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miércoles, 30 junio 2010

Aniversario o casi

NV-IMP657.JPGHace un año aproximadamente, abrí este blog en Blogspirit y hace como tres, me lancé a escribir regularmente en la web con mi primer blog de Orange. Ha sido un ejercicio enriquecedor. Me ha permitido entrar en contacto con mucha gente, incluyendo amigos lejanos físicamente, y conocer personas muy especiales que hubieran estado fuera de mi alcance si no existiera la mágica Internet.

Escribes una nota desde tu casa y el mundo entero puede leerla y comentarla inmediatamente. Claro que el mundo entero no me lee ni comenta sino un puñado de amigos y de vez en cuando algún desconocido. Son muchos los lectores y pocos los comentarios. Según veo en las estadísticas del blog, hay mucha gente que llega aquí guiados por Google. La búsqueda que más fisgones me trae es la de «palabras con nv». Me imagino que son estudiantes que quieren ejemplos para una tarea de castellano.

Otros llegan buscando páginas donde hablen de ellos. Me ha pasado con algunos de quienes escribí por haber leído un libro suyo o visto una obra suya en una exposición artística o asistido a uno de sus conciertos o espectáculos. En general están contestos con mis impresiones, pero no siempre. Una vez me tocó borrar una nota sobre un libro que critiqué y recientemente tuve que modificar una nota sobre un concierto, pues los interesados no estaban de acuerdo con lo que yo había escrito.

Afortunadamente, no he tenido problemas con nadie. He aprendido a evitar al máximo mencionar nombres propios. Prefiero concentrarme en mis cuentos que solo incluyen personajes de ficción o elucubraciones abstractas e impersonales.

Últimamente las ocupaciones me han impedido escribir aquí a diario como al comienzo e ir a leer otros blogs y dejarles comentarios. No sé cuánto tiempo me durarán las ganas de seguir este ejercicio. Por el momento pienso continuar. Ya veremos.

18:23 Anotado en Blog | Permalink | Comentarios (3) | Tags: costumbres, hitos

jueves, 14 enero 2010

La elocuencia del silencio

NV-IMP590.JPGLlegaron a mediodía como todos los domingos. El camarero coreano ya les había reservado la misma mesa al fondo del restaurante con vista al bosque. Intercambiaron las mismas palabras de siempre sobre el tiempo y el lugar, mientras los acompañaba a su lugar preferido. Se quitaron sus pesados abrigos gabán, sombreros y bufandas con ayuda del atento empleado que los recogió y llevó al ropero. Los dejó tranquilos, él sentado con la ventana a la izquierda, ella con su perro faldero a sus pies y la ventana a su derecha.

El hotel restaurante campestre se fue llenando poco a poco. Los dos viejos de cabello blanco estaban silenciosos, absortos en sus pensamientos. El camarero llegó con dos copas de oporto, un plato de aceitunas verdes y la carta. Ella pidió una escudilla con agua para su perro. El ruido de las conversaciones, del chocar de la vajilla y de las órdenes que iban llegando de las mesas llenaba paulatinamente el local. La pareja seguía muda hojeando las páginas ya requeteconocidas en busca de algo novedoso que no podía estar ahí.

Por fin ella levantó el brazo y de inmediato el coreano se acercó a tomar el pedido. «Dos platos del día con una botella de gamay», ordenó la dama. El señor miraba por la ventana un enorme pino candelabro, plantado en el linde del bosque y que subía más alto que la gran casa de tres pisos donde estaban; él, concentrado en los brincos de rama en rama de dos urracas, golpeaba la mesa con sus dedos como si fuera un tamboril. Ella miraba a los demás convives del restaurante paseando sus ojos de mesa en mesa distraídamente.

El camarero vino a servirles una ensalada mixta y la botella de vino tinto. Por primera vez se dirigieron la palabra: «buen provecho». Algunos convives salieron a fumar un cigarrillo a la fría terraza. Un niño pequeño comenzó a llorar al despertarse en su moisés; la madre lo tomó en sus brazos y rápidamente lo calmó. La mujer seguía atenta las conversaciones de las mesas vecinas. El hombre comía en silencio y de vez en cuando llenaba las dos copas de vino o de agua.

