domingo, 10 enero 2010
Más cara (1)
Tenía patas de gallo y mucha labia. El disfraz le quedaba genial. Verla con las plumas de colores y sus patas que se hundían en la nieve daba risa. Nadie quería parar a recogerla, pero ella no perdía los ánimos pues el frío era intenso y el autobús estaba atrasado. No podía ir en su carro ya que el frío no lo había dejado arrancar. ¡Qué idea la de Patricia de haber organizado una fiesta de disfraz en enero con este invierno tan crudo! Como era su cumpleaños, no había otra fecha. Por una vez que el cumpleaños caía en sábado y sus amigos podrían ir. Un alma caritativa se apiadó del gallo que echaba dedo en el paradero del bus y se detuvo. Ni corta ni perezosa, Carmenza no esperó a que el conductor le preguntara para dónde iba. Abrió la puerta y se instaló cómodamente, aunque con el disfraz fuera difícil. El chófer era un joven que le parecía conocido.
«Si me deja cerca de Grand-Saconnex, le agradecería mucho, señor. El autobús no llega y me estoy muriendo de frío», dijo mientras se ponía el cinturón de seguridad. «Bueno, lo que yo quería era saber cómo se va a Ginebra. No hace mucho que vivo por aquí y con esta nieve, no reconozco el camino. ¿Cómo supo que hablo español?», contestó el joven. «Por la placa de su automóvil. Yo también soy de Madrid. Bueno, en realidad no soy de Madrid, pero vivo allí. Creo que nos conocemos, ¿no? Le muestro el camino. Siga derecho», dijo Carmenza. «Me llamo Antonio. Trabajo en la pescadería del supermercado. ¿Será ahí que me ha visto?», contestó. «Claro. Ya me decía yo que lo conocía. Esta mañana le compré pescado y aquí lo llevo preparado. ¿Se acuerda? Voy y vengo de Madrid según el trabajo que me salga. Tengo una fiesta de disfraz esta noche. Si quiere venir conmigo, no hay problema», explicó Carmenza sin parar de hablar.
Le contó en pocos minutos toda su vida como si fueran viejos amigos que no se habían visto hacía tiempo y quisiera ponerlo al corriente de todo lo sucedido en esos años. Las calles blancas, la nieve que caía sin parar y la circulación lenta hicieron el recorrido más largo. Antonio no entendía cómo una persona podía ser tan confiada en un desconocido. «Tengo que comprar un regalo para mi hermano que está de cumpleaños y quiero enviárselo por correo el lunes próximo. ¿Dónde queda Balexert?», explicó Antonio. «Ya es demasiado tarde. Aquí los almacenes cierran más temprano los sábados. No te queda más remedio que venir conmigo a la fiesta de disfraz. Te presto una capa y un antifaz que tengo en este bolso y listo», replicó Carmenza.
El joven no sabía muy bien qué hacer pero al fin se dejó convencer con tanta labia de su pasajera. Se estacionaron cerca de unos edificios altos de apartamentos. Se puso la capa y el antifaz que era en realidad una pañoleta negra con unos huecos para los ojos. El gorro con visera encima del antifaz lo hacían parecerse al Zorro de estilo moderno o juvenil. La nieve en las aceras les dificultaba el paso. Por fin llegaron a la entrada, tomaron el ascensor y subieron al penthouse. «¡Qué bueno el calor!», dijeron los dos. Al abrirles la puerta y entrar, se sintieron como en medio de un circo: payasos, cazadores, robots, animales, fantasmas, brujas y todo tipo de disfrazados se divertían bebiendo, comiendo y hablando.
