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sábado, 19 septiembre 2009

Tiendas de campaña

NV-IMP507.jpgEn Colombia debí de acampar un par de veces con mi familia o con amigos. Eran tiendas de campaña, de lona, más o menos grandes y cómodas. Cuando llegué a Francia, de estudiante, conseguí una pequeña de dos puestos con la que viajé por muchas partes. Una tienda pequeña, fácil de armar, de techo plástico para evitar la lluvia, pero por dentro de tela para poder respirar. Era muy práctico llegar en tren a una ciudad con la tienda y una mochila a la espalda para buscar un camping cercano, instalarse y luego pasear como turista. Si el viaje era en carro, podía uno buscar los campamentos más fácilmente. Uno podía pasar un par de días en cada lugar e irse desplazando con la casa al hombro.
Así viajando con amigos en Italia, una vez llegamos tan tarde a la ciudad que nos habíamos fijado como destino que no encontramos el campamento y nos tocó instalar las tiendas en campo abierto; al día siguiente, nos dimos cuenta de que habíamos dormido no muy lejos de un basurero y de una estación de gasolina.
Con mi esposa, que en esa época solamente éramos novios, viajamos una vez en tren hasta Lisboa. (¡Hay anécdotas por contar!) Pasamos una noche en San Sebastián con la mala suerte de sentir debajo de la tienda unos topos que se movían debajo de la tierra y de nuestras espaldas, como si fueran muertos que querían salir a asustarnos. Con una pareja de amigos de la Isla Mauricio recorrimos Francia durante el mes de agosto de 1981. (Ese paseo merece un relato aparte.)
Ya cuando mi hija nació compramos una tienda mucho más grande que tenía campo hasta para ocho personas si fuera necesario. Tenía dos habitaciones que cerraban con cremallera, un espacio interior que servía de sala comedor si llovía afuera y tenía un techo de tela que permitía comer afuera protegidos del sol. Recuerdo que cuando la compramos la armamos con ayuda de unos amigos en el campus de la universidad de Grenoble. Con ella estuvimos en el sur de Francia, en Bélgica y Países Bajos. Ya era obligatorio viajar en carro para transportar tanta cosa. Como era más difícil de armar, nos quedábamos en el mismo camping como mínimo ocho días. (Hoy hay tiendas de campaña mucho más fáciles de armar gracias a un diseño más elaborado.)
A mis hijos les encantaba pasar vacaciones en camping. Nos instalábamos en los más grandes con todas las instalaciones posibles: piscina, restaurante, supermercado, tenis, sala de gimnasia, discoteca, espectáculos y muchos árboles.
Con el tiempo ya dejamos de usar la tienda; alquilábamos un mobilhome o apartamentos amoblados. Era mucho más práctico aunque a veces tuviéramos más calor que al aire libre. Creo que la última vez que la usamos fue hace como quince años por la región de Royan y las Landas.
Hace un mes estaba tratando de arreglar la bodega y me encontré con la famosa tienda que ocupa espacio inútilmente. No pienso que la volvamos a usar a pesar de que está en buen estado. Pienso buscar una familia con niños pequeños o un centro de vacaciones o una asociación que quiera recibirla pues quiero regalarla. Esas cosas ya no se venden, ni de segunda, y yo no me siento capaz de tirarla a la basura con tantos recuerdos dentro.

