miércoles, 08 julio 2009
Palanca de emergencia
Los trenes regionales en la estación de Toulouse Matabiau no funcionaban bien debido a un movimiento de protesta del personal de los ferrocarriles nacionales franceses. Afortunadamente el tren de alta velocidad que teníamos que tomar estaba anunciado sin retraso a las 14 y 37. Estuvimos esperando frente al tablero de salida de trenes hasta que anunciaron que el nuestro nos recogería en el andén número 6. En medio de una gran cantidad de viajeros empezamos a dirigirnos con nuestras pesadas maletas hacia el lugar señalado. El tablero de composición del tren nos indicó que nuestro vagón quedaría frente a la marca X. Apenas cinco o diez minutos, como máximo, antes de la hora de la salida llegó el tren lentamente y se detuvo con unos metros de distancia más allá de la marca X donde lo esperábamos. De nuevo todos nos amontonamos para subir rápidamente y sentarnos al fin en nuestros puestos reservados. Dos señoras mayores obstruyeron el paso subiendo e instalando sus bicicletas. Por fin arriba tras dejar la maleta más grande en el espacio previsto cerca de la puerta pudimos sentarnos en el vagón número 8, puestos 33 y 34.
¡Uf!, ya instalados presenciamos el ir y venir de los demás viajeros buscando sus sillas, poniendo maletas en los estantes superiores o discutiendo por un puesto ya ocupado. Una señora con dos bebés (uno de brazos y otro de unos dos años) se acercó a los puestos inmediatamente adelante de los nuestros con muchos paquetes y con un señor que la acompañaba (supuse que fuera su esposo) que puso en la parte superior una maleta grande y pesada, mientras ella convencía a una familia de que les dejara el sitio pues estaban en un vagón equivocado. Por fin se aclaró el error, la familia le dejó el puesto a mujer y bebés y justo en ese momento nos dimos cuenta de que el tren empezó a moverse con destino a Lyon.
La señora se sorprendió y le dijo a su acompañante: «¿Dónde está la otra maleta? ¿Se quedó en el andén? ¡Hay que ir a buscarla! ¡Están las cosas de los niños! ¡Tira de la palanca de emergencia!» Varios pasajeros protestaron, pero la señora y su acompañante no hicieron caso y se fueron en dirección de la puerta buscando a un controlador para que detuviera el tren. Estaríamos a doscientos metros de la estación cuando oímos una señal de alarma y sentimos que el tren empezó a frenar hasta que se detuvo. La señora regresó de mal genio diciendo que era el colmo que no le dieran más tiempo, ella con dos bebés y viajando sola; el acompañante no viajaba y tenía que bajarse del tren.
Al cabo de media hora, el tren pudo al fin emprender su viaje, pues por medidas de seguridad hubo que controlar muchas cosas antes de poder arrancar. Por los altavoces nos pidieron disculpas anunciando que fue un hombre muy excitado que había tirado la palanca de emergencia pero que la policía ferroviaria lo había detenido en la estación. La señora se rio y dijo que no era cierto. Al cabo de un rato la oí hablar por teléfono con el señor que la acompañaba pues le decía que habían dicho que él era un excitado y también le preguntó por la maleta. Los treinta minutos de atraso se fueron recuperando cuando el tren pudo viajar a alta velocidad. Esto permitió que llegáramos a Lyon con solamente diez minutos tarde y poder tomar a tiempo el tren de Lyon a Ginebra. Es la primera vez que soy testigo de un caso de parada de emergencia de un tren. Menos mal no fue nada grave.
viernes, 03 julio 2009
La ciudad y los idiomas (15 de mayo del 2001)
(El comentario de Fernando me recordó un chiste sobre un gringo y un mexicano. Lo estaba buscando en mi PC y me encuentro con el siguiente texto que escribí hace años en un foro sobre idioma. Si no encuentro el chiste escrito, lo escribiré de memoria, pero no hoy; no tengo tiempo.)
