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sábado, 27 febrero 2010

Más cara (5)

NV-IMP612.JPGAntonio se despertó con un fuerte dolor de cabeza. Sentía el cuerpo pesado y los músculos como si acabara de haber corrido una maratón. El cielo raso del cuarto era blanco y lo parecía más con el reflejo del sol sobre la nieve. No se quiso mover. Cerró de nuevo los ojos y pensó en la pesadilla que había tenido esa noche. Él era un papagayo amarillo y azul en la selva tropical y estaba rodeado de muchos animales: micos, serpientes, panteras, tucanes, insectos, boas, arañas. Estaba posado en una rama alta de un árbol de caoba como mirando la escena de un teatro desde un balcón. Abajo una tribu de indígenas bailaba y cantaba alrededor de una gran olla donde se cocinaba un misionero que rezaba con un rosario tratando de convertir a los salvajes. Todo había empezado con una fiesta y luego las peleas entre los animales convirtió todo en una algarabía. ¡Qué dolor de cabeza!

Abrió de nuevo los ojos y trató de levantarse. Se dio cuenta de que no estaba solo. En su cama estaban dos mujeres, desnudas como él. En realidad todavía estaba en casa de Patricia y eran ella y Carmenza las que dormían de lado y lado. ¡Caramba! ¡Qué sorpresa! No recordaba nada de lo sucedido después de haber probado la famosa sopa embera.

Se levantó con mucho cuidado para no despertarlas y se puso a buscar su ropa. No estaba en la habitación. Salió al corredor y empezó a ver a más invitados durmiendo desnudos en el suelo, en los sofás o en sillones. Vio a Elena en medio de Giorgio y Jean y a Nina muy abrazada a un hombre con la cara maquillada de payaso. Se notaba que muchos invitados se habían ido, pero los que dormían por todos lados habían participado a una orgía desenfrenada.

No quería despertar a nadie. Lo importante era encontrar su ropa e irse rápido para no tener más que ver con esa gente loca. Lo suyo era el pescado y la vida sencilla. Por fin la encontró en la cocina amontonada con las de otros. Se vistió rápido y salió corriendo. Al llegar a la calle vio a los bomberos y policías que estaban mirando algo en el jardín. Un grupo de gente se estaba agolpando cerca de ellos pero un cordón les impedía acercarse.

Antonio trató de ver que era. Se dio cuenta de que un personaje disfrazado de Supermán estaba estrellado contra el piso junto a un seto pero los bomberos dijeron que estaba muerto e indicaban que había que levantar el cadáver. Lo cubrieron con una sábana y miraron hacia arriba tratando de ubicar desde dónde hubiera podido caer.

Antonio recordó a un invitado de la fiesta vestido de Supermán y de las peleas que había tenido con él en su pesadilla. Todo iba a terminar mal. En ese momento decidió que tenía que irse de ese lugar de locos y regresar rápidamente a su pueblo español de pescadores donde nadie pudiera encontrarlo, pues en su sueño en tanta pelea entre animales, indios y misioneros, él había lanzado al Supermán desde arriba del árbol, pero en el sueño el héroe salió volando y no cayó al suelo. No quería saber qué había sucedido en realidad.

12:47 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, fiestas, disfraz, nieve

viernes, 12 febrero 2010

Más cara (4)

NV-IMP602.JPGPatricia explicó rápidamente la receta y pasó a contar su último viaje a Panamá pues con lo ocupada que estaba en la cocina no había tenido tiempo de hablar con todos sus invitados que ahora tomaban la espesa sopa en silencio oyendo el relato de su anfitriona. Ella no dejaba de probar una cucharada de su brebaje al terminar cada etapa de su narración.

Contó que la selva del Darién es un bosque húmedo tropical que corta el continente americano en dos, que también lo llaman el tapón del Darién. No hay manera de atravesarlo en carro. Los militares lo usan como lugar de entrenamiento para la supervivencia en los lugares más inhóspitos del mundo, aunque dicen que hay mucho mito y exageración pues podría ser una ventaja para los EE. UU. y México que los productos y la población de Suramérica no pueda pasar tan fácilmente hacia el norte del continente.

