domingo, 06 mayo 2012
Teatro, fotografía, destilería y pintura
Estas palabras resumen cuatro actividades que disfruté en estos últimos días.
Primero una pieza de teatro de la compañía Mar y Cordillera de Ginebra. El título, Nada es lo que parece… Mirages, los autores, Aaron Sthioul y Rubén O. Reynoso, los actores aficionados latinoamericanos y suizos algunos que conozco personalmente y otros que ya vi actuar con ese mismo grupo. Fue un rato divertido con mucho público y calor, tanto en la temperatura como en el ambiente. El tema es la apariencia en muchos sentidos: la amistad falsa y verdadera, el interés, el engaño, el complot, las trampas, la apariencia física, la moda. Un poco de todo, con momentos jocosos y a veces hasta vulgares, pero divertidos. Me parece un buen pasatiempo para grandes y chicos eso de practicar teatro. Además fue en español, con muchos acentos que también disfruté.
El jueves pasado estuve en la inauguración de una exposición de fotografía de Hermann Fahrenkrug, un amigo alemán que vivió en Ferney-Voltaire de 1994 a 2009 cuando murió trágicamente. Era sociólogo, especialista de toxicomanías, cofundador de la asociación Contacts Cultures Cuisines. Era fotógrafo aficionado que expuso varias veces en la región. Ahora su viuda y su hija le rinden un pequeño homenaje con esta selección de imágenes en blanco y negro que trata temas que le llamaban la atención y que yo resumiría como: la vida nos sorprende pero sigue su marcha. Me parece verlo con su cámara tomando fotos en fiestas, bares o en el mercado. Fue emocionante estar ahí. Además en esas ocasiones uno se encuentra con mucha gente conocida que no ve a menudo y da gusto charlar con ellos.
Ayer aprovechamos un viaje a Martigny organizado por el servicio cultural de Prévessin para ir a ver la exposición sobre retratos de la colección del Centro Pompidou de París. Quería ir a verla en estos días cuando descubrí ese viaje en autobús que permite estar en grupo, no tener que manejar y hasta dormir durante el trayecto. Me parece muy buena idea y trataré de aprovecharlo en el futuro.
En la mañana visitamos una destilería suiza que ya tiene 123 años de existencia. El principal producto de exportación es la Williamine, un aguardiente de pera con 43 grados de alcohol, reconocido mundialmente. Lo más interesante, fuera de las explicaciones de fabricación de toda la gama de licores, fue la automatización del proceso que permite al enólogo controlar todo gracias a su teléfono. Nos mostró cómo al recibir un SMS de alerta puede ver el estado de cada alambique y manipularlo a distancia si es necesario. También puede encender la luz de la fábrica y ver con una webcam si todo está en orden. Parece de ciencia ficción.
Terminamos con la interesante y variada exposición de retratos que son un panorama de obras de pintores famosos de finales del siglo XIX y comienzos del XX: Picasso, Matisse, Modigliani, Henri Laurens, Fernand Léger, Giacometti, Antonin Artaud, Francis Bacon, entre otros. Me llamaron particularmente la atención un cuadro de Victor Brauner, Prestige de l'air de 1934, que es como un robot que muestra sus entrañas como esos cuadros surrealistas de Dalí y una cara de Calder hecha de alambre que tiene un volumen y una presencia impresionante a pesar de las pocas líneas que la delimitan. Estas dos obras me recordaron otras realizadas por mi hijo.
Para completar la exposición, hay una colección de fotografías del fundador de la fundación que organiza estas exposiciones tan exitosas. Se trata de fotos tomadas en los años cincuenta por Leonardo Gianadda cuando realizaba reportajes fotográficos en el mundo entero. Interesante recorrido por temas que reúnen fotos de años y lugares distantes: el agua, los niños, los canastos, los uniformados y muchos más.
Me considero con suerte de poder disfrutar de estas cosas en esta región, pues me hace ver el mundo con nuevos ojos cada vez y eso aviva mi curiosidad y las ganas de seguir viviendo.
11:10 Anotado en Espectáculos, Exposiciones | Permalink | Comentarios (0) | Tags: vida, sorpresas, fotos, arte
domingo, 24 enero 2010
Muerto de furia
El que quiere de esta vida todas las cosas a su gusto,
tendrá muchos disgustos,
Francisco de Quevedo
Siempre fue difícil complacerlo. Desde pequeño fue un tirano con sus hermanos: celoso, egoísta, dominante y peleador. En el colegio, igual: quería mandar en los juegos, era pesadísimo con los profesores, exigía buenas notas, pero no estudiaba suficientemente. Hasta con el profesor de historia se peleaba, ya que si hubiera sido Julio César, Napoleón o Bolívar, él hubiera hecho todo diferente. Estudió derecho para cambiar el país y fue de izquierda para cambiar el mundo. Se casó varias veces pues era tan exigente con sus mujeres que terminaba enamorado de otras aparentemente más perfectas, pero al fin y al cabo llenas de defectos según él. El hombre nuevo no surgía según las teorías comunistas, el gobierno no acababa con la pobreza, el marxismo no era lo que pensaba. Decepcionado, se convirtió en capitalista para invertir sus riquezas en el bien común, pero evidentemente mucho después de haber llenado sus bolsillos. Sus hijos nunca llegaron a la altura de sus esperanzas. Creía formarlos a la imagen de sus ideales, pero resultaron más burgueses y conformistas a sus ojos que toda su familia. Invirtió millones en fábricas de jabón para limpiar la suciedad del país y hacer a la gente más blanca, sacándolos de la cochambre. Esclavizó a empleados y no ganó nada. Sus exigencias le trajeron cada vez más enemigos. Andaba de mal genio insatisfecho con el mundo que le había tocado vivir sin haber logrado cambiarlo ni pizca.
