domingo, 16 enero 2011
Para cada tiesto, hay su arepa
¡No sabes lo que te perdiste por no acompañarme a los saldos! Encontré la perla rara. Llegué a las siete de la mañana al centro comercial para ser la primera cuando abrieran las puertas. Ya había un grupo de unas veinte mujeres agresivas acampando frente a la puerta. Tenían termos con café y hablaban como si se conocieran hacía años. Me miraron feo. No les puse cuidado. Eran solo unas viejas gordas, feas y además envidiosas. Sabes que los tiempos son difíciles y con la crisis actual, no pude comprarme nada como antes para Navidad. Mi única oportunidad era lanzarme de primera a comprar durante las rebajas.
La puerta principal abrió a las ocho en punto de la mañana. El tumulto en la entrada estaba fatal. Por suerte estuve entre las primeras. Los guardias casi no pueden canalizar nuestra presión y entusiasmo. Todas corríamos como locas en busca de lo escogido días antes. Las mejores gangas estaban a 30% y 50%. Tocaba pelearse para poder quedarse con los mejores lotes.
A medida que entrábamos a los grandes almacenes las mujeres se fueron dispersando en diferentes direcciones para pelearse por perfumes, abrigos, collares, ropa interior y vestidos a la moda del invierno. Seguí decidida a la sección de hombres, pues ahí estaba lo que más me interesa. Lástima que se había agotado lo que buscaba. Tocaba escoger rápido y bien para no perder las mejores ofertas. Claro que quedaban los modelos menos interesantes: unos gordos, otros calvos, otros demasiado pequeños, grandes, jóvenes o viejos. Yo buscaba el amante latino o algo que se le pareciera que había visto en una revista. Encontré un moreno muy apuesto y fornido, pero al acercarme me olió a ajo. Un flaco risueño me llamó la atención, pero al acercarme resultó cojo y además tartamudo. Un barrigón viejo verde me picó el ojo, pero al acercarme le noté mucha grasa y caspa en el cabello. Lo dejé a un lado.
Viendo que mis competidoras iban escogiendo sin mucho escrúpulo lo que encontraban a mano, me decidí a probarme un par de los que más se parecían a mi ideal. Me llevé un moreno antillano muy divertido con unos ojos negros cautivadores que cantaba y tocaba guitarra y un blancuchento bogotano bigotudo que recitaba viejos poemas del siglo XIX. Las cabinas estaban llenas pero con paciencia encontré una libre. Los dos estaban buenos para mí, pero no me decidía por ninguno. Fue cuando vi colgado de un perchero un amante latino de sueño que alguien se había probado y no había vuelto a poner en su sitio. Indefenso me miraba con sorpresa y timidez pero era interesante. Tiré afuera a mis dos rebajas y me puse a probar el nuevo después de bajarlo del perchero. Me encantaron sus besos y sus abrazos. Me quedó a mi medida. Resultó una maravilla. No sé cómo lo dejaron las otras brujas que se peleaban por modelos menos interesantes. Seguro que les habría quedado grande o pequeño. ¡Me salió a 50% y tiene garantía de tres años! Con él podré estar hasta el verano, es decir cuando llegue la otra temporada de saldo. Vas a ver lo bueno que es. Eso sí, no vale la pena que busques otro igual; era el último que quedaba. ¡Te vas a morir de la envidia cuando te lo presente!
08:00 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, cuento, compras
viernes, 14 enero 2011
Reminiscencias
- Veo una cortina roja en el cuarto de mis padres con unas bolitas de tela colgando a los bordes. Me veo jugando en la cama para no dejarme poner la pijama. La cama es grande y está pegada a una de las paredes del cuarto. No sé si era el mismo cuarto pero también veo una cama más pequeña al lado. Recuerdo despertarme por las mañanas y quedarme oyendo el ruido de fondo de la casa ya en actividad y yo esperando que alguien venga a sacarme. A veces me despierto porque mis hermanos están hablando desde las camas de al lado. La casa parece inmensa. Todos los muebles son grandes y yo no veo lo que hay arriba de las mesas, repisas ni armarios. Desde el patio veo una rampa que lleva a la terraza pero a mí no me dejan subir; parece es peligroso. Nunca supe que había arriba. Desde el patio se veía el cielo y el tejado de la casa como esas viejas casas coloniales. Las diferentes puertas llevaban a los cuartos, al comedor o a la cocina.
- ¿Hay animales o solo personas?
- Creo que había gallinas en ese patio, quizás no todo el tiempo. ¿Había un gato? No recuerdo que hubiera perros.
