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martes, 28 junio 2016

Fiesta de Voltaire

ferney-voltaire, fiesta, feriaLas previsiones meteorológicas eran dudosas: riesgos de lluvia y tormenta, cielo parcialmente cubierto. Al final, a pesar de momentos de brisa fresca, todo salió muy bien y sin una sola gota de agua para esta fiesta que reune millares de participantes el último sábado de junio desde hace como quince años. Cuando llueve mucho o hace demasiado calor no es tan bueno.

Por la mañana en el mercado callejero habíamos visto a Mario paseándose sobre Héctor, un mico marioneta enorme que se suponía estaba educando. Así estuvo enseñándole a saludar a la gente, aunque también asustó a varios niños. Los adultos nos divertimos con sus ocurrencias e improvisaciones callejeras y nos recordó que la fiesta iba a ser esa misma noche. Más adelante el trío Bluegrass Burger nos acompañó tocando música tradicional de los Apalaches con su contrabajo, banyo y guitarra. Los tenderetes estaban dispuestos en otros lugares alrededor de la alcaldía, pues las calles de siempre estaban reservadas para la fiesta. Nos cruzamos con JD y su pequeño de un año en coche y Cathy nos entregó el programa de la fiesta. Fuera de ellos las únicas caras conocidas fueron de algunos vendedores como el de comida vietnamita. Camino a casa con las compras hechas pasamos por el parque del abad Boisson donde los padres paseaban sus niños y un trío de trapecistas probaba el micrófono y terminaba de instalar sus cuerdas para las acrobacias aéreas.

Regresamos a la fiesta como a las siete y media por la plaza de la Comédie donde había varios espectáculos callejeros. La matracalada curioseaba por todas partes. Entramos a ver el espectáculo de la pulgas sabias dentro de una tienda para una veintena de espectadores. Fue muy divertido ver al domador de pulgas. Fuera de los niños, nadie las vio pero sí seguimos los efectos de sus acrobacias en el escenario. Saliendo de ahí reservamos sitio para el espectáculo de magia del doctor Troll que realmente nos asombró con sus alucinantes trucos de naipe que es mejor no tratar de entender para quedarse con la impresión de ser todavía un niño. Entre esas dos funciones tuvimos tiempo de comer empanadas argentinas con sangría en la tienda de Encuentro de Dos Mundos donde varios amigos estaban vendiendo a una larga fila de clientes famélicos. Muchísimos niños jugaban en los columpios del parque mientras los padres los vigilaban o se deleitaban charlando en corrillos. Hablamos con conocidos y nos aconsejamos mutuamente para escoger a dónde ir.

Nos encontramos con más amigos con quienes fuimos a comer al puesto de Contacts, Cultures et Cuisines que vendía nada menos que ajiaco, la famosa y deliciosa sopa colombiana. ¡Qué sorpresa! Por fin nos sentamos en los bancos instalados en la calle Voltaire frente a la estatua del filósofo compartiendo mesa con espectadores del ilusionista del naipe. Bebiendo vino rosado y charlando, la noche fue cayendo sin prisa. Conversamos sobre la vida de pensionado, pues varios estamos en esa época de transición entre el mundo laboral y el de jubilado, las elecciones en España, el Brexit, los hijos, los nietos, los viajes, las vacaciones pasadas y futuras y sin haber podido arreglar el mundo nos pusimos jerseys, pulóveres, suéteres o buzos para enfrentar mejor el frío de la noche y seguir viendo las representaciones.

El camino pareció más largo que en realidad ya que cada cinco metros nos parábamos a charlar con alguien nuevo. La música de un concierto frente a la alcaldía nos llenaba los oídos, la calle peatonal estaba vestida de lana con sus columnas y jardineras forradas de colores vistosos. El perro labrador de Bety tuvo éxito con niños que querían acariciarlo y que había visto en el espectáculo de las pulgas. Tres Voltaire con sus sillones y trajes de época en ruedas se paseaban por la calle acompañados por lámparas que iluminaban sus caras expresivas sin hablar pues eran mimos. Se sentarse a la cabecera de una mesa donde les dieron a beber vino.

