sábado, 04 junio 2011
A palabras obesas, oídos ponderados
Oír a menudo «está buenísimo, maravilloso, excelente, magnífico, delicioso» o al contrario, «está malísimo, pésimo, horroroso» me pone receloso. No hay términos medios, todo es exageración. Cuántas veces me han aconsejado una película, un libro o un lugar que no hay que perdérselo para terminar decepcionado después de probarlo.
Recuerdo de niño no haber podido ir a un cine con mis hermanos por estar enfermo y oírlos contar al regreso delante de mí lo buena que había estado causándome tristeza. Sobre todo que, cuando años después por fin vi la tal película, no me pareció tan buena como me la imaginaba.
En otra ocasión, un lunes durante el recreo en el colegio, unos compañeros contaban lo bueno que habían pasado el domingo jugando a no sé qué y yo lamenté no haber estado con ellos. A la semana siguiente me las arreglé para unírmeles y pasarla bien aunque no tanto como decían el lunes anterior. Sin embargo, al lunes siguiente en el recreo, contaban de nuevo a los que no habían estado que habíamos pasado una tarde maravillosa. Me di cuenta de que no había parecido tan maravillosa como lo contaban y de que probablemente la primera vez que no estuve también ha debido de ser así.
Esto pasa porque el presente se nos escapa irremediablemente y no tenemos tiempo de saborearlo. Estamos esperando un futuro mejor y añorando el pasado que no volverá, mientras quizás vivimos el mejor momento de nuestras vidas sin darnos cuenta.
No quiere decir que no disfrute preparando el futuro o recordando el pasado, pero cada cosa tiene su importancia relativa. Preparar las vacaciones o una comida o una salida forma parte integrante de lo que sucederá, lo mismo que los recuerdos que nos quedan. Otra cosa es pensar que lo último que hemos hecho es siempre lo mejor y será insuperable o al contrario que siempre habrá algo mejor por llegar. Idealizar demasiado lo único que trae son decepciones. No idealizar un mínimo nos deja sin ilusiones y desmotivados. Buscar el término medio no es tan fácil.
10:30 Anotado en Elucubraciones, Recuerdos | Permalink | Comentarios (2) | Tags: imaginación, realidad
miércoles, 01 junio 2011
La revolución de los indignados
¡Caramba! Cómo pasa el tiempo. Si hace cinco años me dicen que hoy estamos como estamos, no me lo creo. La Revolución Francesa comenzó en 1789, en 1793 decapitaron al rey Luis XVI y en 1799 Bonaparte declaró que la revolución había terminado con la creación del Consulado y tras no sé cuántos muertos. Nuestra revolución en la era de la Internet ha logrado cambios más profundos en menos tiempo y además tiene cara de que durará mucho más.
Recuerdo las discusiones en la casba de Túnez con mis amigos antes de que empezaran las manifestaciones que hicieron caer al dictador Ben Ali y su familia, los dominós que iban cayendo después con Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia, Bachar el Azad en Siria. Los manifestantes en Islandia, Madrid, Barcelona, Atenas y otras capitales tan indignados como el francés Stéphane Hessel. Queríamos cambiar el mundo, cambiar de políticos y eliminar la corrupción. Sobre todo queríamos reflexionar para encontrar una solución sin caer en manos de partidos populistas o religiosos oportunistas. Ya no queríamos dejar el poder en manos de unos pocos para reelegirlos o cambiarlos cada cinco años. No, señor. Queríamos una democracia permanente, en tiempo real, como los blogs, el Facebook o Twitter.
Creamos espacios en la web para colgar y debatir ideas, nos enviábamos mensajes a través la televisión o la prensa en pancartas que mostrábamos en las manifestaciones. Así desde la Plaza del Sol despertamos a los griegos.
Había ideas locas como la de prohibir ejercer el poder por más de cuatro años en toda una vida, para así tener caras nuevas e impedir que el poder los corrompa. Se hablaba del ejemplo belga que durante varios años funcionaba sin gobierno lo cual demostraba su inutilidad. Se quiso resucitar el anarquismo y abolir capitalismo, liberalismo, socialismo y comunismo por no haber logrado ninguno de ellos la instauración de una sociedad justa. Las ideas no faltaron y la que menos se pensaba terminó ganando.
Como era la juventud la que había comenzado la revolución, el movimiento tomó el nombre internacional de chababismo. Por eso estamos ahora bajo el régimen del chababismo. El presidente no puede ser mayor de veinte años de edad ni nadie que se ocupe de dirigir o gobernar a más de millón de personas, sus ministros no pueden ser mayores de veinticinco años ni nadie que gobierne o dirija a más de cien mil personas. Así sucesivamente desde lo más alto de las jerarquías políticas con intervalos de cinco años de edad. Se invirtió la pirámide y ahora son los jóvenes los que mandan y tienen los mejores sueldos. A medida que van ganando experiencia y años van bajando en importancia relativa y visibilidad. Nadie tiene tiempo de enriquecerse gracias al poder. La siguiente etapa va a ser generalizar ese sistema a las fuerzas militares y a la empresa privada.
Quién sabe en qué terminará el mundo cuando este nuevo sistema se haya generalizado por completo. Como van las cosas, mis nietos van a ser presidentes cuando yo me esté jubilando. Ver para creerlo.
13:56 Anotado en Cuentos, Elucubraciones, Política | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, utopía, gobierno