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domingo, 15 agosto 2010

Palabras raras

NV-IMP668.JPGEl lulú estaba echado a los pies de su amo mientras este preparaba una ancheta para el monjío. Estaba poniendo en una canasta unas estatuillas de santos epoxis oleados y una serie de amuletos en forma de cay hechos de jebe, urucú y palquis. Para terminar puso una botella de asencio que había recibido por el ensay. «Que nadie se arrogue esta ofrenda que entrego como debdo por los milagros que me han hecho mis oraciones», dijo el indio y se fue con su paquete para el monasterio.

  • ancheta=1. f. Porción corta de mercancías que alguien lleva a vender a cualquier parte. 5. f. Col. Gratificación, dádiva.
  • arrogar=1. tr. p. us. Atribuir, adjudicar.
  • asencio=m. desus. ajenjo (‖ planta compuesta).
  • cay=m. Arg. y Par. mono capuchino.
  • debdo=m. desus. deuda.
  • ensay=m. En las casas de moneda, ensaye. (m. Acción y efecto de ensayar.)
  • epoxi=1. adj. Se dice de un tipo de resina sintética, dura y resistente, utilizada en la fabricación de plásticos, pegamentos, etc.
  • jebe=1. m. alumbre.
  • lulú=Perro lulú. m. El de compañía de tamaño mediano, color blanco, pelo largo y abundante, hocico puntiagudo y orejas rectas.
  • monjío=1. m. Estado de monja. 3. m. Conjunto de monjas.
  • oleado, da=adj. Que ha recibido los santos óleos. U. t. c. s.
  • palquis=m. Arbusto americano de la familia de las Solanáceas, de olor fétido, con muchos tallos erguidos, hojas enteras, lampiñas, algo ondeadas, estrechas y terminadas en punta por ambos extremos, y flores en panojas terminales con brácteas. Su cocimiento se emplea en Chile contra la tiña, y como sudorífico; y la planta, para hacer jabón.
  • urucú=m. Arg. y Par. bija (‖ árbol).

domingo, 08 agosto 2010

Me pido mi iPod

ipod.jpgEl iPod estaba abandonado en el banco del autobús sin que nadie alrededor se inmutara. No había muchos pasajeros. César se sentó al lado y lo tomó para examinarlo. Siempre había querido un iPod pero el poco dinero de su beca le alcanzaba solo para lo básico. Como nadie reclamó el aparato que él tomó abiertamente, se dijo que ahora sería el dueño.

Lo encendió, vio que funcionaba, se puso los audífonos y escogió la primera canción de la lista. Oyó una voz de mujer cantando mal una tonada de moda. De pronto la voz dejó de cantar y dijo: «Este chico me parece muy tímido. Desde hace varias semanas me mira pero no se atreve a hablarme. Debe de ser un estudiante extranjero. Me gusta pero se ve demasiado juicioso. Quisiera que aquel otro que está detrás de él me coqueteara. Se ve mucho más maduro y divertido. Esa barba y esos ojos me encantan». César levantó la vista y se encontró con la chica que tanto admiraba mirando como si él fuera transparente a la silla de atrás de él. Volteó la cabeza y encontró en efecto a un barbudo de ojos claros que miraba por la ventana.

Buscó otra canción pensando que había sido una grabación que casualmente coincidía con la realidad. Oyó la voz de un hombre diciendo: «Otra vez esa muchacha que me busca. Si supiera que me gustan los hombres, me dejaría tranquilo. No me gusta nada su cara. Me recuerda a alguien desagradable pero no sé a quién. Ahora sube el muchacho que más me encanta de este trayecto en bus. ¡Esos pantalones verdes le quedan tan bien! Ojalá se siente a mi lado».

César vio justamente a un joven con pantalones verdes subiendo al autobús y buscando puesto. Cambió de canción y se encontró con la voz del joven diciendo: «A quién me toca hoy robar en este bus. Siempre hay un incauto con la billetera a mi alcance o su cartera abierta. Ese barbudo de ojos claros parece presa fácil. Me sentaré a su lado».

¡No podía haber coincidencias! El iPod estaba captando los pensamientos a su alrededor. Siguió oyendo lo que decía la señora gorda de la silla de la izquierda pensando en su amante y en la forma de seguir engañando a su esposo, el abogado de al frente leyendo un voluminoso expediente y pensando en la manera de ganar el juicio que empezaría en pocas horas. La última canción le permitió oír a todos al tiempo. Fue insoportable. Volvió a poner la primera canción para oír lo que pensaba su chica preferida pero ahora oyó su propia voz que pensaba: «Esto es imposible. Me están tomando del pelo. ¿Quién habrá dejado este iPod tan raro tirado en el bus?». Se levantó, se lo entregó a la chica con una gran sonrisa y se bajó del autobús sin decir nada pero pensando con fuerza que sus estudios de psicoterapia psicoanalítica lo estaban chiflando.

domingo, 25 julio 2010

Chejov, el culpable

NV-IMP665.JPGLa gendarmería de Ornex protegía muy mal del calor del verano. La oficina estaba como un horno, el escritorio, lleno de expedientes y las paredes, con anuncios de «se busca» como en las películas de vaqueros. La señora Juliette Lagrange no entendía por qué la habían convocado siendo tan respetuosa de las leyes, sin hijos ni esposo y con familia viviendo lejos. El capitán fue al grano.

