Ok

By continuing your visit to this site, you accept the use of cookies. These ensure the smooth running of our services. Learn more.

domingo, 25 febrero 2024

Aukeratu

NV-NV1046.jpgSimon sukaldaria da. Kamerungoa da, baina Frantzian bizi da. Oso ondo egiten du sukaldean. Euren fish and chips onenak dira. Ilea, begiak eta azala oso iluna ditu. Simonek berrogeita hamar urte inguru ditu. Alaia, kanporatzailea eta lasaia da. Gizena da eta sukaldaritza gustatzen zaio, baina ez zaio kirola gustatzen. Zure jatetxean jatea gustatzen zait.

No estoy loco (o quizás sí o todavía no). Esa es mi última tarea, pues estoy estudiando euskera. Muy difícil. Me siento hablando un idioma prehistórico. Claro que dicen que loro viejo no aprende a hablar. Ya veremos. ¡Je, je!

16:54 Anotado en Lengua | Permalink | Comentarios (0) | Tags: euskera, aprendizaje

sábado, 03 enero 2015

Gota a gota

NV-IMP887.jpgUna simple gota de esencias florales de Bach me llevó a los años de infancia cuando con cuatro o cinco años de edad conocí ese artilugio misterioso y antiquísimo compuesto por un tubo hueco de vidrio, cerrado por un lado con una perilla, muy útil para trasvasar líquidos: un gotero o cuentagotas.

Mis hermanos se peleaban por usarlo con un remedio que mi mamá iba a tomar o a darnos. Yo no sabía de qué se trataba. Mi mamá me explicó y me dejó emplearlo en vez de mis hermanos. Como se convirtió en juguete, ella lo guardó para que no lo fuéramos a dañar. Yo estaba contento de haber aprendido algo nuevo aunque en realidad no supiera realmente cómo funcionaba.

Son cosas tan sencillas que parece que uno las supo desde siempre y sin embargo todo lo tenemos que aprender: ponerse de pie, caminar, correr, comer solo, amarrarse los cordones de los zapatos, vestirse usando bien los ojales, botones y cremalleras, bajar y subir escaleras sin ayuda, atravesar la calle, ir de mandado a comprar algo a la tienda de la esquina y volver con las vueltas correctas. Con mis hijos fui más consciente del proceso de aprendizaje y de las dificultades y desafíos que tenemos de niños.

19:33 Anotado en Recuerdos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: niñez, aprendizaje

domingo, 01 julio 2012

Romilda, con erre de rara

NV-IMP809.JPGDesde que aprendió a montar en bicicleta, siendo muy niña, los gestos le quedaron grabados indeleblemente en su memoria corporal. Era como haber aprendido a caminar o a respirar, a tal punto que casi con sesenta años, después de muchos de sedentarismo y de viajes en autobuses llenos de gentío, volvió a usar el velocípedo sin ningún problema.

Sintió de nuevo la libertad de desplazarse guardando el equilibrio con la brisa de frente golpeándole la cara. Ahorrar para comprarse su bici y ser independiente fue el reciente objetivo que había alcanzado con sacrificio. Con los años la vista le había mermado y le costaba trabajo reconocer los autobuses para moverse por la ciudad, sobre todo cuando decidieron pintarlos todos del mismo color. ¡Qué mala idea!

Otra mala noticia era que pensaban cambiar los contadores eléctricos y de gas por unos sistemas electrónicos que captarían el consumo exacto a distancia y no necesitarían de empleados como ella para ir de casa en casa anotando los datos de cada aparato manualmente.

Conociendo la eficacia de la administración, calculaba que llegaría a la jubilación antes de que la declararan superflua. Sin embargo, le preocupaba que el jovencito que habían nombrado de jefe recientemente se interesara en su trabajo. Tenía cita con él esa mañana.

Romilda nunca había querido cambiar de puesto. Le encantaba ir de casa en casa sin prisa anotando el consumo de todos los hogares sin que nadie la vigilara. Terminaba temprano su tarea diaria para irse a ver telenovelas en casa o a charlar con amigas. Le bastaba el sueldo miserable para sobrevivir sin ilusiones ni quimeras.

El jefecito estaba esperándola en su despacho, la miró sin interés y le dijo sin preámbulos:

-      Tenemos que evaluar sus conocimientos para ver en qué otro puesto la podremos colocar cuando lleguen los contadores electrónicos telemáticos.

-      Estoy contenta con mi puesto. Nadie se ha quejado de mí en todos los años que llevo en esta empresa. Déjeme tranquila que seguro que van a pasar años antes de que remplacen todos esos aparatos antiguos por los modernos.

El jefezuelo insistió. Le dio un formulario de evaluación para que lo llenara de inmediato. La pobre mujer acorralada tuvo que confesar lo que nunca había dicho:

-      Vea usted. No sé leer ni escribir. No vale la pena que me pida que llene formularios. Cumplo con mi trabajo dibujando los números que veo en los contadores sin entender de qué se trata. Claro que de niña aprendí a leer, escribir, sumar y restar, pero por falta de práctica se me olvidó todo. No insista.

El hombre no podía creerlo. La sinceridad de Romilada lo dejó desarmado. La mujer daba al mismo tiempo lástima y admiración. Tras un largo minuto de duda dijo:

-      No se preocupe, esto queda entre los dos. No la cambiaré de puesto. Usted se ocupará de todos esos aparatos manuales hasta que desaparezcan.

Después de salir de su sorpresa, Romilda salió agradecida y como si nada se fue a montar en bicicleta, pensando en la buena suerte que tenía de tener un jefe tan comprensivo y humano. Al fin y al cabo de qué servía leer y escribir si ella había logrado sobrevivir sin esas habilidades.