viernes, 06 enero 2023
Vacaciones de abuelo
Ahora que estoy jubilado, estoy de vacaciones permanentes, pero a veces me siento más de vacaciones que de costumbre, especialmente cuando mi nieto está en casa. Me divierto viéndolo crecer y sorprendiéndonos con sus apuntes.
Ahora en diciembre llegó con la novedad de que ya sabe amarrar los cordones de sus zapatos. Me dijo: “abuelo, ya sé amarrarme los zapatos” y lo demostró de inmediato. Apenas tuve tiempo de tomarle un vídeo. Lo hace bien, aunque no usa exactamente los dedos como yo. Le hice caer en la cuenta de que es un gesto ancestral que aprendemos de padres a hijos desde tiempos inmemoriales. Hasta los simios saben hacer nudos, pero no siempre somos conscientes del aprendizaje. Otra etapa es saber deshacer nudos. Claro que, si fuéramos marineros, tendríamos muchos nudos en nuestro haber. Hasta hay un nudo que se llama Nelson, pero que (todavía) no sé hacer.
Como está aprendiendo a leer y escribir, le gusta practicar. La carta al Papá Noel fue uno de esos ejercicios. Lástima que no se me ocurrió tomarle foto antes de que la metiera en el buzón del correo. En francés es más complicado que en español, por su ortografía más etimológica y menos fonética, con sus acentos y homofonías. Me encantó verlo cómo pronunciaba lo que quería escribir y luego intentaba pasarlo al papel. En el mercado, le hice leer los nombres de frutas y verduras. Ahí le servía ver el objeto para adivinar lo que estaba escrito. Pero como a veces el aviso está en mal sitio o no correspondía, fue divertido hacerlo caer en trampas. “Eso no es una papa o eso no es una cebolla”, decía.
Lo llevamos a un mercado de Navidad en Ginebra. Subimos a la rueda de Chicago (o noria, como dicen en España). Cuatro vueltas con bonitas vistas de la ciudad y el lago. Estuvo feliz mirando los automóviles y la gente desde arriba. Las luces y los puestos de ventas de todo tipo lo hicieron decir: “es la Navidad más bonita que he pasado”. Creo que fue ese día en el camino que vio el Monte Blanco a lo lejos y lo llamó “le bien nommé” (el bien llamado). No sabe uno de dónde saca esas palabras a su corta edad.
Lo llevamos al circo de Navidad en Ginebra. Todos estuvimos contentos con el espectáculo, que se ha renovado, pues ya no hay animales. En este, lo más diferente fue un grupo de jóvenes mujeres que bailaban coreografías con vestidos como de cabaré, entre los espectáculos tradicionales de payasos, malabaristas, trapecistas, etc. “Reemplazaron muy bien a las fieras”, comenté en casa, tomando del pelo, pero mi nieto me salió adelante diciendo que había “des beautés éternelles” (bellezas eternas).
Lo llevamos a ver la película de dibujos animados Ernest et Celestine. Me divertí viéndola y sobre todo observándolo a él tan concentrado en la historia. Al regresar a casa, se puso a tocar piano y a buscar la nota do, la única que se podía tocar en Charabie. Aproveché para mostrarle que en el piano hay como nueve dos y así con cada una de las siete notas básicas. Creo que ahora ya sabe dónde quedan en el teclado.
Le gusta actuar y hacer mímicas. Le pedía a la abuela que cantara escondida y él hacía el papel correspondiente a la canción. Cuando recita o canta, le pone mucha entonación y sentimiento. ¿Serán los ojos de abuelos “chochos” que nos lo hacen ver así?
Ya empieza a dudar sobre la veracidad de Papá Noel, pues le parece que ve muchos por las calles, pero que uno solo no alcanza en tan poco tiempo a entregar regalos al mundo entero. Planeó que este año no iba a esperar la llegada mirando por la ventana, sino que se iba a esconder en la sala a esperar a que llegara, mientras nosotros los adultos sí estaríamos vigilando por la ventana en otros cuartos. Pensamos seguirle la idea y que nos oyera desde una habitación que estábamos viendo el trineo volar. Seguro iría corriendo con ganas de ver lo mismo y en ese momento nuestro hijo aprovecharía para poner regalos debajo del árbol. No hubo necesidad, ya que se puso a armar un rompecabezas que tanto le gustan y aprovechando su concentración, los regalos aparecieron debajo del árbol sin que se diera cuenta. Otro año de ilusiones. ¡Quién sabe si la próxima vez se dejará engañar!
Algo más sobre estas distracciones http://nv-impresiones.blogspirit.com/archive/2023/01/03/n...
sábado, 22 agosto 2009
Mesa del comedor en casa del abuelo
En casa del abuelo nos reuníamos los fines de semana. Mi mamá se iba con nosotros los tres pequeños desde temprano para pasar el domingo en familia. Eran días de juegos con los primos y los niños del barrio.
Era una casa moderna, grande y espaciosa pero de techos altos. La cocina y el pequeño comedor aledaño tenían las paredes cubiertas por azulejos verdes. La mesa era de fórmica roja resistente con un borde metálico. Para comer, si éramos más de seis personas, a los niños nos ponían en las esquinas de la mesa; si éramos más de diez, nos tocaba comer por turnos o comer en dos comedores: el que quedaba al lado de la cocina y el grande que quedaba junto a la sala y solo se usaba para ocasiones especiales.
Cada persona tenía su puesto asignado. Cuando vivía mi abuela, ella estaba en una cabecera, a su lado por la izquierda, mi abuelo, en seguida, mi tía Dálila, en la esquina me tocaba a mí, en la otra punta de la mesa, mi tía Elvira, en la esquina siguiente, mi hermano Camilo, luego venía el puesto de la tía Celmira, después la tía Clara y en la esquina mi hermana Clara. Cuando murió mi abuelo, mi tía Clara tomó su puesto.
Esa era la configuración normal. La comida venía de la cocina en bandejas y era mi abuelo quien servía las porciones en cada plato. Además estaba pendiente para volver a servir a quien fuera dejando el plato limpio. Le encantaba cuando iba alguien que comiera bien pues él servía más y más. Mi padre era uno de ellos y mi esposa que alcanzó a conocerlo también fue consentida por tener buen comer. Pero si los niños íbamos dejando algo de lado, él creía que no nos gustaba y nos lo podía quitar del plato para dárselo a otra persona. Así aprendimos que lo que más nos gustaba debíamos comerlo rápidamente para no correr el riesgo de perderlo. El abuelo hablaba mucho y no le gustaba que lo interrumpieran o no le pusieran cuidado. Los niños debíamos guardar silencio. Antes del almuerzo se encontraba con amigos en el centro de la ciudad para tomarse unos aperitivos y en general por ese motivo llegaba alegre a la casa. Después de almuerzo la siesta era obligatoria. El café se tomaba después de ella. El calor lo dormía a uno fácilmente. El tiempo pasaba menos rápido que ahora.