jueves, 08 octubre 2009
Grabaciones de aficionado
El recuerdo más viejo que tengo de una grabadora es de un vecino del barrio que me sorprendió un día que yo iba para el colegio y él salió de su casa corriendo con un aparato debajo del brazo y un micrófono para entrevistarme. Eran como las seis y media de la mañana pues mi colegio empezaba clases a las siete. No entendí lo que quería ni lo que estaba haciendo y me quedé mudo. Era mayor que yo y en realidad más amigo de mi hermano. Devolvió la cinta y lo oí decir las mismas frases con que me interpeló segundos antes. Me imagino que me quería impresionar (y lo hizo) y luego siguió su camino. Creo que yo tenía entre nueve y once años.
Cuando aparecieron las grabadoras de casetes, uno de mis hermanos mayores compró una. Durante las vacaciones se divertía grabando las conversaciones de la familia o de nuevo entrevistándonos o haciéndonos cantar o recitar. Él tiene las grabaciones más viejas que conozco con la voz de mi padre o mi madre y quizás de mi abuelo y algunos tíos. Yo debía de tener unos doce o trece años.
La primera grabadora que compré para mí fue cuando tenía diecisiete años en San Antonio de Táchira, en la frontera con Venezuela. Era un aparato que solo grababa, pues no tenía radio. No me acuerdo para qué la usaba. Me imagino que grabé, además de las voces de amigos o de mi familia, programas de televisión o de radio. Me duró varios años y después de hacerla reparar un par de veces, no sé que pasó con ella.
Con mi hermano siempre teníamos un casete listo para grabar canciones que estaban de moda en Radio 15 o Radio Tequendama y que nos gustaban. Las grabaciones eran muy abruptas ya que, como no solían anunciar el título de la canción, saltábamos a oprimir el botón Record cuando reconocíamos el comienzo de la canción que nos faltaba. Al oír esos casetes el sonido saltaba del final de una canción al comienzo de la grabación de la siguiente sin intervalos y con un ruido seco comiéndose los primeros compases.
Esa costumbre de grabar se me fue pasando. Solo cuando mis hijos empezaron a hablar, de vez en cuando, me ponía a grabarles sus frases a media lengua, sus canciones infantiles, sus recitaciones o sus cuentos con esas vocecitas de niño chiquito. Casi siempre les pregunto qué edad tienen e indico la fecha de la grabación. Tengo varias que quiero copiar al PC pero nunca tomo el tiempo de hacerlo.
Ya no grabo nada. Perdí la costumbre. De pronto me sorprendo oyendo mi voz en un contestador telefónico. Me sorprende oír mi propia voz deforma sin la resonancia de mi propia cabeza. Me parece raro que uno pueda o no pueda reconocerse de esa manera. Tantas palabras pronunciadas en este mundo. Las palabras se las lleva el viento.