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sábado, 03 abril 2010

El mundo real

NV-IMP632.JPGAnoche llegaba mi hijo de París casi a medianoche. Fuimos a buscarlo a la estación de tren Cornavin. Eran las once y media. No es habitual pasearse por ahí a esas horas. Todos los almacenes están cerrados y solo quedan grupitos de jóvenes o de vagabundos que a uno le parecen traficantes de droga o pandilleros. Algunos policías patrullan esporádicamente. A medida que nos acercábamos a la puerta de salida del andén del tren de alta velocidad francés, encontramos cada vez más gente: unos mirando los anuncios de llegadas y salidas de la estación, otros hablando por teléfono, charlando animadamente en voz baja o normal o con carcajadas estridentes. Muchos simplemente estaban de pie silenciosos observando la fauna urbana mientras caminaban o descansaban apoyados a una pared o un rincón del amplio corredor. A un lado quizás dentro de una cabina telefónica un joven de unos veinte años interpelaba a los peatones espetándoles a primera vista incoherencias. Después de darle un corto vistazo nos miramos dirigiendo nuestros pasos y nuestros ojos a otro lugar para evitar que de pronto se metiera con nosotros directamente y hasta con violencia. Es lo que por experiencia uno debe hacer con los locos o con un perro de aspecto agresivo.

Ya bien en frente de la puerta de salida y a sabiendas de que el tren llegaría con cinco minutos de retraso según informaba el tablón de anuncios estuvimos observando alrededor como la mayor parte de los demás. Nuestros ojos se cruzaron con una joven rubia bonita y bien vestida con minifalda y ropa de tonos marrón que observaba en silencio al otro extremo. Un hombre con un abrigo de paño verde grueso y amplio caminaba lentamente de izquierda a derecha sin cesar. Las risas de un grupo de jovencitas con el pelo violeta claro, anillos en las narices y cervezas en las manos que pasaba por detrás nos sorprendió. Otra pareja que esperaba detrás de nosotros nos sonrió. Mi esposa comentó algo con ellos y empezaron a charlas. Resultó ser la secretaria del ortodontista que enderezó la dentadura de nuestros hijos hace años.

La charla no duró mucho pues empezaron a salir los pasajeros por la puerta automática del frente y nuestro Diego apareció de repente en medio de decenas de cabezas. En ese instante éramos muchos entre los que recibían, los que llegaban y los que pasaban. Mezcla de idiomas en el bochinche de los saludos, pasos rápidos para alejarnos del lugar. La vida sigue su rumbo.

Se me antoja que ese corredor es como el mundo de los blogs. Todos hablamos como locos en medio del bullicio sin que nadie nos ponga cuidado salvo contadas excepciones cuando entablamos conversación con un desconocido que detiene su paso o con un amigo que nos saluda, pero la mayor parte de la gente nos ve sin mirarnos y nos oye sin escucharnos.