domingo, 08 agosto 2010
Me pido mi iPod
El iPod estaba abandonado en el banco del autobús sin que nadie alrededor se inmutara. No había muchos pasajeros. César se sentó al lado y lo tomó para examinarlo. Siempre había querido un iPod pero el poco dinero de su beca le alcanzaba solo para lo básico. Como nadie reclamó el aparato que él tomó abiertamente, se dijo que ahora sería el dueño.
Lo encendió, vio que funcionaba, se puso los audífonos y escogió la primera canción de la lista. Oyó una voz de mujer cantando mal una tonada de moda. De pronto la voz dejó de cantar y dijo: «Este chico me parece muy tímido. Desde hace varias semanas me mira pero no se atreve a hablarme. Debe de ser un estudiante extranjero. Me gusta pero se ve demasiado juicioso. Quisiera que aquel otro que está detrás de él me coqueteara. Se ve mucho más maduro y divertido. Esa barba y esos ojos me encantan». César levantó la vista y se encontró con la chica que tanto admiraba mirando como si él fuera transparente a la silla de atrás de él. Volteó la cabeza y encontró en efecto a un barbudo de ojos claros que miraba por la ventana.
Buscó otra canción pensando que había sido una grabación que casualmente coincidía con la realidad. Oyó la voz de un hombre diciendo: «Otra vez esa muchacha que me busca. Si supiera que me gustan los hombres, me dejaría tranquilo. No me gusta nada su cara. Me recuerda a alguien desagradable pero no sé a quién. Ahora sube el muchacho que más me encanta de este trayecto en bus. ¡Esos pantalones verdes le quedan tan bien! Ojalá se siente a mi lado».
César vio justamente a un joven con pantalones verdes subiendo al autobús y buscando puesto. Cambió de canción y se encontró con la voz del joven diciendo: «A quién me toca hoy robar en este bus. Siempre hay un incauto con la billetera a mi alcance o su cartera abierta. Ese barbudo de ojos claros parece presa fácil. Me sentaré a su lado».
¡No podía haber coincidencias! El iPod estaba captando los pensamientos a su alrededor. Siguió oyendo lo que decía la señora gorda de la silla de la izquierda pensando en su amante y en la forma de seguir engañando a su esposo, el abogado de al frente leyendo un voluminoso expediente y pensando en la manera de ganar el juicio que empezaría en pocas horas. La última canción le permitió oír a todos al tiempo. Fue insoportable. Volvió a poner la primera canción para oír lo que pensaba su chica preferida pero ahora oyó su propia voz que pensaba: «Esto es imposible. Me están tomando del pelo. ¿Quién habrá dejado este iPod tan raro tirado en el bus?». Se levantó, se lo entregó a la chica con una gran sonrisa y se bajó del autobús sin decir nada pero pensando con fuerza que sus estudios de psicoterapia psicoanalítica lo estaban chiflando.
09:42 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, cuento, telepatía
domingo, 01 agosto 2010
Cuento para niños inquietos
A que no sabes nombres de dinosaurios, ¿eh? A ver, a ver: stegosaurus, tyrannosaurus, brontosaurus, brachiosaurus, triceratops, diplodocus, trachodon, pterodáctilo, scolosaurus
No es difícil, pero ¿sabes cómo se extinguieron? Me dirás que fue un meteorito gigante o que la raza se envejeció naturalmente o que se especializaron tanto que se volvieron inadaptados o que eran muy tontos y los mamíferos les ganaron en la lucha por conquistar la Tierra o que se les acabó la comida por sobrepoblación o que se suicidaron o que un cambio climático los mató de calor o de frío o de sed o no sé qué más hipótesis y teorías. ¡Nada de eso! Te voy a contar la verdad si me prometes que te vas a quedar tranquilo con los ojos cerrados y te vas a dormir. ¿Vale? ¡Trato hecho!
Hace mucho mucho tiempo vivían en paz y tranquilidad los dinosaurios sin tener que ir a la escuela, hacer deberes, comer sopa, tender la cama, tocar violín ni aprender a amarrarse los zapatos. Solo tenían que levantar sus largos cuellos para atrapar las hojas frescas de los árboles o comerse de un mordisco un dinosaurio más pequeño que pasara por ahí para seguir disfrutando de ese paraíso primitivo y prehistórico.
