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jueves, 30 octubre 2014

Día a día

jubilación, tiempoMañana voy a completar un mes en esta nueva vida. Había pensado sacar tiempo para escribir más a menudo en este blog, pero no ha sido posible. Tendré que organizarme mejor. He estado muy ocupado con papeleos administrativos y también escribiendo ficción.

Por ahora me he sentido como de vacaciones. Lo mejor ha sido el clima soleado que hemos tenido en estos días. Está empezando el frío, los días se acortan, pero el otoño está muy agradable.

Se me han pasado los días yendo al fitness, probando una clase de zumba, bailando tango en una nueva milonga, cantando en un concierto del coro, viendo algunas películas, asistiendo a conciertos y teatro, jugando Scrabble y ajedrez, charlando, bailando y paseando con amigos, leyendo y aprendiendo a cocinar. Tendré que empezar a ordenar mis cosas en la casa, pues es mucho lo que me he traído del trabajo y nos falta espacio.

miércoles, 01 octubre 2014

Día D

tiempo, preparativos, jubilación Hasta ahora no he sentido nada extraño. Se me hace raro, pero estoy contento. Ya veremos cómo organizo mi tiempo libre que será mucho. Espero dedicar una buena parte para escribir. De manera que, trataré de poner regularmente más notas en este blog.

Me he despertado temprano, aunque no tanto como ayer. Parece un día de vacaciones. La diferencia está en que tengo unas cinco o seis bolsas grandes llenas de papeles que me traje de la oficina y que tengo que clasificar tirando a la basura lo que no me sirva. No me quedó tiempo de hacerlo allá.

Anoche soñé con el coctel que he previsto mañana para decir adiós a mis colegas de trabajo. Son ritos de paso que es bueno realizar a lo largo de la existencia. No es obligatorio pero estoy seguro de que me dejará agradables recuerdos.

domingo, 31 agosto 2014

24 de junio de 1978

memoria, destino, tiempoEra el día soñado. Tras los controles de aduana del aeropuerto El Dorado de Bogotá, volteé a mirar para despedirme de un numeroso grupo de manos de familiares y amigos que decían adiós. Con casi 24 años me sentía maduro y listo para enfrentarme a lo desconocido. Era el viaje más lejano y más largo de mi corta existencia.

En un avión colombiano con azafatas «sin acento» prolongaba mis lazos nacionales invisibles. Se oían entonaciones exóticas en bocas de españoles de vacaciones a su patria y latinoamericanos de turismo a Europa.

El espacio entre las hileras de sillas era más grande que ahora. Había una gran pantalla de cine pero tocaba alquilar audífonos. Como no iba lleno, durante la noche con suerte se podía dormir acostado en varias sillas.

Las escalas fueron largas. En Caracas caminé varias veces el aeropuerto de un extremo al otro. En Puerto Rico, metidos en una salita sin tiendas con un policía en la puerta vigilando que nadie se escapara pero con bebidas y sándwiches gratuitos, la espera fue interminable. Madrid era el último contacto con gente hispanohablante. Yo llevaba dólares. Creo que no cambié dinero y bebí agua mientras nos llamaban de nuevo a abordar la nave. Las seis horas de diferencia me tenían perturbado.

Para el último trayecto, casi todos se habían bajado en España y pocos nuevos subieron. Estaba yo muy concentrado llenado los documentos de inmigración cuando un joven se acercó sonriendo mostrándome su pasaporte. No decía nada. Por fin comprendí que pedía ayuda para llenarlos. Era un mauritano con pasaporte en árabe y francés difícil de entender. Escribí lo que pude. Quizás era analfabeto.

Por la ventanilla yo escudriñaba el continente europeo esperando ver más ciudades que campo, dada la alta densidad de la población, pero no, todo era verde. No sé si logré ver París antes del aterrizaje en Charles de Gaulle y el encuentro con Francia. Llevaba un equipaje de mano de diez kilos y una gran maleta de veinte en la bodega. No tenían ruedas, pero con una pequeña carretilla metálica que compré cargué todas mis pertenencias. Al salir del avión me acerqué a un puesto de información para estrenar la primera frase en francés. La encargada contestó en español mostrando el camino.

Todo era nuevo y extraordinario: los días largos del verano con luz del día hasta casi medianoche, avisos con palabras recientemente aprendidas, el acento difícil de entender, el metro y sus olores característicos, la comida, la gente, la Torre Eiffel (primer lugar turístico que visité para convencerme de que no era un sueño), el ambiente y moda.

Fue una avalancha de impresiones. Recuerdos ahora tan lejanos y borrosos. Éramos cuatro afortunados becarios del Gobierno Francés escogidos ese año. Me tocaba pasar el verano en Grenoble estudiando francés y después empezar un postgrado en esa misma ciudad. La idea era volver al cabo de tres años con un doctorado en informática. ¡Quién iba a pensar que me quedaría a vivir aquí desde ese día!