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jueves, 28 abril 2011

La suerte del anonimato

NV-IMP737.JPGPoder pasear por las calles sin que nadie te identifique ni te pida autógrafos o peor aún que te quieran agredir. Poder observar a los demás sin molestarlos ni ser molestado. Poder escribir lo que quieras y que a nadie le importe. No ser indispensable. (Nadie lo es de todas formas.) Como dicen, el cementerio está lleno de gente indispensable. Que nadie escriba sobre ti ni te tome como ejemplo o contraejemplo. Pasar sin dejar huella, sin hacerle falta a nadie. Hablar con desconocidos sin prejuicios ni perjuicios. Poder salir de viaje sin maletas ni equipaje. Que nadie te espere a la ida ni al regreso. Que ningún fotógrafo te persiga, que nadie te idolatre. Que las cenizas de tu cuerpo vuelvan al universo sin una lágrima. Que así como me pasa, con vergüenza y más frecuencia, de olvidar el nombre de alguien que conocí y dejé de ver por muchos años, pases desapercibido a los ojos de quien fue tu mejor amigo, tu más querida amante. Que nadie piense en ti por cualquier bobada. Que nadie te reconozca en fotos viejas. Que escribir o leer tu nombre sea como toparse con un nombre extranjero en una novela policiaca. Devolver todos los átomos de tu minúscula anatomía a la infinita masa del universo para reciclar tus sueños. Ese día mirarás el mundo como la huella de la mano del Homo Sapiens nos observa desde el fondo de la caverna y tendrás quizás por fin el gusto de saborear por fin la inmortalidad.

miércoles, 30 marzo 2011

Aprender de niño

De niño uno no se da cuenta de las enormes capacidades de aprendizaje que se tiene. Si uno ha tenido la suerte de haber nacido con el mínimo de validez para llegar a ser una persona normal, en un año de vida ya está hablando, caminando y comiendo casi todo tipo de alimentos. Con la edad esas capacidades o la simple curiosidad se van atrofiando y se vuelve más difícil memorizar palabras de un nuevo idioma, bailar ritmos nuevos o aventurarse a comer platos exóticos. Nos vamos acostumbrando a nuestro medio y pocos son lo suficientemente aventureros para cambiar y conocer cosas nuevas.

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Por ejemplo los niños aprender a bailar muy fácil si están dentro de un ambiente donde la gente baila. (Véanse los vídeos adjuntos a esta nota.) Dicen que Mozart de niño aprendió tan bien la música, como si fuera un juego tan solo mirando a su hermana mayor tomando clases con su padre, que pudo viajar por Europa con su padre demostrando sus prodigios cuando aún era muy niño. Cuentan también que el campeón mundial de ajedrez, el cubano Capablanca, a los cuatro años ya sabía cómo mover las piezas sin que nadie le enseñara y podía ganarle con facilidad a un jugador principiante. Recuerdo ver sobrinos míos de dos años que ya bailaban muy bien los ritmos tropicales. Un amigo me contaba que en las obras públicas los jóvenes que tenían costumbre de jugar por computador con las manijas de juego, aprendían muy fácil a manejar las grúas. Pasa lo mismo con los niños indios en la selva que son buenos cazadores muy jóvenes. No deja de sorprenderme.

viernes, 14 enero 2011

Reminiscencias

NV-IMP713.JPG

-      Veo una cortina roja en el cuarto de mis padres con unas bolitas de tela colgando a los bordes. Me veo jugando en la cama para no dejarme poner la pijama. La cama es grande y está pegada a una de las paredes del cuarto. No sé si era el mismo cuarto pero también veo una cama más pequeña al lado. Recuerdo despertarme por las mañanas y quedarme oyendo el ruido de fondo de la casa ya en actividad y yo esperando que alguien venga a sacarme. A veces me despierto porque mis hermanos están hablando desde las camas de al lado. La casa parece inmensa. Todos los muebles son grandes y yo no veo lo que hay arriba de las mesas, repisas ni armarios. Desde el patio veo una rampa que lleva a la terraza pero a mí no me dejan subir; parece es peligroso. Nunca supe que había arriba. Desde el patio se veía el cielo y el tejado de la casa como esas viejas casas coloniales. Las diferentes puertas llevaban a los cuartos, al comedor o a la cocina.

