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domingo, 14 octubre 2012

Ni cuerpo que lo resista

NV-IMP823.JPGCuando llegó a la tienda de antigüedades de su abuelo esa tarde, lo encontró limpiando el polvo de los estantes aprovechando que no tenía clientes. La tarde estaba calurosa y el sueño rondaba la cabeza del viejo Baltasar. Estaba en el fondo, en el rincón de libros viejos en varios idiomas. Como de costumbre, después del colegio, Julia esperaba a sus padres en ese almacén:

-Hola, abuelo. ¿Cómo estás?- le dice dándole un beso en la mejilla.

-Bien, nena. ¿Y a ti cómo te fue en el cole? -contesta un poco distraído y añade- En mi escritorio te espera un vaso de leche y una tarta de manzana. Cuando termines ven y me ayudas a quitarle el polvo a estas lámparas y porcelanas, pero con mucho cuidado, ¿eh?

Baltasar volvió tranquilo y risueño a sus nostalgias mientras limpiaba una telaraña descubierta en un rincón entre los soldados de plomo y las muñecas viejas con cara japonesa. A veces recordaba a su esposa, María Carmen, muerta desde hacía ya trece años, que lo acompañaba en su negocio siempre hablando de sus dos hijos y de sus nueras que todavía no le daban nietos. Cómo soñaba con ser abuela, pero murió cuatro años antes de que naciera Julia, sin disfrutar ese placer.

El piso de arriba de la tienda seguía como lo dejó su mujer, cada mueble en su lugar. Hasta su ropa estaba todavía colgada como esperando a que regresara de algún viaje.

-Abuelo, abuelo. ¿Me ayudas con la tarea de historia? Es sobre la vida en esta ciudad hace un siglo. Seguro que te acordarás cómo era.

-Vaya, vaya. No soy tan viejo como piensas. Hace un siglo mi madre no había nacido y mi abuela era una niña como tú. ¡Je, je! Faltaban treinta y tantos años para que yo naciera. ¡Mira tú!

-No importa. Me contarás lo que te decían tus abuelos cuando eras niño. ¿Vale?

-Abuelo, ¿por qué los libros que venden no tienen imágenes? ¡Deben de ser muy aburridos!

-¡Qué ideas tienes!, niña. Las antigüedades son mi gran pasión, restauro muchos de los objetos que llegan hasta mi local para ser vendidos. Esos libros no son para niños sino para adultos que los buscan para coleccionarlos o para recordar viejos tiempos o qué sé yo para qué más.

La niña buscó un plumero para ayudar al viejo con la limpieza. Era un día tranquilo cercano a las vacaciones de verano. Había en el aire un ambiente estival que llamaba a estar en el mar jugando con las olas o construyendo castillos de arena.

-Abuelo, los niños del colegio me molestan. Me ponen a escondidas papelitos en mis libros diciéndome que me quieren o que alguien quiere ser mi novio. Son pesados. Lo malo es que no sé muy bien quién lo hace aunque sospecho de varios.

-No les pongas cuidado. Si te quieren de verdad, un día se atreverán a decírtelo en persona. Pero estás muy pequeña para andar ya pensando en novios. ¡Anda ya!

-Abuelo, ¿por qué no te casas de nuevo? Así no estarías tan solo.

El viejo repitió con paciencia las mismas respuestas de siempre mientras pensaba en esas mujeres del barrio que de pronto se habían interesado últimamente en él. Se sentía lisonjeado, afortunado y hasta menos viejo creyendo que a su edad alguna mujer lo mirara con otros ojos. Él que había decidido al enviudar vivir solo y tranquilo sin buscar amoríos.

En esas sonó la campanita de la puerta y tuvo que salir a atender al cliente que acababa de entrar. Era la bibliotecaria que compraba de vez en cuando libros antiguos. Tan simpática, inteligente y madura. Se notaba que había sido muy bonita de joven. Mientras charlaba con ella mandó a Julia a buscar el libro que le había separado en su escritorio según lo encargado. Julia lo puso en una bolsa y la compradora salió sonriente y contenta dejando al anticuario suspirando.

