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miércoles, 01 septiembre 2010

Pesadilla anónima

NV-IMP677.JPGDecidió borrar las huellas de su paso por el mundo antes de que el mundo lo hiciera por él. Suprimió todos sus blogs, todos sus sitios web, todas sus cuentas Facebook, Yahoo, Gmail y otros Hotmail. Devolvió todas sus tarjetas de crédito al banco. Regaló su PC. Cerró la cuentas telefónicas y destruyó sus teléfonos celulares. Paró todas las suscripciones de revistas y abonos de canales de televisión de pago. Paró todos los giros automáticos desde su cuenta bancaria. Se mudo de casa y no le avisó a nadie dónde vivía. Se dejó crecer la barba, se tiñó el pelo. Cambió de look, de carro, de banco y cerró las cuentas bancarias anteriores menos la más antigua donde le llegaba la pensión. Se deshizo de todos los aparatos electrodomésticos y detuvo la suscripción a la electricidad y al gas. Comenzó a cocinar en la chimenea de su nueva casa. Dejó de oír y leer noticias. Iba a sacar el dinero en efectivo al banco y se lo gastaba en lo estrictamente necesario para vivir sin llegar nunca a que le faltara nada. La cuenta del banco iba creciendo. Al cabo de un año de no hablar con nadie y de leer una cantidad increíble de libros que tenía en su biblioteca empezó a sentir que la vida era menos agitada, sin noticias de catástrofes diarias y se dio cuenta de que ahora estaba viviendo como cualquier habitante del planeta de hacía dos siglos. Fue entonces que recibió una carta recomendada anunciándole que habían descubierto que estaba muerto y que le suspenderían el pago de su pensión hasta que no demostrara que sí vivía normalmente como todo el mundo. Del susto se despertó de la pesadilla y se dio cuenta de que no era cierto, se levantó de la cama y prendió su PC.

18:33 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (1) | Tags: ficción, existencia

domingo, 22 agosto 2010

Otro punto de vista

NV-IMP672.JPGMe encanta sentir que soy yo quien lleva la batuta. ¡Cómo no! Hay música que me encanta, otra que odio y otra que me es indiferente. Me gusta sobre todo durante los festivales de verano al aire libre con un clima agradable, ni frío ni calor, viendo llegar la noche suavemente. Delante de una gran orquesta, con una bonita cantante a mi lado, los violines que bailan ante mí, los instrumentos de cuerda que van de maravilla con la voz humana, los instrumentos de percusión que dan ritmo al conjunto. Lo malo es que dependiendo del director puedo pasarla muy mal. Unos enérgicos me marean con tanto movimiento. A veces creo que voy a salir volando por los aires cuando pinchan desde lejos con fuerza a algún músico que debe entrar en un momento preciso de la pieza. Son verdaderas punzadas a distancia. Me asustan mucho. Otros parece que fueran a partirme los huesos con la fuerza con que me agarran las tripas. Los más suaves me dejan bailando en el aire como si estuviera flotando. Tengo la impresión de que soy yo quien dirige la orquesta que sea una pieza clásica, moderna, de jazz o de cualquier estilo. Estoy muy atenta a las instrucciones del director. Los hay impresionantes de energía y otros suaves y sutiles que dirigen como si tuvieran la orquesta en la punta de los dedos. No sé cómo voy a terminar mis días pues una batuta nueva y de calidad es muy apreciada por los directores, que sin ella no son nada, pero yo ya soy una pobre batuta que comienza a envejecer y un día de estos me van a quebrar o a perder.

11:37 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, narrador, música

miércoles, 31 marzo 2010

Dos en uno

NV-IMP630.JPGNo sabía qué tema tratar en su nueva novela: los celos, la obsesión por la muerte, la misteriosa conjunción de muerte, azar y destino, la locura, la falsedad, la ensoñación, la crueldad, el incesto, el desamor inevitable, el cálculo interesado o el amor a primera vista. En realidad se había quedado sin inspiración desde que un editor la descubrió de chiripa por un error en el metro: en lugar de llevarse su maletín, se levantó y se fue con el de Antonia. Al llegar a casa se encontró con una serie de manuscritos interesantes que leyó saltando de uno a otro, picando como una gallina. Por fortuna su teléfono estaba en uno de los papeles. La llamó para explicarle el error de maletín, para darse una cita e intercambiarlos y para decirle que había leído algunos de sus relatos, que a su juicio valía la pena publicar en alguna editorial. Antonia sobrevivió de chiripa al descenso a los infiernos del reconocimiento público pues se dio cuenta de que el anonimato era mucho más confortable pues era menos exigente y la gente espera siempre algo mejor de lo ya escrito como si se pudiera escalar el éxito hasta el infinito. Se decía que al llegar a la cima de una montaña no había más remedio que bajar de nuevo para escalar una más alta. Se encontraron en el bar El Centro, en las afueras de la ciudad, en el ombligo del mundo. Cuando la vio llegar se dio cuenta de que era ella por la foto que había visto en el maletín. «Hola, Antonia. Soy Antonia. ¡Qué coincidencia! Aquí tengo su maletín con los manuscritos. Gracias por traerme el mío», dijo ella. «No está mal lo que ha escrito. Tiene calidad», contestó la otra. «Lo mismo digo yo, pero es mejor que olvidemos este encuentro y que la suerte nos haya hecho chocar. Mejor no habernos conocido nunca», se levantó, dejó unas monedas para pagar la cuenta, cogió sus notas para la nueva novela, su maletín y se alejó para siempre.

13:34 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, ambigüedad, dobles