- ¿Qué hay al exterior de la casa?
- Del lado de la calle quedaba el almacén de mi madre donde vendía artículos relacionados con la costura, como una especie de mercería, si recuerdo bien. Ella era modista y cosía con mucho éxito vestidos para damas. En un cuarto aledaño estaban las máquinas de coser. Los domingos el periódico traía un suplemento con tiras cómicas. Como yo no sabía leer, siempre le pedía a alguien que me las leyera. Alguna vez vinieron con la noticia de que habría cine al aire libre en la plaza del pueblo. Mis padres dejaron ir a mis hermanos acompañados de alguna empleada, pero a mí no; decían que yo era muy pequeño. Calculo que en ese entonces no tenía más de tres años de edad.
- ¿Tiene algún recuerdo desagradable?
- Una vez uno de mis hermanos mayores estaba clavando o desclavando unas tablas subido en una escalera mientras que yo jugaba en la misma pieza sin poner mucho cuidado a sus advertencias de que debería irme de ahí para evitar accidentes. Como si nos hubieran echado sal, una de las tablas se le escapó de las manos y aterrizó sobre mi cabeza escalabrándome. Todavía tengo la cicatriz en mi cabeza aquí. Al ver que chorreaba sangre, salió corriendo conmigo hasta la farmacia para que me auxiliaran. Menos mal no fue grave, pero me sirvió de lección para tenerle miedo a los que reparan cosas arriba de escaleras.
- Y ahora que le envío corriente a este otro lugar del cerebro ¿qué siente o recuerda?
- Curioso. Veo un grupo de personas en la plaza del mercado que preguntan a mi madre cómo seguía yo después del accidente. Me miran la cabeza y ven la gaza y el esparadrapo que me cubre la herida. Mi madre explica lo sucedido y ahora se ríe pero cuando pasó estuvo muy nerviosa y hasta lloró pensando que me había muerto. Ahora veo otro grupo de personas que se despide de nosotros. Es de noche y la casa está vacía. Nos vamos del pueblo. Varias personas lloran pero yo no entiendo lo que pasa. No sé si estamos en un tren o en un autobús. Arrancamos y mi madre que había sido muy fuerte hasta ese momento, se pone a llorar y yo preguntándole qué le pasa pero ella me consuela y me dice que no es nada.
- Interesante. Veamos qué pasa si estimulo este otro punto.
- Ahora es música lo que escucho. Son rancheras mexicanas que salen de una cantina del pueblo o del radio de un autobús. Canciones viejas que hace muchísimos años no escuchaba. Me hacen cantar y se ríen de ver que ya me sé esas canciones a fuerza de oírlas, pero como no entiendo muy bien el significado, he deformado la letra y salen cosas muy chistosas.
- ¿Alguien lo ha llamado por su nombre o ha visto un nombre escrito en alguna parte?
- No, nadie usa nombres en estas conversaciones. Oigo decir mamá, papá, mijo, el niño, usted, yo, la niña, señor o señorita, pero ningún nombre propio. Ahora me vienen recuerdos olfativos. Sí, son perfumes de flores, olor a cocina, cigarrillos encendidos o pólvora.
- Lo lamento mucho, pero no avanzamos nada desde hace días. Por más de que buscamos en su memoria, no logramos descifrar quién es usted ni cómo llegó a este hospital psiquiátrico. Para mí, usted no está loco, simplemente ha perdido la memoria reciente y de manera selectiva. Tocará que aprenda a seguir viviendo así. Con un poco de suerte, un día de estos volverá su memoria como antes y descifraremos sus secretos o quizás aparezca algún familiar o amigo que le ayude a recordar. No se desespere.
miércoles, 12 enero 2011
Desilusión a primera vista
La había visto varias veces en el autobús pero no había logrado hablar con ella. Fue amor a primera vista, como un encandilamiento repentino, como si hubiera mirado al sol demasiado tiempo y la retina se hubiera lastimado. Ahora vivía pensando en ella. Ya conocía el sector de la ciudad donde subía o bajaba. Se mantenía atento a su encuentro con la esperanza de poder hablarle y coquetearle alguna vez.
Levantó la vista de sus libros, miró por la ventana, ya que la parada de bus de su quizás futura novia estaba cerca, y la vio. ¡Qué dicha! Pero… ¡qué tristeza! Estaba acompañada por alguien con quien se besaba mientras llegada del bus. Ahí acabaron rotas las ilusiones por ese hipotético nuevo amor, hundió la cabeza entre sus libros y quiso saber más de ella.
08:00 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, microrrelatos