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miércoles, 13 diciembre 2017

Noir, c'est noir

IMAG1743.jpgMe siento raro al ver que personajes tan conocidos como Johnny Hallyday, Jean D'Ormesson o Jean Rochefort hayan muerto este año. Parecía que fueran inmortales. Recuerdo a Johnny desde que oí en Colombia sus primeros rocanroles en un idioma que no conocía y no era inglés. En esa época algunos cantantes colombianos también tuvieron éxito con esa música en español, como Óscar Golden u otros de la «Nueva Ola» latinoamericana. Johnny no cantaba en español, pero sí Adamo, Charles Aznavour o Moustaki. El brasileño Roberto Carlos también fue conocido cantando en este idioma. El mercado hispanoamericano y español era importante para la música. No sé qué pasa ahora con la Internet.

Lo admirable de Hallyday fue su longevidad artística que duró desde sus 17 años a los 73 de su muerte, pues hasta hace poco seguía dando conciertos. En estos días en Francia ha sido como un duelo nacional. Han dedicado muchos programas de la radio y televisión al cantante y el homenaje fúnebre en París fue multitudinario. Es el fin de una época pues no se imagina uno a otro cantante que tenga tantos seguidores de tantas edades diferentes.

No sé si D'Ormesson es conocido en Colombia. Este es un aristócrata, intelectual y escritor mucho más viejo pero que murió un día antes que Johnny a los 92 años. He leído alguno de sus libros que tienen un estilo como del siglo XIX. Dado que era muy simpático lo invitaban a menudo a programas radiofónicos y audiovisuales. También tuvo derecho a homenajes aunque la muerte de Johnny no le convino; le pasó como a Cocteau que murió el mismo día que Piaf y la popularidad de esta se llevó toda la atención. D'Ormesson comentaba precisamente en alguna entrevista que los escritores debían escoger muy bien la fecha de su muerte para que no pasara desapercibida. Decía también que no le gustaría ser inmortal puesto que tenía curiosidad de saber si había algo después de la muerte, pero reconocía que quizás nunca lo sabría. Era un intelectual de derecha que dirigió el periódico Le Figaro pero con los años se había acercado a ciertas ideas de izquierda.

Jean Rochefort fue un actor francés muy prolífico y longevo en su carrera artística. Recuerdo cuando lo vi por primera vez en Colombia en la película Un éléphant ça trompe énormement. ¡Cómo me reí! La vi en francés con subtítulos en español. No recuerdo si el título fue traducido como Un elefante se equivoca enormemente o de otra manera. Hace poco la pasaron por televisión y me parece que la peli ha envejecido bien. En un documental sobre su vida descubrí que era un experto en caballos. En esa película hay una escenas muy buenas en las que hace el difícil papel de jinete inexperimentado siendo él todo lo contrario.

En esos mismos años el cine italiano estaba muy de moda. Precisamente volví a ver en estos meses Profumo di donna de Dino Risi con Victorio Gassman y la hermosa Agostina Belli. La vi en italiano con subtítulos en español. Quizás la tradujeron como Perfume de mujer; no recuerdo.

Estas dos películas me recordaron mi época de estudiante universitario en Bogotá. No parece que haya pasado mucho tiempo y sin embargo ya son más de cuarenta años.

En un programa radial hace poco hablaban casualmente del famoso Jorge Luis Borges, tanto de su literatura como de su oposición política al dictador Perón. Explicaban que su erudición era una forma de burlarse de sus contemporáneos. En una entrevista decía que siempre había sido curioso y seguía siéndolo. Se preguntaba por ejemplo por qué estaba dentro de un cuerpo o qué habría después de la muerte. Me recordó una amiga que decía que cuando pensaba en su propio cuerpo le daban escalofríos. Curioso.

De cualquier manera cuando mueren personas que parece que siempre he conocido, aunque sea natural, lo que en el fondo me impresiona es que desde que nacimos estamos todos haciendo cola hacia la muerte sin saber cuándo nos llegará el turno. Es como si la muerte se nos va acercando con su guadaña llevándose primero nuestros abuelos, padres, hermanos mayores y cada vez gente de nuestra edad. Al menos la curiosidad por el misterio de la vida me da ganas de vivir muchos años más y me distrae mientras me llega la hora a mí también.

domingo, 22 octubre 2017

Creced y multiplicaos

NV-IMP994.jpgQué lejos están esos tiempos en los que buscaba becas para estudiar en el extranjero. Estaba dispuesto a ir a cualquier país aunque prefería Europa. Inicialmente vine a Francia por solo tres años. No pensaba en quedarme o no aquí, pues estaba abierto a lo que se presentara. Por suerte no fui emigrado político o económico, ni estuve en guerra contra mi sociedad natal. Mi familia creyó que era una ausencia temporal a sabiendas de que quizás no volvería. Ya le había pasado en los años cincuenta a un tío que estudió en Francia un posgrado de medicina, de camino de regreso al país paró en Nueva York y se quedó para siempre.

La curiosidad por la vida en el Viejo Mundo era más fuerte para mí que las posibles nostalgias de Colombia. Poco a poco me fui quedando aquí sin cerrar las puertas del regreso durante mucho años. Tanto Francia como Colombia han cambiado, para bien o para mal, y yo tampoco soy el mismo.

Ahora que mi hija se ha ido a vivir a mi país de origen desde hace dos años y que tengo un hijo y un nieto en París, me pongo a pensar en mi familia en Colombia que cada dos años más o menos me veía llegar de vacaciones durante máximo un mes.