Resulta que a solo 4,5 años luz de la Tierra queda la estrella Alfa de la constelación del Centauro que es hermana gemela de nuestro Sol y tiene planetas como el nuestro. Bueno, en realidad solo uno de sus doce planetas se parece a la Tierra y se llama Edén. Allá vive una civilización mucho más avanzada. Con decirte que cuando los dinosaurios existían, ellos ya venían en sus naves a visitar la Tierra. Son platillos voladores muy potentes en que los edenianos recorren toda la galaxia buscando recursos para su planeta superpoblado. Cuando descubrieron los magníficos dinosaurios terrestres, decidieron criarlos como ganado para Edén. Así crecieron y poblaron todo nuestro planeta. Llegó el momento de llevárselos a Edén pero eran tan grandes y numerosos que no cabían en sus platillos voladores. Entonces tuvieron que inventar una técnica para encogerlos y trasportarlos como si fueran pulgas en cajas pequeñas aplicando el efecto inverso al llegar al destino para recuperar su tamaño original. ¡Mmmm! Las parrilladas de dinosaurios les encantaban. El sistema funcionó muy bien durante varios siglos hasta que un niño edeniano desobediente, inquieto y necio que viajaba con su padres en el platillo volador y observaba las operaciones oprimió el botón equivocado y todos los animales y los mismos edenianos y él mismo se encogieron sin haber podido viajar. Ya no había quién oprimiera el botón de desencoger pues era muy grande y duro para su nuevo tamaño. Los reptiles y las aves que hoy existen son los descendientes de esos dinosaurios; por eso son más pequeños. Los seres humanos somos los descendientes de los edenianos que cuando viajan cerca del planeta Tierra vienen a veces a vernos con un poco de nostalgia. Por eso tú sí tienes que ser juicioso y obediente, cerrar los ojos y quedarte dormido. Así no correrás el peligro de apoyar en el botón equivocado.
08:00 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficció, cuento
domingo, 25 julio 2010
Chejov, el culpable
La gendarmería de Ornex protegía muy mal del calor del verano. La oficina estaba como un horno, el escritorio, lleno de expedientes y las paredes, con anuncios de «se busca» como en las películas de vaqueros. La señora Juliette Lagrange no entendía por qué la habían convocado siendo tan respetuosa de las leyes, sin hijos ni esposo y con familia viviendo lejos. El capitán fue al grano.
«Usted y mi esposa están en la misma clase de yoga. Me contó que usted estaba de baja por enfermedad. ¿Una depresión causada por sus alumnos de español y tantos años de soportarlos viendo degradarse el ambiente de sus clases? Busco precisamente una persona que sepa español para leer unos documentos importantes en relación con un caso de suicidio. ¿Supo del hombre que se tiró desde el último piso del edificio Les Écrins en la avenida de Bijou en Ferney-Voltaire?», preguntó.
«No, no leo la prensa local y nadie me contó de suicidios. ¿Cuándo fue?», contestó.
«En la madrugada del domingo la semana pasada. Era un señor que quizás usted conoce. Se llamaba Luis Blanco, profesor de lengua y literatura en el liceo internacional hace como quince años. Era dueño del apartamento. Cuando terminó su contrato, regresó a Galicia, su tierra natal, y lo dejó alquilado. Casi nunca venía. Hace unos meses aprovechando que el inquilino se había ido, regresó pero no hablaba con nadie», explicó.
«Cuando yo llegué al liceo, él ya se había ido, pero oí hablar de él por otros profesores. Ya nadie se acordará. Hace tanto tiempo. ¿Qué quiere que haga?», preguntó.
