viernes, 14 noviembre 2014
Redes sociales
¡Cómo no se le había ocurrido antes! Seguro que iba a conseguir lectores por montón. Crearía varias cuentas con seudónimo en las redes sociales. Se inscribiría en todos los grupos literarios existentes. De manera sistemática escribiría notas en cada uno de ellos hablando bien de su novela, tratando de conseguir que los demás miembros fueran a leer la página web donde se vendía, haciéndose amigo de cuantas personas fuera posible en especial escritores, editores, traductores, periodistas, libreros, críticos literarios. Así al poco tiempo tendría miles de ciberamigos y sería miembro de miles de grupos de interés literario. Vendería tantos libros que se volvería rico. Para atraer más seudoamigos, comentaría elogiosamente todo lo que los demás pusieran en la web aunque no leyera nada.
Se sintió más solo que nunca en medio de miles de personas que probaban las mismas estrategias. Era como si estuviera en una inmensa plaza pública llena de gente donde cada individuo estuviera gritando a los cuatro vientos lo bueno que era sin que nadie se enterara. Como si estuviera charlando con alguien pero que esa persona no le pusiera cuidado y más bien hablara al mismo tiempo. La avalancha de mensajes hacía inaudible la información. Además no le quedaba tiempo para nada más. Se dio cuenta de que era ilusorio tratar de darse a conocer, que no tenía sentido, que era mejor volver al anonimato del que nunca había salido y nunca intentaría salir.
Decidió desconectarse del ciberespacio para siempre. Volvió a escribir en secreto como siempre sin que nadie lo leyera. Seguro de que sus textos eran intrascendentes e idénticos a miles de textos que otros clones escribían automáticamente, destruía cada escrito, cada cuento, cada novela apenas los terminaba sin releerlos ni corregirlos. Seguro de que escribía siempre lo mismo o sobre temas recurrentes, decidió tratar el mismo cuento desde todos los puntos de vista imaginables, como esos pintores que pintan el mismo cuadro con diferentes colores y sombras, pero siempre el mismo. Así vivió feliz en su laberinto sin llegar a encontrar ni vencer al minotauro de la escritura. Y colorín colorado este escritor frustrado terminó acabado.