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jueves, 27 febrero 2014

Guerras fratricidas

fotografía,guerra,pazEl médico tarda en llegar. El abuelo tiene fiebre y delirios. De pronto se despierta y me mira con ojos vidriosos y desorbitados. Trato de calmarlo, pero no me reconoce. Me quita la foto de la mano y la observa en su extravío. Dice cosas que no entiendo. Me vuelve a mirar. «Montescos y Capuletos», murmulla. Es la foto en blanco y negro enigmática que acabo de sacar del cajón de su mesa de noche. Ahora de repente recuerdo que de niño, en este mismo cuarto hace mucho tiempo, él me la mostró y me contó su historia.

Fue tomada hace cien años. Seis hombres y seis mujeres muy elegantes, con sombreros y vestidos de domingo. Están en un jardín o un parque, cerca de un árbol. Tres están sentados en el suelo, los demás, de pie. Todos los hombres tienen corbata o corbatín. Las mujeres tienen faldas que les llegan debajo de las rodillas. Solo unas tres mujeres miran a la cámara. Los demás observan hacia la izquierda de la escena, salvo dos hombres sentados que miran a la derecha. Sus atuendos hacen pensar en un clima más bien frío. Un hombre tiene la mano derecha dentro de su chaqueta, cual Napoleón criollo.

Forman parte de los invitados al matrimonio de un Montesco con una Capuleto que iba a sellar la paz entre los dos clanes familiares. Llevaban muchos años en guerra por el poder local matándose unos a otros en una venganza sin fin de la que ya nadie recordaba el comienzo. Un odio hereditario.

Eran los mismos aunque se quisiera resaltar que los unos eran conservadores y los otros liberales, o unos de izquierda y otros de derecha, o unos ateos y otros teístas, unos comunistas y otros monárquicos. Cada familia tenía sus protegidos y sus enemigos. Querían eliminar al bando opuesto como si fuera yerba mala o la gangrena que les comía el cuerpo social. Todos iguales, acaparando el poder, la corrupción, el clientelismo y la riqueza, excluyendo o esclavizando a otros para dominarlos y doblegarlos mejor.

La idea del matrimonio fue del abuelo de mi abuelo, don Rafael Capuleto. Se había inspirado en las alianzas que con matrimonios entre soberanos europeos habían terminado con guerras centenarias haciéndolos todos parientes. Juan Montesco y Ana Capuleto se iban a casar el día de la foto que fue tomada en el parque frente a la iglesia en el momento en que la novia llegaba. Pedro Montesco es el que tiene la mano dentro de la chaqueta. Era el único que no estaba de acuerdo con esa unión contranatural según él. Un instante después sacó una pistola de su chaqueta y con ella mató a la novia y al padre que estaban llegando en ese momento. Una balacera entre los dos bandos acabó con las vidas de muchos de ellos, incluyendo a Pedro, y con la esperanza de una paz duradera.

Ahora yo, Pablo Capuleto, espero la llegada del médico, María Montesco, que aceptó venir a salvar a mi abuelo si todavía es posible. Sé que nos gustamos a pesar de la enemistad que empaña nuestro futuro. Quiero darle una nueva oportunidad a la paz. Todo dependerá de su actitud para con mi abuelo. En el cajón donde estaba la foto hay un revolver que no dudaré en utilizar si ella hace algo indebido. Espero que no. Ojalá ella y yo podamos casarnos para realizar el sueño centenario de nuestros antepasados, para reconstruir con bases sólidas el edificio frágil de esta sociedad descompuesta y así acabar con esta maldita guerra que nos desangra inútilmente.

sábado, 22 febrero 2014

Ibagué II

colombia,colegio cisneros,encuentro,ibagué,amistadSiempre he tenido problemas para aprender cosas de memoria. De pequeño me costaban trabajo las tablas de sumar y multiplicar hasta que entendí la lógica del cálculo aritmético y todo me pareció más fácil. Con los nombres propios he tenido el mismo problema. Me es difícil asociar nombres con personas o caras hasta que por fin lo logro, pero si dejo de ver a alguien conocido durante un largo tiempo, me lo puedo encontrar en la calle, caer en la cuenta de que lo conozco, pero no recordar su nombre.

Hace poco me pasó con el nombre del matemático inglés Alan Turing, con el de la modelo y actriz francesa Leticia Casta y con el título de una película de Fernando Solanas, Memoria de un Saqueo. Confundí también a Heráclito con Eratóstenes al adjudicarle al segundo lo que había dicho el primero: «no se puede entrar dos veces en el mismo río». Mientras que Eratóstenes es célebre por la determinación del tamaño de la Tierra.

Google es de gran ayuda en estos casos famosos, pero no sirve (¿todavía?) a reconocer viejos amigos. Ojalá no me pase lo que a ciertos mayores desmemoriados que si les muestran personajes muy conocidos de su tiempo, como el papa Juan Pablo II o Ronald Reagan, no saben quiénes son.

En Ibagué tuve de nuevo esa sensación incomoda cuando me encontré el 18 de enero pasado con amigos del colegio que hacía más de cuarenta años no veía y no reconocí de inmediato. Algunos han cambiado mucho, otros no logro recordar cómo eran en esos viejos tiempos a pesar de que sé que compartimos pupitres en el bachillerato, aunque también hay quienes no han perdido sus rasgos característicos para mi memoria. Por eso propuse que en la próxima reunión cada uno lleve una foto de su juventud, para ver cómo éramos. Para colmo de males, como teníamos esa mala costumbre de ponernos apodos o de llamarnos por el apellido, acordarse de los nombres verdaderos puede ser complicado. Los que siguen mereciendo el apodo son el flaco y el gordo.

