tres hijos.
Los nombres dan la personalidad a los personajes de la novela de manera ineluctable. Es muy gracioso y bien logrado. En mi familia el nombre que se repite es Camilo; mi padre, un hermano y dos sobrinos lo llevan sin que les dé una característica especial como en la novela.
Úrsula es la que le pone orden y lógica a Macondo por su forma de ser tan pragmática, pero sin el contrapeso y la energía imaginativa e ilusoria de José Arcadio y la magia de Melquíades, el todo no podría funcionar. Son como la oposición de las velas y el viento que una nave necesita para avanzar.
En la primera página de la novela dice GGM: «El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Me hizo pensar en el Génesis de la Biblia, donde Dios crea las cosas con solo nombrarlas: «hágase la luz y la luz fue hecha». Cuando llega la peste del insomnio a Macondo y su corolario de la pérdida de la memoria, se empieza a padecer una especie de alzhaimer generalizado con el olvido de los nombres de las cosas y luego el olvido de para qué sirven y luego el olvido de la capacidad de lectura con el riesgo de llegar a una especie de idiotez total sin pasado.
Es como una vuelta atrás a la creación del mundo por falta de memoria y de palabra. El primer remedio gracioso y absurdo fue poner etiquetas a las cosas y definiciones a los objetos para tratar de capturar la memoria de manera escrita. Es un homenaje a la escritura como recurso para almacenar la memoria. Me hizo pensar en los jeroglíficos egípcios o mayas que parecían sin sentido hasta que se descifraron y surgió una rica historia olvidada. En El otoño del patriarca, GGM juega de nuevo con la memoria haciendo que el viejo dictador tenga que esconder papelitos en las grietas de las paredes para recordar cosas importantes, pero al cabo del tiempo no le sirve de nada, pues encuentra notas indescifrables que dicen cosas como «hoy es martes» o «me llamo Juan» sin entender de qué se trata.
Después de los años primitivos de fundación de Macondo empiezan a llegar forasteros que representan la autoridad oficial, la iglesia, el comercio y el mundo convencional de la época. Son los primeros años de la independencia del país con sus ideas de organización política de todo tipo que llevan a las guerras civiles. El pueblo crece y se organiza poco a poco, pero sufre periódicamente los efectos de la violencia aunque su aislamiento lo preserva de la destrucción.
El coronel Aureliano Buendía quiere cambiar el país y acabar con los conservadores de la misma manera que su padre pudo fundar Macondo y organizarlo a su antojo. El poderío de la familia está muy bien instalado, representado en particular con las propiedades que José Arcadio hijo ha recuperado de manera abusiva. La economía de trueque ha cambiado por un sistema de dinero circulante y de intercambio de mercancias. La gente no ha cambiado tanto, pero poco a poco se informa de lo que hay en otros lugares del país y del mundo. Habría que seguir la transformación de la calle de los turcos que es quizás la que más cambia periódicamente en toda la novela, lo mismo que la tienda de Catarino.
Después de varios intentos de comunicar a Macondo con el resto del mundo, logra Aureliano Triste traer el ferrocarril al pueblo. Ese medio de transporte es el que sirve para que llegue la compañía bananera con su prosperidad y trabajadores que iban a transformar a Macondo. Cuando la compañía se va después de las huelgas y los muertos, el tren sigue circulando casi sin pasajeros permitiendo así el contacto con el mundo exterior a Macondo pero ya casi no llegan novedades. Es el mismo tren de Los funerales de la Mamá Grande. Es como si ahora sirviera solo para irse del pueblo.
Es importante subrayar que es en el tren que llevan al mar los cadáveres de los huelguistas. Mi padre que tenía 19 años en 1928 y prestaba el servicio militar en ese momento, tuvo que ir a la costa y contaba que en efecto había trenes llenos de muertos en las babaneras. Lo había impresionado mucho. Años después trabajo con los ferrocarriles de Colombia hasta su jubilación siendo un sindicalista muy activo. Es una lástima que los trenes no funcionen más en Colombia.
En La hojarasca se describe un Macondo después de los estragos dejados por la compañía bananera que ya se ha ido. La prosperidad se ha terminado, el pueblo empieza a morir. En la introducción, se dice que la hojarasca se ha metido en el pueblo y ha dejado gérmenes en la tierra. Llegó y se fue como un viento huracanado. Al final de Cien años de soledad el viento destruye al pueblo, es como si la hojarasca que había contaminado las raices de Macondo se hubiera despertado para arrasar con todo.
La familia Buendía y Macondo son uno solo. El hecho de que ya nadie se acordara del coronel Aureliano Buendía y lo consideraran una leyenda es muy diciente. Me recuerda el título del libro de Hector Abad Faciolince, El olvido que seremos, que a su vez es un verso de un poema de Borges. Millones y millones de vidas y de familias que han pasado por el planeta y de las cuáles nadie recuerda ya nada. En comparación lo que queda escrito en los libros es nada.
21:57 Anotado en Libros | Permalink | Comentarios (0) | Tags: gabriel garcía márquez, literatura, cursos
martes, 01 septiembre 2015
Trenes de cremallera
No dejan de impresionarme esos trenes que suben por cuestas tremendas hasta las cimas de las montañas como si fueran funiculares o ascensores. En los Alpes suizos hay muchos.
Hace años estuve paseando un fin de semana por los lados de Grindelwald. El organizador nos llevó desde Ginebra usando muchos tipos de transporte incluyendo trayectos a pie, tren, teleférico, autobús y barco. Llegábamos a paradas de bus, estaciones de tren, restaurantes o albergues escondidos en la montaña donde puntuales nos estaban esperando.
Por eso el sábado pasado estuve en la región de Interlaken subiendo al Schynige Platte, que quiere decir «esquisto brillante» pues es la formación geológica más común en esa montaña. El tren sube en una hora de unos 600 metros a casi 2000. Tuvimos suerte de que el clima estuvo magnífico con cielo azul, sol radiante y calor razonable. No paramos de tomar fotos. Al comienzo del ascenso se ven los dos lagos de Thun y Brienz y entre ellos la ciudad. Después aparecen espléndidas las cumbres nevadas de unos cuatro mil metros de altitud entre las cuales las más famosas son el Eiger, Mönch y Jungfrau (es decir, el Ogro, el Monje y la Doncella o Virgen).
En la estación final hay un restaurante panorámico y un jardín botánico con la flora alpina representada en más de seiscientas especies con su hábitat reconstituido. Además el grupo (en mayoría suizos) resultó simpático lo mismo que los guías.
Ahora quedé con ganas de ir al observatorio de la Jungfrau todavía más arriba, eso sí, un día tan bueno como el del fin de semana pasado. Voy así almacenando recuerdos muy bonitos.
21:56 Anotado en Naturaleza, Viajes | Permalink | Comentarios (2) | Tags: suiza, trenes, montaña, paseos