Por la Grand'rue llegó un desfile de gigantes caballos blancos iluminados por dentro. La multitud los acompañaba rodeándolos para admirar sus bailes. Unos acompañantes los seguían o precedían con música y luces desde un carro con tres ruedas. Ya más de cerca descubrimos que eran manejados por hombres metidos en el disfraz incorporados con las patas traseras. Pasaron frente a nosotros como fantasmas o hadas. Estábamos metidos dentro de la fiesta multitudinaria.

Quisimos ver un espectáculo de danza llamado Fuego lento pero ya no había lugar. A través de las cabezas de los que sí veían bien una pareja vestida de negro bailaba, luchaba y jugaba con llamas al ritmo de una música que no era tango pero sí, cantada en español. Tocaba mirar muy bien el piso para no irse a caer con los obstáculos de las instalaciones eléctricas canalizadas en tubos plásticos. La mala posición nos hizo desistir de quedarnos más tiempo en esa incomodidad.

Volvimos al parque del abad Boisson que seguía repleto. Una araña gigante con patas de bombillos que caían en ocho columnas cercadas de luz apareció como un espejismo. Desde su cabeza un grupo de técnicos manipulaban un cañón de confetis que disparaban por sorpresa sobre el público. Por la calle de la iglesia entró un desfile de fanfarrias, personajes disfrazados caminando en zancos, los caballos de luz y otros saltimbanquis que llevaban antorchas con destellos de chispas rojas muy fuertes. La algarabía de los niños acompañantes llenaba el ambiente de alegría.

Era hora de volver a sentarse para descansar los pies. Aprovechamos para tomar champán con tarta de membrillo. El concierto de Vaudou Game de la región del Togo y Benín llenó la noche por encanto. A través de los árboles veíamos a sus cantantes y guitarristas con turbantes blancos que cambiaban de color por los proyectores. Los jóvenes bailaban cerca del escenario, los viejos seguíamos conversando.

Me di cuenta de pronto de que los amigos y conocidos que habíamos cruzado eran de la época en que estabamos muy implicados en las asociaciones de Ferney-Voltaire y que quizás en un par de años no vivirían aquí. Mientras regresábamos a la casa y la fiesta y su música se quedaba achicándose a nuestra espalda y los puestos y funciones iban cerrando sin que hubiéramos podido verlos todos, pensé que deberíamos volver a integrarnos en alguna asociación como CCC o crear una nueva para encontrar nuevos amigos sin perder los viejos en esta ciudad tan cosmopolita.

 

lunes, 20 septiembre 2010

Vendimias

NV-IMP682.JPGHacía mucho tiempo no iba a una fiesta de vendimias. Cuando pienso en viñedos recuerdo un dolor de espalda y de todos los músculos del cuerpo al segundo día de unas vendimias en Suiza donde estuve de estudiante años ha. El primer día parecía fácil a pesar de que me acosté cansado, pero el segundo fue un martirio: hay que ir a cortar uvas aunque le duela a uno hasta el pelo y las uñas. A partir del tercer día ya uno se acostumbra y puede pasar varios días en ese oficio sin problema. Por eso cuando veo a los agricultores agachados arreglando sus tierras les tengo respeto y me duele la espalda.

La fiesta de hoy fue en Russin muy cerca de Ginebra. Habíamos pensado ir a pie desde Ginebra bordeando el Ródano, pero al final los amigos que pensaban acompañarnos desistieron y sinceramente, a nosotros nos dio pereza ir solos. Será en otro año. En todo caso el día soleado y cálido estuvo magnífico. Las calles del pueblo estaban llenas de gente. La comida de feria y el vino de la región nos cayeron muy bien. Música en las calles, en restaurantes. Ventas callejeras y mucha alegría. Después vino el desfile tradicional con fanfarrias, carrozas, confetis, disfraces y gentío por todos lados. Una fiesta como la de cualquier pueblo. Aquí uvas y vino, allá café o caña de azúcar o cacao. El ritmo de las estaciones, aunque parece que el otoño no quisiera llegar.

08:00 Anotado en Recuerdos | Permalink | Comentarios (1) | Tags: fiesta, pueblo, cosecha