«Usted y mi esposa están en la misma clase de yoga. Me contó que usted estaba de baja por enfermedad. ¿Una depresión causada por sus alumnos de español y tantos años de soportarlos viendo degradarse el ambiente de sus clases? Busco precisamente una persona que sepa español para leer unos documentos importantes en relación con un caso de suicidio. ¿Supo del hombre que se tiró desde el último piso del edificio Les Écrins en la avenida de Bijou en Ferney-Voltaire?», preguntó.

«No, no leo la prensa local y nadie me contó de suicidios. ¿Cuándo fue?», contestó.

«En la madrugada del domingo la semana pasada. Era un señor que quizás usted conoce. Se llamaba Luis Blanco, profesor de lengua y literatura en el liceo internacional hace como quince años. Era dueño del apartamento. Cuando terminó su contrato, regresó a Galicia, su tierra natal, y lo dejó alquilado. Casi nunca venía. Hace unos meses aprovechando que el inquilino se había ido, regresó pero no hablaba con nadie», explicó.

«Cuando yo llegué al liceo, él ya se había ido, pero oí hablar de él por otros profesores. Ya nadie se acordará. Hace tanto tiempo. ¿Qué quiere que haga?», preguntó.

«Hace como quince años hubo otro caso de suicidio de un brasileño en Gex, el joven alumno de prácticas que investigaba el caso terminó muerto junto con una joven india amiga del brasileño en circunstancias extrañas. Mi jefe es muy supersticioso. Me ha dicho que cierre el caso rápidamente y no investigue nada. Hemos averiguado en España, pero no tiene familia. Como nadie sabe español en la gendarmería y a mí no me gusta el trabajo mal hecho, necesito que al menos lea estos documentos, a ver si hay alguna explicación. Aquí tiene en este maletín todos los cuadernos y papeles sueltos que estaban en el escritorio o tirados por el suelo. Era escritor. Le pido, eso sí, que sea muy discreta», advirtió.

Juliette empezó esa misma noche a leer las notas y a resumir lo que iba descubriendo. Eran en efecto los manuscritos de un escritor. Rápidamente dedujo que Blanco estaba redactando un ensayo sobre técnicas del cuento. Había analizado y comparado las técnicas de Chejov, Poe, Hemingway, Borges, Montpassant, Cortázar, García Márquez, Perrault, Andersen y otros cuentistas famosos. Su tema era la forma de entretejer dos historias en una sola para atrapar desde el inicio al lector, conduciéndolo al final del relato hasta el desenlace donde la clave aparecía límpida. Para cada escritor había descrito una teoría de su técnica de presentar las dos historias dándole importancia a la una o a la otra. Tenía como ejemplo un mismo cuento que trataba según el estilo de cada uno de los escritores estudiados. El cuento estaba basado en un cuaderno de notas de Chejov donde el famoso médico y escritor ruso registró esta anécdota: «Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida».

El texto que más le impresionó a Juliette fue el de un personaje que entraba a jugar a la ruleta al casino de Divonne, a veces perdía y a veces ganaba hasta que una noche ganó un millón de euros llevándolo al clímax de la emoción. Le pareció tan bien descrito, con tantos detalles, que dedujo que Blanco había ido a ese casino para poder sentir y describir la realidad.

Al día siguiente Juliette pidió prestada en la gendarmería las llaves del apartamento para probar su hipótesis. Encontró todo como si Blanco acabara de irse. El escritorio tenía libros, diccionarios y enciclopedias pero ningún PC ni máquina de escribir. Buscó en cajones y repisas hasta que encontró en efecto unas fichas del casino de Divonne. También estaba el permiso de conducir del español renovado recientemente según indicaba la fecha.

Decidió ir al casino. Los dieciocho kilómetros le parecieron eternos a pesar de haber tomado la autopista Ginebra-Lausana. En la recepción lo reconocieron de inmediato en la foto. «¡Ah! Ese ganó un millón de euros la semana pasada. ¡Qué suerte! No ha vuelto por aquí. Ya debe de estar en su país disfrutándolo», dijo el gerente sin dudarlo. Juliette supo que le habían pagado inmediatamente con un cheque, que él había invitado a champaña para el crupier y los demás jugadores de su mesa. Se había ido de inmediato a pesar de que el tiempo estaba tormentoso con mucho viento. Le habían aconsejado que esperara para que no le fuera a caer una rama de un árbol en el camino, pero él dijo que había dejado la ventana de su apartamento abierta y tenía que irse. El caso le pareció evidente. Juliette pensó que quizás lo habían seguido para robarlo y lo habían empujado por la ventana.

Volvió a Ferney para estudiar de nuevo el apartamento. Recordó que el gendarme le había contado que los papeles estaban tirados por el piso pues una corriente de aire parecía haber desordenado todo por la ventana abierta. Buscó de nuevo sin encontrar rastros del cheque. Se acercó a la ventana y se puso a mirar hacia la calle pensando en las diferentes posibilidades. Entonces descubrió que una canal que bajaba del techo formaba un recodo bajo la ventana donde habían puesto unos alambres puntudos para evitar que las palomas se instalaran ahí. Atrapado en uno de los alambres vio un papel que tenía la forma de un cheque. Juliette se agarró con fuerza del marco de la ventana y trató de alcanzar el papel con la otra mano. Perdió el equilibrio y en pocos segundos se estrelló contra la acera en el mismo lugar donde Blanco había caído una semana antes.

Inspirado en http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/tecni/tesis.htm de Ricardo Piglia.