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sábado, 26 diciembre 2015

Noche de Paz

NV-IMP938.jpgSi todos los días fueran iguales, no nos daríamos cuenta del paso del tiempo. Si no se reunieran las familias de vez en cuando, los lazos que las unen se romperían. Es lo que sucede en estas épocas navideñas que nos permiten pensar en el año que termina, planear o soñar con el año que viene, encontrarse con los suyos tratando de restaurar esa célula familiar que existió cuando de niños vivíamos juntos bajo el mismo techo familiar protegidos por nuestros padres.

Sin necesidad de buscar motivos religiosos o comerciales, me gusta dejarme llevar por este ambiente de paz, como una tregua en la lucha diaria para sobrevivir o ganar batallas de todo tipo que peleamos consciente o inconscientemente. Los niños disfrutan con la ilusión de los regalos que les llegan con su magia. Regalarse cosas es una buena muestra de afecto.

No sé en cuantas familias tienen que lidiar con conflictos que llevan a enemistar hermanos o padres al punto de no poderse ver ni en pintura. Ni hablar de de los huérfanos, la personas solas o sin dinero marginados de estas fiestas inalcanzables y lejanas. Pensar en los países en guerra es otro dolor de cabeza.

Poder olvidar por unas horas esos problemas locales o mundiales es una suerte. Por eso mismo disfruto esos momentos compartiendo una buena cena en familia, música, cantos, regalos o risas. Ya tendremos tiempo de volver a preocuparnos con la esperanza de no enloquecernos de desesperanza e impotencia.

12:13 Anotado en Elucubraciones | Permalink | Comentarios (0) | Tags: fiestas, treguas

miércoles, 16 octubre 2013

El diablo no es diablo por diablo

NV-IMP857.JPGÉrase cuatro compinches recién graduados que empezábamos la vida activa en esos años juveniles. Ya no me tocaba estudiar como en los últimos semestres de la carrera. El sueldo me permitía darme gusto yendo a fiestear los fines de semana sin mayores restricciones. Estaba estudiando francés, dictaba clases de programación informática en la universidad y participaba en proyectos de investigación aplicada. Andaba siempre en el carro que mi hermana me prestaba, a tal punto de que mentalmente creía que era mío.

Éramos pues dos parejas nada oficiales ya que los planes a corto plazo eran salir del país y no de compromisos serios. Nos divertíamos sin llegar a ser novios y así estaba bien. Fue un acuerdo implícito que en otras circunstancias no hubiera funcionado. Salíamos a charlar, comer y beber o a discotecas a bailar, sobre todo salsa que estaba tan de moda. Menos mal que nunca me metí en drogas más fuertes que el alcohol etílico, ni siquiera con el cigarrillo. Esa vez fuimos M., F., Y. (ellos se reconocerán) y yo a una taberna alemana al norte de la ciudad por los lados de la Carrera 15 con ochenta y pico. Con seguridad era una noche fría y lluviosa como solían ser las de Bogotá.

En la taberna nos encontramos por casualidad con un filósofo simpático, un estudiante de la universidad que no recuerdo si se había graduado o no. Recuerdo vagamente su cara con gafas y pelo rubio largo, pero no su nombre. La charla resultó tan amena que llegó la hora de cerrar la taberna y nosotros seguíamos debatiendo, no recuerdo sobre qué. ¿Del sexo de los ángeles, la apocalipsis, el materialismo, la revolución? El filósofo nos propuso que siguiéramos la charla en su casa. Nos miramos, dada la hora lo dudamos pero su insistencia nos empujó a aceptar la invitación.

No tardamos en llegar al apartamento de nuestro compañero. Nos instaló en la sala mientras iba a llamar a sus hermanas. ¿No sabíamos que estábamos en una casa de familia y que no era hora de armar fiesta ni de hacer ruido¿ Él debía de estar muy tomado para no darse cuenta. Nosotros nos reíamos nerviosamente pues a pesar de los tragos sentíamos que estábamos pasando los límites.

Supongo que quisimos irnos y dejarlos tranquilos, pero las jóvenes hermanas de nuestro anfitrión no tardaron en vestirse y salir a participar en la tertulia. Cuando nuestro filósofo puso música en el equipo de sonido, nuestra incomodidad se hizo palpable. Recuerdo que bailamos y que seguimos charlando y tomando, creo que whisky. Sus padres no salieron a protestar. ¿Estarían en casa?

Calculo que pasamos un par de horas en esa juerga. La madrugada estaba por llegar, nos despedimos y por fin tomamos rumbo a casa. Yo siendo el chofer tenía que ser muy prudente para no tener accidentes. Primero dejé a mi amiga en su casa y luego tenía que llevar a mis otros dos compinches a sus domicilios, pero estos viendo mi estado, me convencieron de que no manejara, uno de ellos tomó el volante y me llevaron a mí dormido en la silla de atrás. Recuerdo que me desperté frente a mi casa, con el día clareado. Les agradecí el haberme llevado y fui yo quien estacionó en el garaje mientras ellos se iban en transporte público a sus casas. ¡Qué locuras las que hace uno cuando tiene 22 o 23 años!

13:58 Anotado en Recuerdos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: juventud, fiestas

jueves, 20 diciembre 2012

Palenque o… parece que me estoy volviendo viejo

NV-IMP828.JPGDesde hacía varias semanas tenía previsto participar a un torneo de ajedrez de partidas rápidas. Por eso no le había puesto cuidado a otras actividades interesantes para el viernes 14 por la noche. Como el torneo se pospuso, de repente tenía el viernes libre. Seguramente hubiera estado tranquilo y desprogramado en casa.