Lo peor sucedió cuando murió por primera vez. Los médicos le aconsejaban calma, distanciamiento, tolerancia, distracciones y pasatiempos; él continuaba su exceso de trabajo y actividades. Un día lo encontraron pálido, tirado en el piso, tieso como piedra, con la boca llena de espuma y los ojos abiertos mirando el cielo raso. No pudieron reanimarlo. Los médicos decretaron que estaba muerto. Fue un descanso para todos. Nadie lo lloró. La gente se desahogaba contando lo malo que había sido, recordando sus berrinches y pataletas cuando nada salía como quería. ¡Por fin nos dejará descansar en paz! En medio del velorio de repente se oyó un grito, la tapa del ataúd se abrió de un solo golpe, el muerto se levantó y bramando trató a todos de imbéciles e inútiles pues lo que tenía era un ataque de catalepsia que nadie había sido capaz de diagnosticar. ¡Casi lo entierran vivo! Se escandalizó por la mala calidad del ataúd que tuvo que soportar varios días incómodamente. Echó a todos a gritos a la calle. Demandó a sus médicos, despidió a los inconcientes empleados que lo criticaron mientras él luchaba por revivir y desheredó a su familia.
Hasta su segunda y verdadera muerte, años después, no cesó de criticar, martirizar y explotar a su entorno. La verdadera muerte le llegó de un infarto fulminante. Ningún médico se atrevía a certificar que estaba muerto por miedo a las consecuencias de una segunda catalepsia mal diagnosticada. Solo cuando el cuerpo empezó a descomponerse, los galenos firmaron el acta de defunción. ¡Qué alivio para todos incluyendo al muerto!
08:00 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, vida, corto
martes, 12 enero 2010
NN
If there is anything in the world more annoying than
having people talk about you,
it is certainly having no one talk about you.
Oscar Wilde
Su vida había pasado por períodos de subidas y bajadas que duraban más o menos diez años. Fue el único hijo de una familia de clase media que lo tenía muy consentido, en un mundo protegido de la adversidad hasta el divorcio de sus padres. A partir de ese momento le tocó vivir en internados que no pudieron compensar la ausencia de su madre encerrada en un manicomio y de un padre demasiado ocupado con sus negocios y su nueva mujer.
A los veinte años empezó a estudiar una carrera de moda, gracias a la cual consiguió un trabajo bien pago y un círculo de amigos que lo apreciaban por su simpatía y nivel de vida; sus fiestas eran famosas. Se casó con una hija de ricos políticos que le abrieron las puertas de muchos negocios interesantes y al reconocimiento de la alta sociedad. Su foto salía a menudo en las revistas chismosas junto a actores, artistas, escritores, cineastas, periodistas y otra gente de mundo muy popular.
A los treinta años decidió cambiar de vida completamente, harto de la visibilidad superficial que había alcanzado. Vendió todo, se divorció y se fue a viajar por el mundo. Terminó ese primer periplo a los cuarenta años en una isla del Caribe donde era un desconocido y donde se instaló poco a poco, sin querer, abriendo un hotel restaurante para recibir a turistas del mundo entero. Vivía con una francesa que tenía una peluquería muy chic en su hotel donde se peinaba y maquillaba la gente adinerada del lugar. Nunca quiso tener hijos; prefería la independencia. Su negocio creció en notoriedad. Se dejó implicar en actividades sociales y culturales de la isla hasta entrar en la política. Su influencia crecía al mismo ritmo que su gordura y riqueza. La mafia resultó involucrada en sus negocios y sin darse cuenta estaba convirtiéndose en un lavador de dinero sucio. Una corazonada y los comentarios indirectos de la prensa local lo pusieron en la pista de la manipulación y logró, arriesgando su vida, alejar las malas influencias.
Harto de tanto escándalo a los cincuenta años decide abandonarlo todo, incluyendo a su mujer, e irse a vivir a un pueblo a la orilla del Amazonas donde nadie lo conocía. La vida apacible en medio de la naturaleza salvaje le fue consumiendo sus energías y sus nervios cansado de luchar contra traficantes de animales, contrabandistas y políticos inescrupulosos y corrompidos.
A los sesenta años regresa a su ciudad de origen con muchísimo menos dinero que con el que partió, a un lugar donde ya nadie lo conoce, donde sus antiguos amigos ya están muertos o viven lejos de ahí, donde solo hay gente que tiene una forma de ser extraña y novedosa para él, pero en busca de lo que nunca logró en su vida agitada y aventurera: encontrarse a sí mismo.