El camarero recogió los platos vacíos de la entrada y regresó con dos platos de piccata milanesa acompañada de pastas frescas. Ahora sus dos miradas estaban concentradas en el plato que iban ingiriendo y limpiando al mismo ritmo. Cuando terminaron, levantaron la mirada de nuevo, él hacia el bar interior donde unos hombres debatían de fútbol, ella, sin decir nada a su marido, observaba el bosque donde un rayo de sol había iluminado un rincón en el que se paseaba un jabalí con sus jabatos sin que la menor impresión se dibujara en su rostro.

El plato de quesos vino a reemplazar el plato fuerte recién terminado. El viejo volvió a llenar las copas con la botella que se iba desocupando. Pan, gruyere, camembert y queso azul se iban consumiendo con ayuda del cuchillo y sin decir palabra. Como ya no quedaba una sola mesa vacía en el local, los últimos clientes tenían que esperar tomando aperitivos en el bar. El perro se había enredado su correa a la pata de la mesa y su ama se dedicó a sacarlo del lío con parsimonia antes de que en su lucha fuera a regar por el piso el agua que le quedaba por beber.

Llegó la hora del tiramisú que les pareció excelente y así lo expresó ella, como siempre, al camarero que vino a retirar los platos vacíos. Dos cafés exprés llegaron a tiempo a reemplazar la botella vacía acompañados con pequeñas tabletas de chocolate y crema de leche. Cuando pidieron la cuenta, el camarero trajo dos copas de coñac y unos dulces de menta. El viejo sacó un billete de doscientos francos suizos para cancelar la cuenta.

Convives más rápidos habían dejado sus mesas vacías que fueron ocupadas prestamente por los que esperaban en el bar. Eran las dos de la tarde cuando la pareja se levantó por fin de la mesa dejando unas monedas de propina. El fiel camarero los acompañó al ropero y los ayudó a vestirse para el frío invierno. Solo él conocía las voces de sus clientes, sus mañas, sus pocas palabras y su rutina semanal que repetían en silencio todos los domingos desde que él tenía memoria y seguirían así mientras los tres pudieran aguantarla.

sábado, 24 octubre 2009

Ritos de pasaje

NV-IMP534.jpgNuestras sociedades están llenas de ritos que marcan un cambio importante de un estado a otro durante la vida y que suelen asociarse a una ceremonia o fiesta o reunión especial. El bautizo, la fiesta de quince años, la entrega de diplomas, el matrimonio, el divorcio, un cambio de puesto o responsabilidades, la jubilación o el entierro son ejemplos. Es como cuando uno firma un documento oficial que lo compromete por mucho tiempo con la sociedad. En la Edad Media existía el rito de sumisión del vasallo o caballero al señor feudal que incluía un beso en la boca como símbolo de fidelidad, lo que se llama un ósculo. Hace poco en un documental sobre las pandillas en Centroamérica mostraban cómo, para aceptar a alguien en la banda, le daban una tremenda paliza a puños y patadas. También están esos pactos de sangre que se suponen crean vínculos indisolubles entre personas. El primer beso entre los novios es una especie de rito que sella el noviazgo y que normalmente se debe romper antes de cambiar de pareja para que no se considere como un engaño o traición. Está también el simple brindis que se hace al convenir un negocio. En Rusia cuando el novio pide la mano de la novia se solía sacar un icono con una imagen religiosa para besarlo y jurar la promesa. Un amigo casado con una sueca me contaba que en casa de sus suegros en las cenas familiares había la costumbre de dar un discurso, parece que cada convive tenía que decir algo y a él le costaba mucho trabajo someterse a ese ritual. Son al fin y al cabo lazos invisibles que se crean para tener confianza en los demás en una sociedad civilizada. Es como el sentido de dar la palabra o defender el honor. Dicen que es bueno marcarlos de alguna manera. Esta nota por ejemplo me sirve para marcar el paso a las centenas pues ayer completé la número cien en este nuevo blog.

20:12 Anotado en Blog | Permalink | Comentarios (3) | Tags: costumbres, hitos