El pueblo embera o emberá mantiene su cultura ancestral que tiene sus orígenes en el departamento colombiano del Chocó. Se sabe relativamente poco de él. Una parte de la población ha emigrado a tierras cercanas del canal. Patricia quería visitarlos en la selva más inaccesible buscando los grupos más autóctonos y alejados de las costumbres occidentales. Logró ganarse su confianza con paciencia y dificultad a través de varios viajes. Hasta que no estuvieron seguros de que no tenía malas intenciones, no la dejaron entrar a su zona. Por fin aprendió su idioma y comenzó a entender su filosofía de vida y su relación tan estrecha con la naturaleza. Eran ecologistas por tradición y desde siempre. Le llamó mucho la atención su destreza en la talla de madera, en particular la tagua. Las mujeres trabajan la palma chunga para fabricar cestas de colores naturales lo mismo que adornos artesanales: collares, aretes, brazaletes. Sus danzas son alusivas a los animales salvajes de su entorno y los espíritus que ayudan a los chamanes a curar a los enfermos son impresionantes.

Los invitados comenzaron a sentir sensaciones extrañas a medida que se acercaban al final de sus platos. Aparecieron primero colores de la jungla con sus verdes de todos los tonos, y la variada paleta de las plumas de las guacamayas. Oían gritos de monos, rugidos de jaguar, sonidos extraños de capibaras, manigordos y tapires. La música que había puesto Patricia los envolvía y encerraba en un mundo mágico. Algunos se levantaron y empezaron a bailar, otros a rugir caminando a cuatro patas, sus máscaras los hacían ver como fieras o como pájaros inofensivos. Un ambiente sicodélico reinaba en todo el apartamento. Los hongos alucinógenos que por error había puesto en exceso en la sopa producían efectos extrañísimos. Nadie se escapó de entrar en ese estado de transe y de hipnotismo. Ni siquiera Patricia cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo.

08:00 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, fiestas, disfraz, nieve

martes, 02 febrero 2010

Más cara (3)

NV-IMP598.JPGCarmenza y Patricia hablaban de sentimientos y sensaciones. La una recordaba la alegría que sintió al encontrar a la vieja abuela embera que había conocido años atrás y que creía muerta, la tristeza de la despedida después de intercambiar tanto en pocos días, la sorpresa de sus descubrimientos, la alegría de haber coincidido con un viejo amigo en el hotel en Panamá o los dolores de estómago con un plato nuevo que quiso probar; la otra, sus ilusiones con el nuevo trabajo de representante de una pequeña empresa suiza en España, la pasión que estaba viviendo con un hombre mayor que le había prometido que se iba a divorciar por ella, la dicha de haber conseguido la ropa que buscaba a buen precio en saldos en El Corte Inglés o la furia de tener que competir con otros vendedores inescrupulosos que no querían dejarle tomar una parte mínima del mercado.

Antonio oyó a un primer grupo de banqueros, liderados por Jean y Elena, hablar de sus sueldos, de sus riesgos, de sus promociones, del estrés con que vivían desde la crisis, de la suerte de tener todavía esos empleos, de la competitividad, de las acciones que estaban en alza y de las que estaban perdiendo valor vertiginosamente, de lo bueno y lo malo del capitalismo, del secreto bancario que se estaba acabando, de sus próximas vacaciones, de sus ropas nuevas, de sus nuevos artilugios electrónicos de moda y de otras cosas de valor para ellos.

En un segundo grupo escucho a unos deportistas, en particular Giorgio y Nina, contar lo que habían logrado en el esquí, en las competencias de maratón en la última Escalade de Ginebra, en sus progresos en el fitness, en las carreras en bicicleta o con el régimen alimenticio de moda; intercambiar trucos para aumentar los músculos, la resistencia, la puntería en tenis o en golf, comentar el buen ambiente del fútbol o las nuevas llaves del judo o de la lucha grecorromana.

Así estuvo de grupo en grupo pasando de los practicantes del verbo tener, hacer, querer, ser, conocer, ver, sentir, soñar o criticar, con sus máscaras características en la vida social debajo de los disfraces de carnaval.

En ese recorrido por la fauna urbana, en un claro del bosque se encontraron de nuevo Carmenza y Antonio como aislados del mundillo que los rodeaba. «¿Te diviertes?», preguntó ella. «Me gusta observar a la gente y esta fiesta es un lugar ideal para ver cómo se comportan. Me siento distante y distinto de todos. En el fondo solo soy un pobre pescador de un puerto cantábrico», contestó. «Todos somos diferentes, pero nos comportamos como actores en la vida. La verdadera sinceridad no existe. Aquí hay personas de diferentes medios sociales y educación. No hay por qué sentirse mejor o peor que los demás», dijo ella. En ese momento entró Patricia con su gran olla de comida embera y los invitados se botaron como moscas sobre ella con la curiosidad de siempre por esos platos exóticos que les preparaba.

19:38 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (2) | Tags: ficción, fiestas, disfraz, nieve