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domingo, 13 mayo 2012

Regina, con erre de rara

NV-IMP804.JPGDesde pequeña fue muy torpe con su cuerpo. Su desarrollo motriz siempre fue retrasado. De por sí, nació prematura antes de cumplir siete meses de embarazo. Todos pensaban que se moriría. Le costó trabajo aprender a caminar. Sus padres creían que iba a gatear toda la visa pues ya hablaba muy bien pero nada que daba sus primeros pasos. Por fin a los casi tres años sorprendió a todos cuando de repente se levantó y caminó a recoger una pelota en el patio como si nada.

No pudo aprender a montar en bicicleta ni en patines. Era malísima para la puntería. Nunca logró encestar un balón jugando baloncesto. Cuando jugaba a lanzar dardos siempre caían lejos del blanco. Mientras sus amigas tiraban desde lejos cualquier cosa dentro de la papelera, ella ni a un metro de distancia atinaba. Sus padres pensaron que tenía problemas de vista, pero los mejores oftalmólogos no encontraron ningún defecto.

Tenía poca sensibilidad en la piel y no aguantaba que la abrazaran ni besaran. Los especialistas decían que era falta de cariños cuando era una nenita. Le pronosticaban anorexia para cuando llegara a la adolescencia. Se equivocaron pues siempre comió mucho sin llegar a engordar. Le tenía miedo a la altura. Sentía vértigo con solo pensar en mirar por la ventana y no se atrevía a asomarse a partir del tercer piso. Por supuesto nunca se subió a un árbol en su vida.

Tampoco tenía sentido del ritmo. Cuando tenía que caminar siguiendo el mismo paso que sus compañeras, siempre iba a contratiempo sin lograr entender lo que era una marcha militar. Sus padres pensaron que tenía problemas auditivos. Los mejores otorrinolaringólogos no le detectaron ningún problema. Su sentido del equilibrio era perfecto y oía bien todas las frecuencias audibles normalmente.

Llegada la adolescencia empezó a interesarse en los amigos varones como todas sus amigas. Ellas le contaban sus primeras aventuras y le aconsejaban que fuera a bailes con ellas, pero Regina odiaba bailar. Pensar que iba a estar en los brazos de un muchacho pegajoso la repugnaba. La curiosidad fue más fuerte. Quería entender qué pasaba en esas fiestas de quinceañeros.

Era en casa de su mejor amiga. Se sentó en un rincón para observar el terreno. Ahí estaba ese joven vecino que tanto la miraba en el recreo y que la espiaba cuando salía caminando al colegio pero no se atrevía a hablarle. Los dos se pusieron colorados al chocarse sus miradas desde lejos. Trató de pensar en otra cosa pero su presencia era como un imán que la atraía a él a todo momento. Si por casualidad viniera a invitarla a bailar, no podría negarse.

Así pasó. Sonó una balada tranquila y dulzona para que los tortolitos bailaran apretados. El vecino vino rápido a invitarla. Sus amigas le habían aconsejado que se dejara llevar por la pareja y por la música. Habiéndolos visto bailar como micos los ritmos tropicales se sentía impotente e inútil. Por poco se va corriendo a casa.

Ahora estaba en brazos de ese vecino y a cada paso se pisaban los zapatos mientras los dos reían apenados. Sin embargo con los brazos apretándole el cuerpo y dándole seguridad no parecía tan difícil. La música terminó e intuitivamente Regina quiso alejarse de ese cuerpo caliente que la rodeaba. Todos los demás estaban pendientes de lo que iba a suceder.

Los dos perdieron el equilibrio y cayeron al suelo como bultos pesados. ¡Algún gracioso había aprovechado la penumbra de la sala para amarrarle los pies a la parejita con unos cordones largos y por eso terminaron en el suelo!

Regina se puso furiosa y su caballero también. Los demás reían a carcajadas. Es cierto que Regina es rara. No le gusta el baile, pero eso no le impidió ennoviarse con su príncipe azul que tampoco baila bien. Ella nunca más volvió a pisar una pista de danza y solo estando a solas con su amado se deja abrazar apasionadamente con los ojos cerrados y en silencio.

domingo, 15 abril 2012

Raimundo, con erre de raro

NV-IMP801.JPGQuién sabe qué animal microscópico se le alojó en el oído para que Raimundo odie la música o qué canciones de cuna no le cantó su mamá para amaestrarle el tímpano. Debe de ser un bicho raro que le deforma los sonidos. No hay género musical que le agrade. Ni clásica, ni popular, ni folclórica, ni moderna, ni rock. Nada de nada. Siempre me pareció extraña su forma de hablar. Tiene una voz que no expresa sentimientos. Parece un cura viejo rezando o un payaso recitando. Eso sí, tiene una memoria infalible. Gracias a ello consiguió un puesto en un almacén de música. De algo tendría que vivir. Aconseja a los clientes dándoles todo tipo de detalles que ha leído y oído de especialistas. Sabe leer música. Cuando toma la partitura de una ópera oye todos los instrumentos en su cabeza a la vez y disfruta de la ingeniosidad y maestría de los grandes compositores, pero que no le vayan a proponer asistir a un concierto. Me lo imagino como a Beethoven sordo componiendo sus obras maestras al final de sus días. Cualquiera creería que es un melómano, pero lo que hace es repetir como un loro la opinión de los expertos. Tiene éxito. Es más convincente que los demás vendedores. Lo último que me contó en gran secreto es que está perdiendo el oído. Me dijo que es un proceso lento e irreversible. Espera con ansia el momento de paz en que no oiga más la música que tanto odia aunque también pierda el sonido de la voz de sus amigos o el canto de los pájaros en la cima de los árboles que interpreta como idioma y no música agradable a su alma. Está aprendiendo y practicando el lenguaje de signos para cuando quede sordo como un muro. Le propuse citas con los mejores otorrinolaringólogos del país, que yo le costeaba el tratamiento. Lo rechazó muy enfadado. Es que Raimundo es raro. Tan raro como cualquier personaje salido de una escritura automática y sin frenos como esta.