«Hace como quince años hubo otro caso de suicidio de un brasileño en Gex, el joven alumno de prácticas que investigaba el caso terminó muerto junto con una joven india amiga del brasileño en circunstancias extrañas. Mi jefe es muy supersticioso. Me ha dicho que cierre el caso rápidamente y no investigue nada. Hemos averiguado en España, pero no tiene familia. Como nadie sabe español en la gendarmería y a mí no me gusta el trabajo mal hecho, necesito que al menos lea estos documentos, a ver si hay alguna explicación. Aquí tiene en este maletín todos los cuadernos y papeles sueltos que estaban en el escritorio o tirados por el suelo. Era escritor. Le pido, eso sí, que sea muy discreta», advirtió.
Juliette empezó esa misma noche a leer las notas y a resumir lo que iba descubriendo. Eran en efecto los manuscritos de un escritor. Rápidamente dedujo que Blanco estaba redactando un ensayo sobre técnicas del cuento. Había analizado y comparado las técnicas de Chejov, Poe, Hemingway, Borges, Montpassant, Cortázar, García Márquez, Perrault, Andersen y otros cuentistas famosos. Su tema era la forma de entretejer dos historias en una sola para atrapar desde el inicio al lector, conduciéndolo al final del relato hasta el desenlace donde la clave aparecía límpida. Para cada escritor había descrito una teoría de su técnica de presentar las dos historias dándole importancia a la una o a la otra. Tenía como ejemplo un mismo cuento que trataba según el estilo de cada uno de los escritores estudiados. El cuento estaba basado en un cuaderno de notas de Chejov donde el famoso médico y escritor ruso registró esta anécdota: «Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida».
El texto que más le impresionó a Juliette fue el de un personaje que entraba a jugar a la ruleta al casino de Divonne, a veces perdía y a veces ganaba hasta que una noche ganó un millón de euros llevándolo al clímax de la emoción. Le pareció tan bien descrito, con tantos detalles, que dedujo que Blanco había ido a ese casino para poder sentir y describir la realidad.
Al día siguiente Juliette pidió prestada en la gendarmería las llaves del apartamento para probar su hipótesis. Encontró todo como si Blanco acabara de irse. El escritorio tenía libros, diccionarios y enciclopedias pero ningún PC ni máquina de escribir. Buscó en cajones y repisas hasta que encontró en efecto unas fichas del casino de Divonne. También estaba el permiso de conducir del español renovado recientemente según indicaba la fecha.
Decidió ir al casino. Los dieciocho kilómetros le parecieron eternos a pesar de haber tomado la autopista Ginebra-Lausana. En la recepción lo reconocieron de inmediato en la foto. «¡Ah! Ese ganó un millón de euros la semana pasada. ¡Qué suerte! No ha vuelto por aquí. Ya debe de estar en su país disfrutándolo», dijo el gerente sin dudarlo. Juliette supo que le habían pagado inmediatamente con un cheque, que él había invitado a champaña para el crupier y los demás jugadores de su mesa. Se había ido de inmediato a pesar de que el tiempo estaba tormentoso con mucho viento. Le habían aconsejado que esperara para que no le fuera a caer una rama de un árbol en el camino, pero él dijo que había dejado la ventana de su apartamento abierta y tenía que irse. El caso le pareció evidente. Juliette pensó que quizás lo habían seguido para robarlo y lo habían empujado por la ventana.
Volvió a Ferney para estudiar de nuevo el apartamento. Recordó que el gendarme le había contado que los papeles estaban tirados por el piso pues una corriente de aire parecía haber desordenado todo por la ventana abierta. Buscó de nuevo sin encontrar rastros del cheque. Se acercó a la ventana y se puso a mirar hacia la calle pensando en las diferentes posibilidades. Entonces descubrió que una canal que bajaba del techo formaba un recodo bajo la ventana donde habían puesto unos alambres puntudos para evitar que las palomas se instalaran ahí. Atrapado en uno de los alambres vio un papel que tenía la forma de un cheque. Juliette se agarró con fuerza del marco de la ventana y trató de alcanzar el papel con la otra mano. Perdió el equilibrio y en pocos segundos se estrelló contra la acera en el mismo lugar donde Blanco había caído una semana antes.
Inspirado en http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/tecni/tesis.htm de Ricardo Piglia.
08:00 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, cuento, estilos