domingo, 23 agosto 2009

Dados contra cerveza

NV-IMP487.jpgCasi nadie había visto el letrero que decía que la cerveza del barril valía cuatro francos, pero que si uno tiraba los dados, pagaría lo que indicara el dado, es decir entre uno y seis francos. José calculó que el precio promedio sería tres francos con cincuenta y por lo tanto con un poco de suerte pagaría menos de cuatro. Contó las monedas que le quedaban en el bolsillo, eran ocho francos. El dilema era tomarse solo dos cervezas al precio normal o arriesgarse a tomarse más o menos de dos jugando con los dados.
La joven rubia vestida de bávara lo miró unos segundos con una sonrisa amplia y le preguntó qué le servía. «Oye, Sisí, te propongo un trato con lo de los dados», dijo José. «¡Ja, ja! Muy gracioso. No me llamó Sisí. Me llamo Pascualina. ¿Qué te sirvo?», contestó con la misma sonrisa. «Mira, Pascualina. Voy a jugar con el dado para pagar la primera cerveza. Si me sale más de cuatro, no podré tomarme más de una pues me quedarán dos francos en el bolsillo. En ese caso, si tiro de nuevo el dado y sacó más de dos, en vez de cerveza me contento con un beso», continuó dándoselas de listo. «Claro y si te salen solo unos me arruino yo y me pierdo del beso. Tienes suerte de que soy jugadora. Vale. Acepto tu apuesta», respondió Pascualina aprovechando que no había muchos clientes y que su colega estaba ocupado con los pocos que llegaban del otro lado de la caseta.
José tiró el dado y le salió un tres. «¡Qué bien! Me gané una cerveza, pero lo del beso lo negociamos ahora después, guapa», dijo el joven y se fue a tomar su cerveza en una mesa a la sombra. El grupo que tocaba música en el quiosco de al lado tenía éxito; muchos jóvenes de pie los seguían balanceándose en sus puestos. El calor hizo que la cerveza de José se acabara más rápido de lo previsto o quizás él se la tomó de prisa para ir a seguir con su labor de conquistador. Era alto y apuesto y apostaba que iba a ganarse el beso de Pascualina. ¡Ojalá tuviera mala suerte en los dados!, era lo que deseaba ahora.
«Me quedan cinco francos, Pascualina. Voy a jugar con los dados de nuevo. Si me sale más de cuatro, me gano la cerveza y un beso. ¿Vale?», propuso el joven. Pascualina que se había olvidado de su galán se rió de nuevo y aceptó el trato. Tiró el dado y le salió un tres. «Vaya suerte. Hubiera preferido el beso aunque me saliera más caro. ¿No estarán cargados estos dados?», dijo José llevándose su cerveza.
Esta vez la joven Pascualina no se olvidó del galán y estuvo pendiente de él mientras atendía a los compradores que al terminar el primer concierto del quiosco habían vuelto numerosos. Empezaba a ocultarse el sol en esa tarde veraniega. Otro grupo musical se instalaba y el joven José bebía su segunda cerveza observando a su esperada conquista. Le quedaban dos francos en el bolsillo. La probabilidad de sacar más de dos en los dados era grande. El grupo nuevo se puso a tocar y la caseta de la cerveza se vació otra vez pues los jóvenes estaban entusiasmados con la música electrónica.
José se distrajo un rato y al terminar su cerveza se dirigió a la caseta pero esta vez la joven no estaba. Quedaba solo su amigo vendiendo la cerveza con otro que no estaba antes. «¿Pascualina ya se fue?», preguntó José. «La joven que estaba atendiendo aquí», insistió José al ver que no le entendían. «¡Ah! Se llama Janet y ya terminó su turno. ¿Qué le sirvo?», respondió el ventero que tenía cara de malas pulgas. «Tiro el dado pues solo tengo dos francos», contestó José. Salió un seis y no pudo tomar cerveza.
Triste se fue a caminar por el parque en dirección de la parada de bus. Sacó su teléfono celular para ver si tenía llamadas perdidas o algún SMS. De pronto se podría encontrar con amigos que lo invitaran a otra cerveza. Estaba sentado en la parada del autobús tan absorto manipulando el artilugio electrónico que no se dio cuenta de la llegada de un bus ni de la joven que se acercaba a él. De repente sintió que le dieron un beso en la boca y sorprendido tuvo apenas el tiempo de ver a Sisí, es decir Pascualina o Janet, sonreír y correr a tomar el bus diciéndole adiós con la mano. El autobús cerró la puerta y arrancó de inmediato. José se quedó sentado viendo a su conquista caminar buscando una silla entre la gente. Con un poco de suerte se encontrarían en otra oportunidad, pensó con optimismo.

08:30 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, suerte, apuestas, verano, sed

lunes, 17 agosto 2009

Canícula

NV-IMP482.jpgAyer en Limoges tuvimos una temperatura de casi treinta y un grados centígrados. El sábado parece que fue peor pues ayer por lo menos había un poco de viento. En el 2003 por estos lados hubo hasta cuarenta grados. Hoy el clima estuvo más soportable con unos veinticinco a veintinueve grados.
Cuando hace tanto calor lo mejor es buscar lugares frescos. Por eso aprovechamos para visitar una cripta subterránea de la Abadía de San Marcial debajo de esa plaza de la República de la foto donde golpeaba el sol. La fuente y los árboles refrescaban un poco, pero el calor estaba ahí. Estuvimos en un bar del fondo tomando refrescos. Nunca había estado en esta ciudad que fue importante por formar parte del camino de Santiago y después por el descubrimiento de minas de caolín que permitieron el auge de la porcelana que necesita 50% de caolín, 25% de cuarzo y 25% de feldespato. La familia del esposo de una prima en Colombia se enriqueció al descubrir en su finca una mina de feldespato. ¡Enriquecerse porque uno encontró una fortuna debajo de unas piedras no le pasa a todo el mundo! Parece como las minas de oro en California en la película de Charles Chaplin. Hoy visitamos una antigua fábrica de porcelana, su alto horno que funcionó hasta 1960 y comprar platos con el famoso sello Porcelaine de Limoges por debajo es un poco sorprendente.

21:39 Anotado en Viajes | Permalink | Comentarios (0) | Tags: limoges, porcelana, calor, verano