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miércoles, 16 octubre 2013

El diablo no es diablo por diablo

NV-IMP857.JPGÉrase cuatro compinches recién graduados que empezábamos la vida activa en esos años juveniles. Ya no me tocaba estudiar como en los últimos semestres de la carrera. El sueldo me permitía darme gusto yendo a fiestear los fines de semana sin mayores restricciones. Estaba estudiando francés, dictaba clases de programación informática en la universidad y participaba en proyectos de investigación aplicada. Andaba siempre en el carro que mi hermana me prestaba, a tal punto de que mentalmente creía que era mío.

Éramos pues dos parejas nada oficiales ya que los planes a corto plazo eran salir del país y no de compromisos serios. Nos divertíamos sin llegar a ser novios y así estaba bien. Fue un acuerdo implícito que en otras circunstancias no hubiera funcionado. Salíamos a charlar, comer y beber o a discotecas a bailar, sobre todo salsa que estaba tan de moda. Menos mal que nunca me metí en drogas más fuertes que el alcohol etílico, ni siquiera con el cigarrillo. Esa vez fuimos M., F., Y. (ellos se reconocerán) y yo a una taberna alemana al norte de la ciudad por los lados de la Carrera 15 con ochenta y pico. Con seguridad era una noche fría y lluviosa como solían ser las de Bogotá.

En la taberna nos encontramos por casualidad con un filósofo simpático, un estudiante de la universidad que no recuerdo si se había graduado o no. Recuerdo vagamente su cara con gafas y pelo rubio largo, pero no su nombre. La charla resultó tan amena que llegó la hora de cerrar la taberna y nosotros seguíamos debatiendo, no recuerdo sobre qué. ¿Del sexo de los ángeles, la apocalipsis, el materialismo, la revolución? El filósofo nos propuso que siguiéramos la charla en su casa. Nos miramos, dada la hora lo dudamos pero su insistencia nos empujó a aceptar la invitación.

No tardamos en llegar al apartamento de nuestro compañero. Nos instaló en la sala mientras iba a llamar a sus hermanas. ¿No sabíamos que estábamos en una casa de familia y que no era hora de armar fiesta ni de hacer ruido¿ Él debía de estar muy tomado para no darse cuenta. Nosotros nos reíamos nerviosamente pues a pesar de los tragos sentíamos que estábamos pasando los límites.

Supongo que quisimos irnos y dejarlos tranquilos, pero las jóvenes hermanas de nuestro anfitrión no tardaron en vestirse y salir a participar en la tertulia. Cuando nuestro filósofo puso música en el equipo de sonido, nuestra incomodidad se hizo palpable. Recuerdo que bailamos y que seguimos charlando y tomando, creo que whisky. Sus padres no salieron a protestar. ¿Estarían en casa?

Calculo que pasamos un par de horas en esa juerga. La madrugada estaba por llegar, nos despedimos y por fin tomamos rumbo a casa. Yo siendo el chofer tenía que ser muy prudente para no tener accidentes. Primero dejé a mi amiga en su casa y luego tenía que llevar a mis otros dos compinches a sus domicilios, pero estos viendo mi estado, me convencieron de que no manejara, uno de ellos tomó el volante y me llevaron a mí dormido en la silla de atrás. Recuerdo que me desperté frente a mi casa, con el día clareado. Les agradecí el haberme llevado y fui yo quien estacionó en el garaje mientras ellos se iban en transporte público a sus casas. ¡Qué locuras las que hace uno cuando tiene 22 o 23 años!

13:58 Anotado en Recuerdos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: juventud, fiestas

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