-Abuelo, abuelo. ¿Me dejas que te peine un ratito? ¡Dime que sí! No seas malo.

-Bueno, pero tus padres no demoran y tienes tareas por hacer.

El viejo se recostó en la silla de su escritorio mientras la nieta le peinaba sus cabellos blancos. Cerró los ojos para descansar sintiendo las manecitas que la acariciaban su cabeza. La niña no paraba de hablarle de cosas del colegio y de su mundo infantil. El viejo hasta tuvo tiempo de dormir una siesta muy corta.

Sonó de nuevo la campanita de la puerta. Baltasar salió de su letargo. Su nieta estaba estudiando muy juiciosa en el cuarto de al lado. Seguro había pasado varios minutos en un sopor profundo.

Eran las mellizas solteronas de la mercería que a veces pasaban buscando algún cachivache. También le habían gustado muchos años antes cuando eran jóvenes. Las últimas semanas habían pasado a su tienda una tras otra (o quizás la misma varias veces, pues no lograba distinguirlas) con cara menos larga que antes y eso le había llamado la atención. Ahora entraban visiblemente enfadadas.

-Buenas tardes, señoritas. ¿En qué puedo servirles?

-Venimos a que nos explique qué son estos papelitos que nos ha puesto en nuestras compras. Usted es un viejo verde irrespetuoso. Si al menos se hubiera fijado en una de las dos, pero confundirnos de esa manera. No, señor.

El viejo no entendía de qué se trataba. Entonces se puso las gafas y leyó unos papelitos que decían: Me gustas o Estoy enamorado de ti pero no sé cómo decírtelo o Mi abuelo la quiere mucho pero es muy tímido para declarárselo.

Baltasar se puso de mal genio e iba a gritar a su nieta para que viniera a explicarse cuando las mujeres chillaron:

-No vale la pena que nos explique. No nos verá más por aquí. Además debería de quitarse esos moños rosados de su cabeza. ¡Qué manera de peinarse! –y salieron tan rápido como llegaron.

Baltasar se tocó la cabeza y oyó unas risas de su nieta que lo observaba desde la puerta de la oficina. Al ver su mirada tan inocente su furia se desvaneció, no pudo resistir y se puso a reír a carcajadas con ella.

domingo, 27 noviembre 2011

Salpicón

NV-IMP784.JPG¡Qué clase tan aburrida! No entiendo a la maestra, tengo frío, estos niños que se burlan de mí, esas lecciones de aritmética y de idioma tan enredadas. ¡Cuándo llegará la hora del recreo para jugar con Violeta, mi mejor amiga, y verme con Iris, el nuevo alumno tan simpático!

A veces me da sueño pero no puedo dormirme encima del pupitre. Me regañarían. Por eso me pongo a dibujar, para que el tiempo pase más rápido. Me gusta pintar a la maestra con esa sonrisa burlona que pone cuando me habla. La odio cuando se pone brava y nos regaña. Siento como si fuera mi culpa. Lo bueno es que me ha cambiado de puesto, aunque estoy lejos de Iris y Violeta, quedo junto a la ventana y entonces puedo mirar a lo lejos la ciudad tan agitada. Todo tan animado y tan interesante.

Aquí es muy diferente de mi antigua escuela. ¿Por qué a mi mamá se le ocurrió traerme a esta? En la otra estaba feliz, aprendía bien, era de las mejores en todo. Mi abuelita me acompañaba siempre. Me decía: «Rosita, no puedo dejarte sola por la calle. Eres solo una niña de ocho años y soy responsable de ti». ¡Te extraño!, abuelita. Eras tan buena conmigo. Al llegar a casa, antes de que me pusiera a hacer las tareas, siempre me tenías un buen vaso de salpicón. ¡Qué delicia! Aquí no se consiguen y si una lo prepara, no sabe igual pues faltan frutas de muchos colores y no tienen los mismos refrescos.

