Ok

By continuing your visit to this site, you accept the use of cookies. These ensure the smooth running of our services. Learn more.

domingo, 06 septiembre 2009

Vuelta a la escuela fantástica

NV-IMP495.jpgEduardito estaba súper contento de volver a la escuela; sus padres, menos que él. Estuvieron comprando la liste de útiles, la mochila, la ropa para el primer día, los libros y cuadernos y todo lo necesario. Pasaron una tarde entera marcando y forrando cada cosa. La víspera la casa estaba como electrizada con los nervios de todos. Eduardito llamó a sus amigos del año anterior para ver si estarían también temprano en la mañana con sus padres a la entrada de clase. Por fin todos lograron dormirse y la noche fue calma.
Despertarse a las siete de la mañana y no a las diez como en las vacaciones fue más difícil, pero tocaba volver a tomar el ritmo. La escuela quedaba a doscientos metros de la casa. Papá, mamá y Eduardito salieron cogidos de la mano hasta la escuela. Allá estaban todos: maestros, padres y niños. Los adultos se saludaron fría y tímidamente, los niños se abrazaron muy contentos de volver a verse. La campana sonó. Unos jóvenes recién salidos de la adolescencia abrieron las puertas. El menor de los jóvenes tenía un megáfono y empezó a leer el decreto que había sido aprobado por el ministerio para ese año escolar y los siguientes.
El señor ministro haciendo uso de todas sus atribuciones y facultades legales, considerando la situación económica mundial, las crisis bélicas que desangran las naciones hermanas, las luchas por el poder, el desempleo, el egoísmo crónico que mina nuestras sociedades, resuelve: que todos los adultos padres de los alumnos que estaban en las escuelas públicas del país deberán recibir una instrucción intensiva y especial para que vuelvan a recuperar la inocencia, la fantasía, la imaginación, el optimismo, la camaradería, el gusto por el juego y el buen humor. Mientras tanto los niños estarán exentos de clase durante este año y podrán quedarse en la escuela disfrutando de las instalaciones deportivas y lúdicas del establecimiento para que pasen el tiempo como si estuvieran de vacaciones. El estado garantizará a los padres que sus hijos serán bien tratados, cuidados y protegidos durante estos doce meses durante los cuales todos quedarán internos en los establecimientos y solo aquellos que hayan recuperado razonablemente su actitud positiva y pacífica podrán volver a sus trabajos dentro de un año. Los demás seguirán en clase hasta que se curen o terminarán encerrados para siempre.
Todos los niños gritaron de felicidad. Los padres lloraron inconsolables. La campana volvió a sonar y cada grupo entró en fila a sus respectivos patios. La escuela estaba vigilada por adolescentes en traje de policía armados con pistolas eléctricas para que nadie se fuera a escapar.

viernes, 07 agosto 2009

La finca de los Camacho

NV-IMP476.jpgQuedaba cerca de Viotá, un pueblo cundinamarqués de tierra caliente. Estaba cerca de Anolaima, Apulo y Tocaima, a unos noventa kilómetros de la capital, con una temperatura promedio agradable de 25 grados. Mis padres tenían allá a unos viejos amigos, los Camacho. El padre era médico y su esposa tenía una farmacia o más bien droguería pues había mucho más que remedios. Eran padrinos de bautizo de uno de mis hermanos. La amistad debió de ser muy vieja; no sé si del tiempo en que vivimos en otro pueblo de la región, La Florida.
Ellos tenían tres hijos, todos hombres, y nosotros éramos seis hijos. En las vacaciones cuando vivíamos en Ibagué o Bogotá, solíamos ir de vacaciones a esa finca que tenían en Viotá y donde vivían todo el tiempo. Muchas veces pasamos las fiestas de fin de año en reuniones de mucha gente con baile y música y, claro está, comida típica.
Son recuerdos agradables de paseos en el campo, montar a caballo, ir a ver ordeñar las vacas, oír las gallinas y gallos sueltos por el patio, ver muchos pavos reales, piscos, gansos, turpiales, perros, gatos, sentir picadas de mosquitos y estar rodeados de muchos árboles frutales tropicales, especialmente de mango. Una vez me pequé una comida tan grande de mangos que estaban súper maduros que terminé con dolor de barriga y enfermo.
A veces había paseos al río donde nos bañábamos y comíamos y hasta se bailaba pues no faltaban los músicos. Como yo era el menor de mi casa, no siempre encontraba con quién jugar, pero me divertía a mi manera. Mis hermanos mayores sí se iban a ayudar en las labores de ganadería. Se levantaban antes del amanecer para participar en el ordeño. Los desayunos eran como almuerzos a eso de las nueve de la mañana cuando regresaban cansados del trabajo de vaqueros.
Con el paso del tiempo las reuniones se hicieron todavía más grandes pues los hijos se fueron casando y teniendo hijos. En una de esas fiestas se oyó el ruido de alguien que se había rodado por las escaleras. «¿Quién se cayó?», gritó el Doctor Camacho. «El hijo de Clara», contestó uno de mis sobrinos. Suponemos que pensó que con tanto niño, si hubiera dicho su nombre, no lo hubieran reconocido.
Un año viejo en que estábamos todos preparándonos para la fiesta, mandaron a los hombres mayores al pueblo a traer no sé qué cosa que faltaba. Tocaba ir en carro pues siempre quedaba lejos. Las horas pasaban y no regresaban. Las mujeres y los niños estábamos listos pero nada de nada. Cómo no existían los teléfonos celulares, no había forma de contactarlos. No sé si fue antes de o justo después de medianoche que volvieron muy entonados los señores explicando que habían parado en casa de unos amigos en el pueblo y que no los habían dejado salir hablando y ofreciéndoles trago. Esa nochebuena las mujeres estuvieron muy furiosas y creo que la fiesta se aguó.
El tiempo, la vida y hasta la muerte nos fue alejando. No hace mucho supe que el doctor murió hará dos años, después de haber cumplido 100 años de edad.
http://viota-cundinamarca.gov.co/nuestromunicipio.shtml?a...