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domingo, 25 octubre 2009

Mala pata

NV-IMP537.jpgLas maletas estaban casi listas para el viaje. Las vacaciones serían en Cartagena de Indias, ciudad de la que les habían hablado maravillas. Carlos y Sara terminaban los preparativos en París. Un amigo les había aconsejado llevar dólares o euros en efectivo para obtener una mejor tasa de cambio. «¿Sacaste el dinero del banco?», preguntó por teléfono Carlos. «Sí, pero me da miedo andar con tanta plata. Cuando salía de la estación de metro Gambetta le robaron la cartera a una señora que iba dos metros delante de mí. ¡Qué susto! Me temblaban las piernas sabiendo que yo tenía la mía llena de euros en efectivo. Me contaron que hace poco asaltaron de noche a una colega enfermera que salía para su casa no muy lejos de la alcaldía del distrito XX. Ven por mí esta noche, por favor. Salgo a las diez», contestó Sara.

Carlos pasó en la tarde a la agencia de viajes a recoger los pasajes y las reservaciones de hoteles y visitas turísticas. Saldrían al día siguiente a las once de la mañana haciendo una escala en Madrid y otra en Bogotá en un vuelo ida y vuelta que les había costado menos de 1200 euros por persona.

Regresó a su oficina de seguros para terminar unos contratos y escribir algunas cartas mientras llegaba la hora de ir a buscar a su mujer. Su asociado se iba a ocupar de la agencia durante su ausencia. Afortunadamente el mes de noviembre era generalmente tranquilo.

Sara salió a la hora prevista del Hospital Tenon donde trabajaba como instrumentista. Carlos la esperaba afuera fumando un cigarrillo para calentarse los pulmones en esa noche fría. Se dieron un beso. Ella lo tomó del brazo y del mismo lado apretó debajo del sobaco el paquete de dinero. «¿Dónde dejaste el carro?, Carlitos», preguntó. «No había lugar en esta calle y me tocó dejarlo en la Rue des Gatines cerca de la policía», contestó.

No le gustó tener que caminar ese trecho de noche hasta el carro a pesar de que estuviera acompañada por su hombre corpulento. «Ahora sí te puedo contar en detalle lo que le pasó a Geneviève. Salió del turno de noche hace como una semana. Tomó por esta misma calle a pasos rápidos hacia la estación del metro. No había nadie fuera de una señora que paseaba su caniche. Como puedes ver, las calles no están bien iluminadas. Vio a una pareja que se dirigía hacia ella. No les puso cuidado cuando se cruzaron, pero al cabo de unos metros se dio cuenta de que habían dado media vuelta y ahora caminaban detrás de ella. Geneviève sintió su presencia y cambió de acera. Ellos también. Empezó a caminar más rápido. Ellos también. Empezó a trotar. Ellos igual. Se acordó de la estación de policía y corrió hacia la Rue des Gatines. Ellos corrieron más rápido y la alcanzaron antes de que llegara al cruce con la Rue des Pyrénées, la acorralaron y arrinconaron contra un muro, rápidamente le arrancaron la cartera, le dieron una bofetada, la amenazaron de hacerle daño si los seguía y se escaparon corriendo por la misma calle en dirección del hospital. Geneviève no pudo ni siquiera gritar. Llegó a la policía y denunció el robo. Le contaron que no era la primera persona que venía a verlos por el mismo motivo en esos días. Que iban a terminar atrapando a esos bribones», explicó Sara mientras llegaban a la Avenue Gambetta y tomaban la Rue des Gatines.

Fue en ese momento que sintieron unos pasos que los seguían y que se dieron cuenta de que no se habían cruzado con nadie desde el hospital. «¡Qué barrio tan extraño!», comentó Carlos. Sara miró hacia atrás y vio a dos personas que venían detrás pero una por cada acera como si estuvieran de acuerdo. Eran grandes y fornidos. «Caminemos más despacio y dejémoslos que pasen delante de nosotros», propuso Sara. Sin estar muy convencido pero con tal de tranquilizar a su mujer, Carlos empezó a caminar despacio. El hombre que venía detrás disminuyó también el paso. Carlos y Sara se detuvieron junto a un árbol a esperar a que el hombre se decidiera a continuar. Así lo hizo. Descansaron al verlo continuar delante de ellos y volvieron a caminar tranquilos convencidos de que era una falsa alarma. El ruido de los pasos de los cuatro peatones resonaba en la noche con un ritmo rápido, como si fueran a perder el último metro y tuvieran que apresurarse. Estaban a pocos pasos de la puerta de entrada de la estación de policía, cuando Sara se detuvo en seco. «¡Hombre! Con tanta prisa y nervios se me olvidó la cartera en mi oficina. Tenemos que devolvernos», dijo Sara. «¡Tú y tu cabeza! Como si tuviéramos tiempo qué perder», contestó Carlos de mal genio. Dieron media vuelta hacia el hospital dejando a sus dos acompañantes fortuitos seguir su camino por la calle desierta.

No se dieron cuenta de que el hombre que iba apresurado por la misma acera entró a la estación de policía y a los pocos segundos salió acompañado de dos agentes en uniforme en búsqueda de Carlos y Sara. A la altura de la Avenue Gambetta los interceptaron y los llevaron a la estación de policía. El hombre de civil resultó ser un policía que investigaba el caso de los robos y que al ver el comportamiento sospechoso de la pareja quería verificar si no eran ellos los asaltantes que tenían el barrio en jaque.