Cuando mi mamá llamó a decir que iba a buscarme para traerme a vivir con ella, me puse feliz. Hacía tiempo que no la veía. Recibíamos sus cartas en que nos contaba de su vida y todo parecía maravilloso. Decía que había rascacielos y yo quería ver cómo eran de verdad. ¡Rascar el cielo! ¡Qué chistoso! En el pueblo lo más alto era el campanario de la iglesia. Por eso quise venirme con ella. Ahora extraño a mi abuelita y todo lo que dejé allá.

Esta escuela es demasiado limpia y ordenada y además ni la entiendo ni me entienden. Solo estoy bien con Violeta. Cuando llegó Iris, los demás niños fueron muy malos con él, pues es diferente. ¿Será porque es negro y un poco afeminado? Es muy tranquilo, no le gustan las peleas, no le gusta el fútbol, casi no habla. Con nosotras dos está mejor aunque tampoco le entendemos mucho lo que dice. Viene del extranjero, de no sé qué país.

Creo que a mi mamá no le gusta mucho vivir aquí. Claro que está mucho mejor que cuando vivía con mi abuelita. Dice que es independiente. Yo creía que íbamos a estar con mi papá, pero dice que hace tiempo se separaron. Solo nos queda su recuerdo en una foto que tiene mi mamá. Lo malo fue descubrir que mi mamá tiene un novio. Es muy agresivo sobre todo cuando se emborracha. A veces se pelean y me da susto que la vaya a matar. No sé por qué se lo aguanta.

Mi mamá me dice: «pronto se mejorarán las cosas para ti, vas a aprender muy rápido y mejor el idioma inglés. Los adultos aquí son buenos con los niños pero ten cuidado; no tenemos documentos válidos. No te pongas a hablar con desconocidos. No le cuentes a nadie dónde vivimos ni quienes somos».

Ella habla muy raro español. Mezcla muchas palabras en inglés que no conozco. Es cierto que poco a poco voy entendiendo lo que dicen los otros niños de la escuela, pero muy muy lentamente. Violeta habla español con acento diferente, con un cantico muy simpático, pues es mexicana. Iris habla otro idioma que no le entendemos pero nos reímos mucho en el recreo. Mi mamá sueña con que voy a ayudarle mucho cuando aprenda a hablar, leer y escribir pues ella no sabe casi nada de inglés y eso que lleva aquí como cinco años.

¡Qué bueno! Sonó la campana y podré salir a jugar con mis amigos al recreo.

miércoles, 30 marzo 2011

Aprender de niño

De niño uno no se da cuenta de las enormes capacidades de aprendizaje que se tiene. Si uno ha tenido la suerte de haber nacido con el mínimo de validez para llegar a ser una persona normal, en un año de vida ya está hablando, caminando y comiendo casi todo tipo de alimentos. Con la edad esas capacidades o la simple curiosidad se van atrofiando y se vuelve más difícil memorizar palabras de un nuevo idioma, bailar ritmos nuevos o aventurarse a comer platos exóticos. Nos vamos acostumbrando a nuestro medio y pocos son lo suficientemente aventureros para cambiar y conocer cosas nuevas.

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Por ejemplo los niños aprender a bailar muy fácil si están dentro de un ambiente donde la gente baila. (Véanse los vídeos adjuntos a esta nota.) Dicen que Mozart de niño aprendió tan bien la música, como si fuera un juego tan solo mirando a su hermana mayor tomando clases con su padre, que pudo viajar por Europa con su padre demostrando sus prodigios cuando aún era muy niño. Cuentan también que el campeón mundial de ajedrez, el cubano Capablanca, a los cuatro años ya sabía cómo mover las piezas sin que nadie le enseñara y podía ganarle con facilidad a un jugador principiante. Recuerdo ver sobrinos míos de dos años que ya bailaban muy bien los ritmos tropicales. Un amigo me contaba que en las obras públicas los jóvenes que tenían costumbre de jugar por computador con las manijas de juego, aprendían muy fácil a manejar las grúas. Pasa lo mismo con los niños indios en la selva que son buenos cazadores muy jóvenes. No deja de sorprenderme.