domingo, 27 diciembre 2009
Ojos que no ven y paredes sordas
«¡Que bueno! Todos duermen y podemos charlar!», dijo la joven del cuadro más grande de la sala, una mujer desnuda con candongas rojas enormes. «Sí, lo malo de la Navidad es que se reúne la familia, los mayores por hablar se acuestan tardísimo, los pequeños se levantan temprano a jugar. Nos dejan pocas horas para divertirnos», refunfuñó el piano desperezándose. El árbol de Navidad, saliendo de su letargo, todavía encendido, se sacudía incómodo por sus adornos que se balanceaban como niños en un parque lleno de columpios. Un juego electrónico se quejaba de que sus nuevos dueños lo habían mareado de tanta manipulación. «Es nuestro destino. Al comienzo por la novedad no nos dejan un minuto tranquilos, pero con el tiempo terminamos abandonados en el fondo del cajón de los juguetes viejos», comentó. El viejo sofá que había vivido tantas navidades se quitaba con parsimonia y en silencio unas fastidiosas boronas de comida. «Estas fiestas son muy materialistas. Ya no tienen magia. Antes se creía en Papá Noel, el Niño Dios, en los Reyes Magos. Temíamos que el invierno terminara comiéndose al sol y el frío nos matara lentamente. El misterio de las estaciones se calmaba con supersticiones llegadas de tiempos prehistóricos. Hoy todo es consumo y gasto inútil», dijo un reloj de péndulo alto y viejo desde su rincón. De los cuadros se bajaron tres jóvenes que estaban en un bar bebiendo y hablando. De una caja de CD con la colección completa de obras de Mozart salió la imagen del gran músico y se sentó a tocar unos conciertos para piano. Unas mariposas de madera que antes colgaban del techo ahora revoloteaban por la pieza en compañía de un colorido tucán escapado de una totuma artesanal. El sofá debatía animadamente con el reloj diciendo que el cuento del Papá Noel, ese personaje extranjero a la familia, entrando por la chimenea cargado de regalos era una alegoría del subconsciente sexual de los humanos, que era como una fertilización, el mismo acto sexual. El reloj se reía y decía que no, que todo era religioso en la vida y que aún los ateos se aferraban a su racionalidad para soportar el peso del futuro incierto. De pronto una pared gritó: «¡Silencio! Alguien nos está espiando». Todos se petrificaron buscando al intruso. Un ratoncito aprovechó para atravesar corriendo hacia su cueva con un pedazo de queso sobreviviente de la cena. Un par de ojos miraban atónitos la escena desde la puerta de la sala. Eran de una niña de cuatro años que no podía dormir y se acababa de levantar. «¡Rápido! A sus puestos», ordenó la pared. Todos obedecieron. La normalidad volvió a llenar la habitación. La pequeña siguió su camino y fue a pedir agua a sus padres. «Menos mal que era ella. Aunque cuente lo que vio, nadie se lo creerá. A ver si llevamos a las paredes al ORL pues me parece que se están quedando sordas», dijo enfadado el piano y se durmió de un golpe.
08:00 Anotado en Juego de escritura | Permalink | Comentarios (3) | Tags: ficción, fantasía, navidad
sábado, 26 diciembre 2009
Encuentro fantástico (9)
Lo que sí hemos logrado averiguar, atando cabos sueltos e investigando cada uno por nuestro lado en nuestras respectivas familias, es que en realidad Alejandro y Ángela tienen grandes probabilidades de ser hermanos. No gemelos, pero sí hijos del mismo padre y de dos hermanas gemelas.
Resulta que José Alfredo, el padre de Alejandro, es decir el abuelo de Lucas, trabajó de joven como representante de productos médicos en toda la Costa Atlántica colombiana. En esa época estaba de novio de Isabel, la madre de Alejandro pero en sus viajes de negocios no perdía un momento para conquistar mujeres y dejar novias en cada ciudad donde pasaba. Había un tipo de mujer que lo volvía loco y el modelo perfecto era Isabel. Cuando conoció de casualidad a Teresa, la madre de Ángela en Barranquilla por allá en los años cincuenta, la encontró tan cercana a su modelo de belleza que se enamoró y la aventura fue más allá de la cuenta: su novia barranquillera quedó embarazada de Ángela. De regreso a Bogotá Isabel, la madre de Alejandro, le anunció que estaba embarazada, pero él no sabía que pasaba lo mismo en Barranquilla. José Alfredo al darse cuenta de la situación, lo obligó a que se casara inmediatamente con su hija y exigió a su nuevo yerno que empezara a trabajar con él en su empresa de transporte. En esta nueva situación dejó de viajar a la costa y nunca más supo de Teresa, su otra novia barranquillera. ¡Estas dos mujeres eran gemelas y huérfanas! Las habían adoptado familias diferentes y habían crecido sin conocerse.
Teresa, la madre de Ángela terminó muy mal pues la desaparición del padre de su hija la iba volviendo loca. Desde ese momento su vida cambió y de depresión en depresión, cayó en el alcoholismo y la prostitución. Fue en esas circunstancias que su amiga Mercedes se hizo cargo de Ángela. Teresa enfermó y murió en muy poco tiempo.
Habría mucho que contar, hasta para escribir una novela, pero no es mi intensión. Son hechos pasados que nuestra curiosidad nos ha llevado a descubrir pero que vamos a tratar de olvidar. Hay cosas más importantes en este momento.
Este domingo llegan nuestros padres y de pura coincidencia el invierno ha llegado a Europa y la está cubriendo de frío y nieve como hace siete años. ¡Vamos a destapar la olla, vamos a abrir la caja de Pandora! ¡Je, je! Cuando les contemos que estamos juntos, vivimos un triángulo amoroso y que estoy esperando un nene (de uno de los dos, pero no sé de cuál y no me importa), se van a desmayar. Bueno... ¡Ojalá no les dé un infarto!
-FIN-