 

-      ¿Hay animales o solo personas?

-      Creo que había gallinas en ese patio, quizás no todo el tiempo. ¿Había un gato? No recuerdo que hubiera perros.

-      ¿Qué hay al exterior de la casa?

-      Del lado de la calle quedaba el almacén de mi madre donde vendía artículos relacionados con la costura, como una especie de mercería, si recuerdo bien. Ella era modista y cosía con mucho éxito vestidos para damas. En un cuarto aledaño estaban las máquinas de coser. Los domingos el periódico traía un suplemento con tiras cómicas. Como yo no sabía leer, siempre le pedía a alguien que me las leyera. Alguna vez vinieron con la noticia de que habría cine al aire libre en la plaza del pueblo. Mis padres dejaron ir a mis hermanos acompañados de alguna empleada, pero a mí no; decían que yo era muy pequeño. Calculo que en ese entonces no tenía más de tres años de edad.

-      ¿Tiene algún recuerdo desagradable?

-      Una vez uno de mis hermanos mayores estaba clavando o desclavando unas tablas subido en una escalera mientras que yo jugaba en la misma pieza sin poner mucho cuidado a sus advertencias de que debería irme de ahí para evitar accidentes. Como si nos hubieran echado sal, una de las tablas se le escapó de las manos y aterrizó sobre mi cabeza escalabrándome. Todavía tengo la cicatriz en mi cabeza aquí. Al ver que chorreaba sangre, salió corriendo conmigo hasta la farmacia para que me auxiliaran. Menos mal no fue grave, pero me sirvió de lección para tenerle miedo a los que reparan cosas arriba de escaleras.

-      Y ahora que le envío corriente a este otro lugar del cerebro ¿qué siente o recuerda?

-      Curioso. Veo un grupo de personas en la plaza del mercado que preguntan a mi madre cómo seguía yo después del accidente. Me miran la cabeza y ven la gaza y el esparadrapo que me cubre la herida. Mi madre explica lo sucedido y ahora se ríe pero cuando pasó estuvo muy nerviosa y hasta lloró pensando que me había muerto. Ahora veo otro grupo de personas que se despide de nosotros. Es de noche y la casa está vacía. Nos vamos del pueblo. Varias personas lloran pero yo no entiendo lo que pasa. No sé si estamos en un tren o en un autobús. Arrancamos y mi madre que había sido muy fuerte hasta ese momento, se pone a llorar y yo preguntándole qué le pasa pero ella me consuela y me dice que no es nada.

-      Interesante. Veamos qué pasa si estimulo este otro punto.

-      Ahora es música lo que escucho. Son rancheras mexicanas que salen de una cantina del pueblo o del radio de un autobús. Canciones viejas que hace muchísimos años no escuchaba. Me hacen cantar y se ríen de ver que ya me sé esas canciones a fuerza de oírlas, pero como no entiendo muy bien el significado, he deformado la letra y salen cosas muy chistosas.

-      ¿Alguien lo ha llamado por su nombre o ha visto un nombre escrito en alguna parte?

-      No, nadie usa nombres en estas conversaciones. Oigo decir mamá, papá, mijo, el niño, usted, yo, la niña, señor o señorita, pero ningún nombre propio. Ahora me vienen recuerdos olfativos. Sí, son perfumes de flores, olor a cocina, cigarrillos encendidos o pólvora.

-      Lo lamento mucho, pero no avanzamos nada desde hace días. Por más de que buscamos en su memoria, no logramos descifrar quién es usted ni cómo llegó a este hospital psiquiátrico. Para mí, usted no está loco, simplemente ha perdido la memoria reciente y de manera selectiva. Tocará que aprenda a seguir viviendo así. Con un poco de suerte, un día de estos volverá su memoria como antes y descifraremos sus secretos o quizás aparezca algún familiar o amigo que le ayude a recordar. No se desespere.

18:34 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, memoria, infancia