lunes, 07 diciembre 2009
Palabras raras
Estoy bebiendo cedrito porque mi mujer me arrogó una amante, siendo que yo soy el más fiel de los maridos, nunca la encelé, lo único que dije fue: si tú sigues poniéndome los cuernos, le diré a mis matones «chamuyad de estos y si no les basta, los tundeáis».
- Arrogar = 1. tr. p. us. Atribuir, adjudicar.
- Cedrito = m. Bebida preparada con vino dulce y resina de cedro.
- Chamuyar = intr. Ur. Decir chamuyos (Palabrería que tiene el propósito de impresionar o convencer).
- Encelar = 1. tr. dar celos.
- Tundear = tr. Tundir (tr. coloq. Castigar con golpes, palos o azotes).
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domingo, 06 diciembre 2009
Lengua de hacha
La pareja caminaba lentamente por la calle del Amor Hermoso. Ella hablaba sin parar. Él escuchaba silencioso sus reproches llevando una bicicleta por el manubrio mientras caminaba a su lado. Al llegar a la esquina de la calle de Marcelo Usera, giraron a la derecha siempre con la misma parsimonia durante dos cuadras hasta doblar por la calle del Olvido. Fue ahí que él utilizó el arma más afilada que tenía a su alcance, su lengua serpentina, con la que le clavó una docena de puñaladas.
Le dijo a voz en cuello: primero, ya no te quiero; segundo, tengo otro amor; tercero, eres demasiado egoísta y celosa; cuarto, ya no eres la de antes; quinto, no quiero volver a verte; sexto, déjame tranquilo; séptimo, devuélveme todas mis cosas; octavo, tu hijo no es mío; noveno, olvídate de mí; décimo, me has engañado; undécimo, esto se acabó y duodécimo, ten mucho cuidado porque cuando tengo furia puedo ser muy violento y no me controlo.
Porque entre la décima y la undécima puñalada no pudo evitar pronunciar su nombre despacito, con mucho amor. Ya que la primera puñalada fue la más certera tomó forma de silencio y de gritos acallados.
La mujer se puso histérica y llorando empezó a gritar. El hombre se subió a la bicicleta y trató de irse. Ella se aferró a la parrilla de atrás impidiéndole tomar impulso. En el forcejeo, ella se calló al suelo y el hombre siguió tirando con fuerza para desprenderse de ella. Varios peatones contemplaban la escena sin intervenir.
Un empleado de la inspección de antenas telefónicas, un joven estudiante y un librero que se dirigía a su trabajo evitaron una tragedia enfrentándose al hombre. El librero se bajó de su carro blandiendo un diccionario y ataco al agresor golpeándole la cabeza. El empleado lo atacó con un teléfono celular que le envió de un golpe certero en la nariz, mientras el joven estudiante lo distraía con su maletín lleno de libros.
«Ni a un cerdo se le habla de esa manera», declaró el estudiante. El empleado de inspección arrastró a la víctima hasta su auto. Ella misma llamó una ambulancia que la llevó a un hospital psiquiátrico de urgencia.
Mientras llegaba la policía un grupo de personas acorraló al violento junto al portal de una editorial de novelas policíacas donde se mantuvo tranquilo y en estado de choque mordiéndose la lengua.
08:00 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (2) | Tags: ficción, violencia de género
sábado, 05 diciembre 2009
Encuentro fantástico (6)
El mesero vino a servir las seis copas de champaña y unas galletas saladas. Los viejos amigos recién reencontrados seguían recordando viejos tiempos en el hotel cercano al aeropuerto Charles de Gaule donde estaban encallados por la tormenta de nieve.
«¡Claro!, Pedro. Acabando de ver a Emilio bailar muy románticamente con Gloria, una joven que yo no conocía, lo único que se me ocurrió fue ir a besarme contigo para vengarme. No quería irme a pelear con ellos. ¿Para qué?», explicó Karina.
«¡Oye! Creo que la película que fui a ver con Ángela ese sábado era La última locura de Mel Brooks o La vida de Brian de los Monthy Pyton», dijo Alejandro muy contento.
«No, mijo. Si tú ya estás perdiendo la memoria, Alejandro. Esas películas las viste conmigo uno o dos años después», refutó Karina.
«Lo cierto es que los costeños de la fiesta no paraban de pelearse por la música con los cachacos, como ellos nos llaman a los del interior del país. Ellos querían solo vallenatos y nosotros más salsa o cumbia», dijo Alejandro.
«¡Cónchale!, vale. Esas son viejas historias. Mirándolas ahora desde aquí, parecen más bien graciosas y mínimas. La vaina estaba jodida. Siempre fui muy enamorado. Me encantaba conquistar novias, pero ya cuando las lograba enamorar, me aburría. Fue con el paso de los años y sobre todo cuando murió mi papá, que empecé a tomar juicio. En esa fiesta yo estaba muy abrazado con Gloria cuando vi a Karina bailando con Pedro. Ella me vio y empezó a besarlo descaradamente. En la situación en la que me encontraba, por no ir a pelear con los dos, me puse entonces a besar a Gloria para terminarla de embarrar», explicó Emilio.
«Ustedes los hombres son todos iguales. ¡Yo que creía que sí estabas enamorado de mí!», respondió Gloria con una mezcla de rabia y burla.
«No me di cuenta de nada de eso. Estaba bailando con mi amigo barranquillero y Alejandro con Nancy cuando se armó la gran pelea a puños entre cachacos y costeños. Gritos y empujones por todos lados. La confusión total. La música paró. Después de un rato se calmaron los ánimos pero, eso sí, se acabó la fiesta. Solo se quedaron muy pocos. Los demás decidimos irnos», contó Ángela.
«El problema era que Ricardo y Nancy desaparecieron. Ángela y yo estábamos lejos de nuestras casas y sin el medio de trasporte previsto. Emilio nos propuso llevarnos en su carro y salir rápido de la residencia», añadió Gloria.
«Alejandro, en la pelea, cayó cerca de nosotros de un puñetazo que recibió. Karina y yo, pero especialmente ella, ya que en mi estado de embriaguez no podía ayudar mucho, nos ocupamos de sacarlo a la calle. Cuando ya se sintió mejor, nos fuimos en su carro de la fiesta, pues ya no quedaba por ahí ninguno de nuestros amigos», comentó Pedro.
«¡Ah!, pero ustedes no saben lo mejor. Nancy y Ricardo aprovecharon la confusión de la pelea para sacar el dinero de algunas carteras y sacos que estaban colgados en el vestíbulo y por eso se fueron inmediatamente. ¡Ja, ja, ja!», dijo Ángela.
Los demás se rieron con ganas y brindaron una vez más por el encuentro. Nosotros tres seguíamos contentos de habernos conocido gracias a la maquinita de juego y luego haber hecho encontrarse a nuestros padres después de tantos años.
No sé si fue Ángela o Gloria quien contó que pocos meses después Ricardo y Nancy se habían ido a vivir a Estados Unidos con las economías de sus robos, que habían atravesado la frontera por México como clandestinos, que se había sabido que les había ido muy mal pues se metieron a traficar con droga y los mataron en Miami durante una guerra entre bandas rivales. De todas formas, Ángela y Gloria se habían alejado de ellos dos después de la famosa fiesta, pues no querían seguir sus malos ejemplos. Prefirieron trabajar honradamente y estudiar una carrera para buscar un futuro mejor.
La conversación estuvo tan animada que nunca fuimos a pasearnos por París bajo la nieve. Comimos en el hotel y nos acostamos súper tarde ese 5 o 6 de enero tan blanco.