Sara no tenía su cartera ni papeles de identificación. Por descuido Carlos había dejado en el trabajo su cartera junto con los pasajes y reservaciones. El paquete de euros les pareció demasiado sospechoso en esas circunstancias a los policías. Las horas que iban a seguir durante el interrogatorio de la pareja, que por tener acento extranjero y caras nada típicamente francesas, iban a ser largas y difíciles. Si la mala pata continuaba, perderían el vuelo y el comienzo de sus vacaciones.

08:00 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, suerte

sábado, 24 octubre 2009

Ritos de pasaje

NV-IMP534.jpgNuestras sociedades están llenas de ritos que marcan un cambio importante de un estado a otro durante la vida y que suelen asociarse a una ceremonia o fiesta o reunión especial. El bautizo, la fiesta de quince años, la entrega de diplomas, el matrimonio, el divorcio, un cambio de puesto o responsabilidades, la jubilación o el entierro son ejemplos. Es como cuando uno firma un documento oficial que lo compromete por mucho tiempo con la sociedad. En la Edad Media existía el rito de sumisión del vasallo o caballero al señor feudal que incluía un beso en la boca como símbolo de fidelidad, lo que se llama un ósculo. Hace poco en un documental sobre las pandillas en Centroamérica mostraban cómo, para aceptar a alguien en la banda, le daban una tremenda paliza a puños y patadas. También están esos pactos de sangre que se suponen crean vínculos indisolubles entre personas. El primer beso entre los novios es una especie de rito que sella el noviazgo y que normalmente se debe romper antes de cambiar de pareja para que no se considere como un engaño o traición. Está también el simple brindis que se hace al convenir un negocio. En Rusia cuando el novio pide la mano de la novia se solía sacar un icono con una imagen religiosa para besarlo y jurar la promesa. Un amigo casado con una sueca me contaba que en casa de sus suegros en las cenas familiares había la costumbre de dar un discurso, parece que cada convive tenía que decir algo y a él le costaba mucho trabajo someterse a ese ritual. Son al fin y al cabo lazos invisibles que se crean para tener confianza en los demás en una sociedad civilizada. Es como el sentido de dar la palabra o defender el honor. Dicen que es bueno marcarlos de alguna manera. Esta nota por ejemplo me sirve para marcar el paso a las centenas pues ayer completé la número cien en este nuevo blog.

20:12 Anotado en Blog | Permalink | Comentarios (3) | Tags: costumbres, hitos

viernes, 23 octubre 2009

Teléfono árabe

NV-IMP533.jpgUn juego que me gustaba de niño era el de pasar un mensaje secreto de oreja a oreja entre un grupo de niños y descubrir al final de la cadena lo que el último había entendido del primer mensaje. Salían cosas muy graciosas debido a la distorsión y el ruido. Ese juego se llama teléfono árabe en Francia, pero ya no sé cómo lo llamábamos en Colombia.

Recuerdo también un chiste parecido que relata cómo en un cuartel se envía un mensaje a los soldados a través de la jerarquía sobre un eclipse de sol que va a suceder y lo que recibe al final el último es algo muy gracioso. Es posible que esté colgado en alguna página web. A ver si lo encuentro.

¡Aquí está!: http://www.youtube.com/watch?v=rkQv4I_z53w

Ahora me he puesto a jugar con dos traductores automáticos famosos y gratuitos que existen en la Web. Puse un texto inicial en español que tiene varias ambigüedades y lo fui pasando de un idioma al otro para volver al español al cabo de varios saltos lingüísticos. El mensaje inicial era:

«La esposa limpia la casa. Vi al hombre con el telescopio. La chica ama al chico.»

En la primera frase tanto esposa como casa pueden ser sustantivo o verbo y limpia puede ser adjetivo o verbo. Hay dos interpretaciones posibles: una con limpia como verbo y otra con casa como verbo (menos lógica, claro está, pero plausible en un contexto determinado).

En la segunda frase la ambigüedad está en saber quién tiene el telescopio: la persona que observa o la persona que es vista.

La tercera frase no presenta problemas en español, pero sí puede serlo en otros idiomas donde el sujeto y el objeto no se distinguen gramaticalmente de la misma manera.

Pues bien, pasando las frases por Google Translate, un sistema de traducción automática de tipo estadístico, a través del ruso, francés, chino, inglés y árabe hasta volver al español me encuentro con esto:

«Mujer de la limpieza de la casa. Yo vi al hombre del telescopio. Las chicas como los chicos.»

Ahora, pasando las mismas frases iniciales por Altavista Babelfish, un sistema de traducción automática a base de reglas, el resultado final después de atravesar los idiomas inglés, alemán, francés y griego, vuelve al español de esta manera:

«La mujer limpia la casa. ¿J'? ¿ha visto l'? persona con el telescopio. Pequeño conforme en el muchacho.»

Conclusión: hay ambigüedades que viajan casi sin problemas de un idioma al otro, por ejemplo en el caso del telescopio, y otras que vuelven el mensaje incomprensible, por ejemplo la última frase que tanto a partir de «las chicas como los chicos» como de «pequeño conforme en el muchacho» no se puede adivinar que lo que decía al comienzo es que «la chica ama al chico». ¡Sigue pareciéndome divertido el jueguito!