Cuando llegó el mensaje electrónico de Rosalía proponiendo un concierto de Palenque, una banda papayera colombiana con nombre de pueblo, me pareció estupendo. Abrí el enlace para ver la página web del anuncio. Estaba la foto de un músico con sombrero vueltiao, leí el título que decía Atelier d’ethnomusicologie y de inmediato visualicé el lugar detrás de la estación de tren Cornavin.

Coni me dijo que no tenía nada previsto para esa noche. Aceptamos la invitación. Propuse que comiéramos en el restaurante español Aux cheminots, que es bueno y queda a cincuenta metros del lugar. Nos dimos cita a las ocho de la noche. El concierto comenzaba a las nueve y media.

Llegamos con tiempo para buscar estacionamiento en la calle. Conociendo el sector, sabía que era difícil. Después de un par de vueltas a la manzana, terminamos dejándolo en el estacionamiento del correo de Montbrillant.

Nos habían reservado una mesa redonda para cuatro cerca de la ventana. El dueño es un gallego que nos reconoció aunque no vayamos muy a menudo. La mesera tenía acento peruano. Me di cuenta de que había olvidado mi celular en casa. El de Coni no tenía red. Nuestros amigos no llegaban y el tiempo corría. Por fin nos entró una llamada diciendo que estaban en un embotellamiento, que empezáramos a comer.

La merluza y los calamares llegaron cuando Rosalía y Antonio aparecían pues además del embotellamiento se perdieron buscando el restaurante. Por esperar el postre y el café nos pasamos de diez minutos de la hora indicada, pero supusimos que siendo músicos colombianos no tendrían puntualidad suiza.

En una mesa cercana había una pareja hablando francés; al fondo, ocho comensales hablaban español con acentos variados. Antonio sospechó que fueran los músicos, pero aunque había colombianos, no eran de la fanfarria costeña colombiana.

Caminamos bajo la lluvia hasta la puerta del 10 de la Rue Montrbillant. Estaba cerrada y no se oía ningún ruido. Buscamos en Internet con el teléfono para confirmar la dirección, la fecha y hora. No parecía que estuviéramos equivocados. Ya salíamos del lugar pensando que había sido anulado, cuando una pareja llegó buscando el mismo concierto. Dijeron que la dirección era esa, pero que quizás el lugar sería en la Rue des Alpes en el AMR, una asociación para música improvisada.

No quedaba lejos. Nos fuimos a pie. Atravesamos por dentro la estación de tren para no mojarnos. A eso de las diez y cuarto estábamos entrando al concierto. Los decibeles subieron inmediatamente en nuestros tímpanos. Pagamos un precio reducido por haber llegado tarde.

De la oscuridad surgieron caras conocidas. Guillermo nos contó que su hijo ya tenía tres años. Estaba con una nueva novia. Tara, Bianca y Ana María nos saludaron bailando muy animadamente. Había tanta gente que nos preguntamos si el piso del edificio iba a aguantar tanto brinco y peso. Supusimos que sí y seguimos en lo nuestro.

El grupo Palenque tocaba al fondo de la sala con mucho entusiasmo, pero a nivel del piso, sin tarima. Como el público estaba de pie, solo se veían los sombreros vueltiaos de los músicos.

¡Eso no era un concierto normal sino una fiesta tropical animadísima! No había dónde sentarse y menos dónde dejar abrigos ni carteras. Los pusimos en cualquier lado sin quitarles el ojo y empezamos a bailar. El único que porfiaba en cargar sus cosas era Antonio.

De la sombra salió otra cara conocida. Era Elena que nos esperaba adelante pero que decidió venir cerca de la entrada para estar con nosotros. De todas formas, donde estaba no se veía nada.

Por suerte una mesa de las más alejadas del escenario se desocupó. Ahí nos instalamos. Llegó la pausa musical, encendieron las luces y casi todos se fueron al bar a comprar bebidas. Intenté acercarme, pero la cola no avanzaba. Mejor esperar a que volvieran a tocar para comprar lo nuestro. Charlando pasó el tiempo.

El concierto volvió a empezar y yo me fui a comprar de beber. Hubo cola pero menos que antes. Volví a la mesa con una botella de vino Gamay de la región y cinco copas.

De nuevo a bailar con ganas. Antonio estaba que se caía del sueño pues había pasado dos horas por la mañana apaleando nieve para poder salir a trabajar. El día había sido largo.

Se notaba quiénes eran latinoamericanos o asimilados y quién no; los unos porque bailaban con mucho ritmo, los otros porque o estaban sentados o bailaban sin seguir la música. Al menos se divertían.

Cada uno de nosotros, por turnos, se abrió paso hasta llegar cerca del escenario para sentir el ambiente viendo a los músicos y cantantes en vivo. ¡Qué calor y qué bailoteo! Tocaban muy bien. No había forma de quedarse quieto.

Reconocí a un amigo cineasta que bailaba junto al escenario como si estuviera en trance; no me vio. Volví a la mesa y me senté a degustar el vino tinto. Todos bailaban como locos. A duras penas nos oíamos, pues el volumen del sonido estaba muy alto.

Cuando los músicos anunciaron que iban a terminar y empezaron a nombrar a los integrantes del grupo, la gente pidió un bis.

Sin mucha resistencia empezaron a tocar el bis que fue larguísimo. No sé cómo tuvieron energía para tocar tanto tiempo. Yo ya estaba cansado.

Creo que para ir a esas fiestas uno tiene que haber dormido una siesta muy larga y si se puede, tener menos años de edad. Los jóvenes parece que no se cansan. Esa noche nos acostamos muy tarde y dormimos como piedras. Nada que ver con el concierto de Navidad del domingo anterior con obras de Ravel, Debussy, Duruflé y Saint-Saëns, pero ese es otro cuento.