No sé si sea muy original al escribir estas líneas, pero se me ha ocurrido que las ciudades son como los idiomas. Me explico. Vivimos en una ciudad, así como vivimos en un idioma. Un idioma tiene importancia, como grande y conocida puede ser una ciudad. Ésta tiene su historia, sus barrios, sus gobernantes o sus delincuentes. Algunos viven en ella sin quererla y sin preocuparse por ella. Otros velan por su mantenimiento, restauración o embellecimiento. Si destruimos su casco histórico, la ciudad pierde la memoria y enlace con el pasado. Sin embargo, debe poder crecer y adaptarse a la vida moderna. Cada barrio tiene su carácter que lo identifica, pero todos forman parte de la misma urbe. Así pasa con los regionalismos y particularismos del idioma.
Hay barrios que preferimos visitar, otros que queremos olvidar y luego, está el barrio que escogemos para vivir y quizá, donde tenemos nuestras raíces.
Cuando visitamos otras grandes ciudades, siempre las estamos comparando con la nuestra. Algunas nos gustarán por un tiempo, pero no siempre remplazan a la nuestra. Hay ciudades abandonadas o en ruinas. Hay ciudades sin alma y otras que impactan por su personalidad. Cuando se deciden grandes cambios urbanísticos, siempre hay discusiones sobre la utilidad, oportunidad o costo que conllevan. La ciudad en que vivimos es diferente a aquella en que vivieron nuestros padres y a la que dejaremos a nuestros hijos, lo que dependerá mucho de los que allí viven, la cuidan o maltratan. También hay quien prefiere vivir en el campo o está por obligación en un lugar que no le satisface.
Bueno, esas son algunas ideas que me han surgido de repente. Quizá porque soy un citadino y amo los idiomas, quizá porque me he mudado de ciudad (o más bien, de pueblo) hace ocho días y he caído en la cuenta de que he dejado el lugar donde hasta ahora he dormido y soñado el mayor número de noches consecutivas, quizá porque he estado preparando una velada sobre la vida en las grandes metrópolis como México, quizá porque leo los mensajes de esta lista...
NV, 15 de mayo del 2001
jueves, 02 julio 2009
Viento de vacaciones
En estos días de verano cuando los colegios y universidades cierran y los empleados empiezan a tomar sus vacaciones largas, se siente una atmosfera diferente: menos tránsito en las calles, días largos que invitan a salir, gente en las terrazas de bares y restaurantes, músicos en los parques, vestidos frescos e informales en hombres y mujeres, perfume de vacaciones.
En general aquí la gente se divide en tres grupos aproximadamente: los que prefieren o les toca quedarse en casa o trabajan en julio y agosto, los que se van en julio y los que se van en agosto. En francés se habla de «juillietistes» y «aoutiens», que es como decir «julieteros» y «agosteros».
Lo malo de julio y agosto es que es la época en que la mayor parte toma sus vacaciones y por ese motivo todo se encarece en los lugares más turísticos. Las grandes ciudades al contrario se vuelven menos estresantes. Si no fuera por el tiempo más variable, me gustaría salir dos semanas en junio y dos en septiembre; al fin y al cabo el verano en esta región es muy agradable y animado.
Cuando mi hija no había entrado a primaria y podíamos elegir, evitábamos viajar en julio y agosto. Una vez dividimos efectivamente las vacaciones entre Juan Les Pins en el sur de Francia y Ámsterdam en los Países Bajos. Lo malo fue que en lugar de ir al norte en junio y al sur en septiembre, hicimos lo contrario y claro, en junio nos dio demasiado calor y en septiembre tuvimos mucha lluvia y mal tiempo.
Este año saldremos en agosto. Falta un mes de trabajo todavía y tengo mucho por hacer. ¿Para qué me puse a pensar en vacaciones?
18:43 Anotado en Ocio | Permalink | Comentarios (2)