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martes, 06 abril 2010

El siglo XXI

NV-IMP68.jpgEste fin de semana tuve una sorpresa en el supermercado que me recordó el viejo cuento del tipo que perdió el avión por andar disfrazándose para comprobar si una báscula lo reconocía o no mientras esperaba su vuelo en el aeropuerto.

Fue en la venta de frutas y legumbres. Hace tiempo no iba a ese supermercado. En una época tenían máquinas con una cantidad enorme de teclas, cada una con el nombre y dibujo de los productos disponibles. Los clientes éramos libres de pesar y marcar las bolsas y el almacén se ahorraba tener a alguien ocupado en esa tarea. Últimamente la habían reemplazado de nuevo por un empleado que pesaba y ponía las etiquetas que la máquina sacaba según la tecla oprimida. Me imaginé que la experiencia con la antigua máquina les daba pérdidas pues el cliente podía usar la tecla que más le convenía para pagar menos.

Resulta que ayer o antier fui con una lista de compras que me encargó mi esposa. Entre otras cosas tenía hinojo, tomate y bananos. Escogí el hinojo lo puse en una bolsa plástica transparente y me dirigí a la báscula. Ya no había ningún empleado como antes. Habían vuelto al antiguo método. Esperé a que un señor pesara su compra y cuando me tocó a mí, puse la mía sobre el aparato y cuando fui a mirar la pantalla táctil no encontré ninguna etiqueta ni dibujo, pero en pocos segundos apareció el dibujo del hinojo con el nombre, peso y precio. Supuse que era una coincidencia y que el cliente que acababa de pasar había comprado lo mismo que yo. Puse la legumbre en mi carrito y me fui a escoger tomates.

Al volver a la báscula, esta vez me sacó en la pantalla la etiqueta del tomate. De nuevo la sorpresa, ¿había reconocido de verdad sin ayuda de nadie? Al tercer intento, llegué con bananos y me pasó lo mismo. Creo que esta última vez me propuso tres o cuatro cosas para escoger. ¿Sería que alguien sin que me diera cuenta estaba oprimiendo los botones en secreto? ¿Le habían puesto un chip en el interior de cada legumbre o los habían magnetizado para que la máquina pudiera detectarlos?

Solo me faltó probar poniendo mi mano en la báscula para ver qué salía. ¿Me hubiera dicho su mano no tiene precio o me hubiera propuesto la compra de guantes? Lo que más me sorprendió fue la gente utilizándola como si nada, en cambio yo tenía curiosidad de saber cómo funcionaba.

Hoy buscando en la Internet encontré que en efecto es un nuevo tipo de aparato que tiene una cámara incorporada y un programa informático de reconocimiento de formas. ¡Los progresos que nos depara la ciencia!

http://www.fo-carrefour-barentin.fr/

domingo, 04 abril 2010

Recreación crea acción

NV-IMP629.JPG¡Ahí vienen otra vez! El jefe es un niño de doce años. Hoy sacaron el auto deportivo. Son tres contra mí. Normalmente les gano en las peleas pues soy más grande y fuerte que ellos. Tengo que estar alerta para no caer en una trampa. Tienen poderes insospechables. El otro día me atacaron con un rayo paralizador y casi me matan. Por suerte mi coraza es espesa y resistente. A ver si logro aplastarlos con todo mi peso y me los quito de encima. Ya mis gritos no los impresionan y eso que soy nada menos que un Tyrannosaurus rex, el más temido y poderoso en otros tiempos. Se acercan, ya los veo mejor, son cuatro, está el marciano, el niño y dos soldados que no reconozco. ¿Es una lanza o es un lápiz enorme? Quizás sea un lanzallamas o una ojiva nuclear. ¡Aaaaaaay!, es muy potente, hoy no me salvo de esta. Me lo han clavado en el corazón. Mi salvación será que su mamá lo llame a comer o venga a ver si ha terminado las tareas o que su hermanita entre de repente a jugar con él y como es tan suave, seguro que se apiada de mí.

sábado, 03 abril 2010

El mundo real

NV-IMP632.JPGAnoche llegaba mi hijo de París casi a medianoche. Fuimos a buscarlo a la estación de tren Cornavin. Eran las once y media. No es habitual pasearse por ahí a esas horas. Todos los almacenes están cerrados y solo quedan grupitos de jóvenes o de vagabundos que a uno le parecen traficantes de droga o pandilleros. Algunos policías patrullan esporádicamente. A medida que nos acercábamos a la puerta de salida del andén del tren de alta velocidad francés, encontramos cada vez más gente: unos mirando los anuncios de llegadas y salidas de la estación, otros hablando por teléfono, charlando animadamente en voz baja o normal o con carcajadas estridentes. Muchos simplemente estaban de pie silenciosos observando la fauna urbana mientras caminaban o descansaban apoyados a una pared o un rincón del amplio corredor. A un lado quizás dentro de una cabina telefónica un joven de unos veinte años interpelaba a los peatones espetándoles a primera vista incoherencias. Después de darle un corto vistazo nos miramos dirigiendo nuestros pasos y nuestros ojos a otro lugar para evitar que de pronto se metiera con nosotros directamente y hasta con violencia. Es lo que por experiencia uno debe hacer con los locos o con un perro de aspecto agresivo.

Ya bien en frente de la puerta de salida y a sabiendas de que el tren llegaría con cinco minutos de retraso según informaba el tablón de anuncios estuvimos observando alrededor como la mayor parte de los demás. Nuestros ojos se cruzaron con una joven rubia bonita y bien vestida con minifalda y ropa de tonos marrón que observaba en silencio al otro extremo. Un hombre con un abrigo de paño verde grueso y amplio caminaba lentamente de izquierda a derecha sin cesar. Las risas de un grupo de jovencitas con el pelo violeta claro, anillos en las narices y cervezas en las manos que pasaba por detrás nos sorprendió. Otra pareja que esperaba detrás de nosotros nos sonrió. Mi esposa comentó algo con ellos y empezaron a charlas. Resultó ser la secretaria del ortodontista que enderezó la dentadura de nuestros hijos hace años.

La charla no duró mucho pues empezaron a salir los pasajeros por la puerta automática del frente y nuestro Diego apareció de repente en medio de decenas de cabezas. En ese instante éramos muchos entre los que recibían, los que llegaban y los que pasaban. Mezcla de idiomas en el bochinche de los saludos, pasos rápidos para alejarnos del lugar. La vida sigue su rumbo.

Se me antoja que ese corredor es como el mundo de los blogs. Todos hablamos como locos en medio del bullicio sin que nadie nos ponga cuidado salvo contadas excepciones cuando entablamos conversación con un desconocido que detiene su paso o con un amigo que nos saluda, pero la mayor parte de la gente nos ve sin mirarnos y nos oye sin escucharnos.