Claro que en estos tiempos modernos es más común no pasar toda la vida cerca de sus padres. Sin embargo, me pongo a comparar mis sentimientos con los que pudo haber tenido mi madre cuando se dio cuenta de que yo no volvía y no pudo ver de cerca crecer a mis hijos. Recuerdo que decía que había estado muy triste cuando sus hijos se iban de casa y dejaban sus cuartos vacíos. A mí me ha pasado lo mismo, pero quizás en ese aspecto entiendo mejor a mis hijos por haber vivido lo mismo de joven.

Son ideas recurrentes. Es el ciclo de la vida de las generaciones que se suceden en este planeta. Conocí a parte de mis abuelos pero a ninguno de los bisabuelos. De esos ancestros ya no quedan huellas en este mundo, aunque con seguridad tengamos gestos y formas de ser heredadas de estos antepasados. Dentro de un par de siglos, pase lo que pase, no habrá huellas de mis pasos por aquí y no me preocupa. Al fin y al cabo lo importante es el momento que vivimos y que se nos escapa irremediablemente.

 

miércoles, 04 octubre 2017

Cuarenta veranos

verano, tiempo, hacerMe doy cuenta de que este ha sido el cuadragésimo verano que he pasado en Francia con otras treinta y nueve primaveras que no volverán. Este año ha sido uno de los más calurosos que he soportado. Junio se despedía con un espectáculo de comedia del arte en el teatro de Ferney-Voltaire donde los personajes clásicos sirvieron de excusa para enmascarar y desenmascarar actores aficionados conocidos. Cine al aire libre puntuó una noche de esos días, pero no fue un verano de cine aparte de alguna vídeo en casa. Un concierto con el coro en una residencia de ancianos nos permitió recuperar un poco los ensayos perdidos. Los amigos de ese grupo son como una familia más aquí en el extranjero. Nos escapamos a París para ver al nieto y familia. La vida de abuelo tiene su encanto. Ya se nos había olvidado lo que es tener un nene en el hogar. La llegada de nuestra hija después de dos años de ausencia nos alegró todavía más el verano aunque ya está preparando su regreso.

Creo que pasé mucho tiempo en el Jura franco-suizo y en los Alpes suizos del Valais en familia. La montaña sirve aquí también para refrescar del estío. Estuve en Grenoble y me di cuenta de que la región me es menos familiar que antes cuando era mi punto de referencia. Ahora es una sombra en mis recuerdos con algunos amigos de antes que aun viven allá y veo rara vez. Disfrutamos de la fiesta nacional francesa festejando el nacimiento de nuestro pequeño León en casa de los abuelos maternos rodeados de familiares y amigos en el campo en la montaña del Jura francés. La fiesta nacional suiza del 1 de agosto la pasé en un pueblo que queda justo en la frontera con Francia en un ambiente campestre muy singular. Cómo me gusta caminar por la montaña y ahora en el otoño y sus colores mucho más.

Jugué mucho scrabble en francés y español. En la lengua de Cervantes, me metí a organizar el Campeonato Regional Europeo en Aviñón que jugamos con casi treinta participantes de cinco países. La Ciudad del los Papas sigue gustándome bastante. El Campeonato Mundial de Scrabble Francés tuvo lugar en Martigny, Suiza, brindándome la oportunidad de competir con muy buenos jugadores del mundo francohablante. Martigny también tiene su encanto. El ganador del campeonato español en modalidad clásica fue Serge Emig, un francés, y el del campeonato francés en modalidad duplicada fue Nigel Richards, un neozelandés. Los colombianos estamos muy lejos de llegar a esos puestos.

Ginebra ofrece muchos conciertos al aire libre en el verano. Asistí a uno que no fue una maravilla. Algo dibujé y pinté gracias a los cursos del artista Alain Gegout que es un maestro de acuarela y acrílico. Qué lejos estoy de dominar esas técnicas. Me gusta ese pasatiempo aunque no lo practique regularmente como quisiera. En septiembre también me he metido a un curso de dibujo con tinta china (pincel y pluma), otro reto más.

Poco escribí y me molesta. Pensaba que la jubilación sería propicia para esa actividad literaria. No ha sido el caso. ¿Cuestión de organización y prioridades? Sigo teniendo inconclusos una novela, una pieza de teatro y varios cuentos. La humanidad no va a perderse nada si no logro completarlos, pero mi ego se reciente. Este blog anda muy abandonado. Me pesa dejarlo de lado y no poder ser tan sistemático en su uso como antes.

He jugado ajedrez defendiéndome y atacando mejor pero aun con remordimientos de no vencer en partidas donde he conseguido ventajas materiales o posicionales y las pierdo por errores tontos o mala utilización del tiempo. He participado en torneos interesantes. Seguiré aprendiendo.

verano, tiempo, hacerDe los veranos pasados me quedo con imágenes de vacaciones con mis hijos en diferentes puntos de Europa viéndolos crecen sin ser consciente de ello. Veranos calurosos o lluviosos, cerca del mar o en la montaña, rara vez en grandes ciudades, viajando por carretera, visitando restos del pasado. Antes de ser padre también viajé por este continente que se ha ido transformando sin parar. Es hora de volver a ciertos lugares que me gustaron mucho como Lisboa o San Peterburgo o conocer países que me faltan en la lista de deseos como algunos nórdicos o del este.

Qué lejos está ese primer verano en Francia en la calurosa Grenoble llena de estudiantes extranjeros en cursos de francés descubrieno un mundo nuevo. Ya es un tópico decir que el tiempo parece pasar cada vez más rápido. Tengo impaciencia de saber qué me depara este cuarto otoño de jubilación que acaba de empezar.