Félix fue el anfitrión que nos recibió en su finca y nos distrajo con su canto y sus anécdotas de aviador. Con él me vi hace unos cinco o seis años. No ha cambiado mucho, aunque se ha aplacado con respecto a lo loco que parecía de joven.

Con Gustavo no me veía desde que terminamos bachillerato. Charlando con él caí en la cuenta de que es el amigo más viejo que tengo pues nos conocemos desde el kínder del Liceo Especial por allá cuando teníamos cinco o seis años. Jugábamos en el recreo y los fines de semana también en el barrio Interlaken. Me gustó oírle contar su trayectoria profesional y su dedicación a la ecología.

Humberto es otro que no ha cambiado tanto. Es el segundo amigo más viejo que tengo. Nos conocemos desde tercero de primaria cuando teníamos como 9 años. Sigue jugando basquetbol y nada menos que a 2600 metros de altitud. Admirable. Tiene una bonita familia que nos recibió en Bogotá. En su casa puede verme con Juan, alias Belisario, de vida multifacética que nos alegró con su música. También estaba Carlos, alias Chiquitín, que nos sorprendió contándonos sus negocios en China, donde vive desde hace años. Su conversión en vegetariano me dejó pensativo, ya que es la primera persona que conozco que ha recuperado la salud gracias a ese régimen sanador de sus problemas de colesterol.

Volviendo al encuentro en Ibagué, Jorge, que ha tenido una vida extraordinaria, me planteó su idea de que escribamos un libro con las anécdotas de nuestros años de secundaria. A ver si lo logramos entre todos.

A Manuel, un magistrado importante en la justicia tolimense, tampoco lo había visto desde la graduación de bachiller. Recuerdo que era un salsero impresionante; él sí recordaba a Heráclito y su filosofía del cambio permanente.

El otro Manuel, el flaco eterno, nos hizo reír con sus ocurrencias y buen humor. Su aventura de aprender a manejar viendo cómo lo hacía su chofer durante un trayecto por Colombia y cómo tomó el volante y terminó el viaje solo es impresionante. La ocurrencia de pedirle a Félix que construya un edificio para que vivamos todos nosotros fue graciosa, pero a Mario le gustó mucho, la tomó en serio y la apoyó con entusiasmo.

De Alfonso tengo recuerdos muy vagos y me gustaría volverlo a ver en una foto de entonces. Charlamos amenamente y me alegró saber que había sobrepasado graves problemas de salud. También me costó reconocer a Francisco Javier después de tanto tiempo sin vernos. Ahora me quedó su imagen cantando en el karaoke.

Jorge, alias el Avispón, apareció en el grupo después de muchos años de ausencia. El drama de Armero le tocó muy de cerca pues en él perdió esposa e hijos. Seguro que le ha dejado una marca indeleble. Me alegré viéndolo cantar con tantas ganas en el karaoke.

Luis Fernando, otro flaco pero menos ahora que entonces, contó sus anécdotas con los hispanohablantes de tantos países que conoció en Estados Unidos. Con Emiliano me he encontrado varias veces en mis últimos viajes. Sus comentarios sobre la experiencia de ayudar a un anciano con Alzheimer fueron graciosos pero a la vez asustadores.

Ver a Orlando camino del altar con sus kilos de más fue sorprendente, ya que después estuvo ayudando al cura a dar la comunión; parece que es diácono. Su hija fotógrafa nos regaló una cantidad increíble de fotos.

Lástima que no pude hablar mucho con cada uno del grupo, por ejemplo con Alirio y Julio Ernesto. Ese día hablé por teléfono con Mauricio y José, aunque la calidad del sonido no nos dejó entendernos bien.

Jairo, lejano pariente, ahora anda muy metido en política. Le va bien y la gente lo quiere pues se ocupa de ellos sin intereses personales. Luis Alberto viajó desde Neiva sin dejar su buen humor. Armando (su hermano Mario sí terminó con nosotros, mientras que él fue de la promoción que nos seguía) estuvo en la reunión como si nunca nos hubiéramos dejado de ver. Así fue con todos.

Esta es la lista de los 19 presentes: Acosta, Barreto, Bobadilla, Bonilla, Forero, Gallo, García, Gutiérrez, Guzmán, Ibáñez, Kairuz, Medina, Meza, Párraga, Peláez, Serrano, Suárez, Velosa y Verástegui. Nuestra promoción fue de 45 alumnos de los cuales dos ya han muerto. Fue una reunión muy agradable y emotiva, con sancocho, cerveza, whisky, karaoke y mucho cotorreo. Ojalá en otra oportunidad veamos a los demás, en especial a Margarita y Ana Beatriz que fueron las únicas mujeres del grupo y las primeras que se graduaron en el colegio.

A pesar de nuestras trayectorias heterogéneas con sus altos y bajos y haber evolucionado hacia diversos destinos, seguimos unidos por esos años que compartimos en secundaria. Somos como los cuatro elementos de la antigüedad, aire, tierra, fuego y agua, discordantes, pero inseparables en este planeta.

Durante varios días después de esa tarde me acompañó en la mente una de las canciones que cantamos pero que no logré identificar completamente. La tarareaba sin recordad el título ni la letra completa. Me puse a buscarla en Youtube a ver si aparecía entre las que cantaban Alci Acosta, Felipe Pirela, Nino Bravo, Daniel Santos y otros famosos, pero, qué pesar, en vez de reconocerla, se esfumó de mi cabeza.