miércoles, 01 octubre 2014
Día D
Hasta ahora no he sentido nada extraño. Se me hace raro, pero estoy contento. Ya veremos cómo organizo mi tiempo libre que será mucho. Espero dedicar una buena parte para escribir. De manera que, trataré de poner regularmente más notas en este blog.
Me he despertado temprano, aunque no tanto como ayer. Parece un día de vacaciones. La diferencia está en que tengo unas cinco o seis bolsas grandes llenas de papeles que me traje de la oficina y que tengo que clasificar tirando a la basura lo que no me sirva. No me quedó tiempo de hacerlo allá.
Anoche soñé con el coctel que he previsto mañana para decir adiós a mis colegas de trabajo. Son ritos de paso que es bueno realizar a lo largo de la existencia. No es obligatorio pero estoy seguro de que me dejará agradables recuerdos.
14:57 Anotado en Elucubraciones | Permalink | Comentarios (2) | Tags: tiempo, preparativos, jubilación
domingo, 07 septiembre 2014
Microrrelatos
- Tres minutos en brazos de un desconocido, sintiendo pecho contra pecho, mejilla contra mejilla y la respiración en el oído, dejándose llevar con los ojos cerrados, olvidados del mundo. Cuerpos en equilibrio, espíritus vagabundos. Un piano, unos violines, un bandoneón y una voz de terciopelo arrullando remolinos en el aire con los efluvios de la milonga. La eternidad concentrada en un tango.
- Estaba furiosa con el imán de la mezquita vecina a su casa porque predicaba barbaridades sobre las mujeres. Le oyó decir que las que no usaran velo irían al Yahannam, el infierno musulmán, donde serían colgadas de los cabellos, las que le contestaran mal a sus maridos serían colgadas de la lengua, las que no cubrieran su cuerpo serían colgadas de los senos y así sucesivamente por cualquier motivo absurdo. Decidió sublevarse saliendo a la calle muy bien pintada, con el cabello suelto, mirando lascivamente a los ojos a todos los hombres y andando desnuda para sentir sus senos al aire libre y el frotamiento de la piel sobre la piel. Así lo hizo, pero nadie se dio cuenta ya que se cubrió con un amplio burka negro de la cabeza a los pies que ni siquiera dejaba ver sus ojos. Lo disfruto imaginando que ese hiyab era transparente y ella, Lady Godiva.
- Julia quería leer microrrelatos pero no los encontraba o los que veía no le parecían merecer ese título. Lo que buscaba era el relato contundente que le quedara grabado en la cabeza durante varios días. Fue en ese instante que sintió la frase asesina que le envió Eva a la cabeza. Y colorín colorado esa herida superficial no ha sangrado.
- - ¿Supiste lo que pasó en Ucrania? - No, pero ni me lo cuentes que no me interesan todas esas guerras inútiles y lejanas. No creo que haya habido ni un minuto de paz absoluta en este planeta. Muerte por doquier: Siria, Palestina, Ucrania, Colombia, Malí, Iraq, Nigeria, Somalia… No puedo hacer nada contra ello. Me son indiferentes. ¡Que se maten todos! Ni me inmutan. - Bueno, era solo para contarte que un misil derribó un avión malasio con 298 pasajeros en Ucrania. Todos murieron. Uno de ellos es tu hermano.
- Pasaría cuatro años de juicio antes de repetir esa locura. Cuando por fin terminó el Mundial de Fútbol, después de festejar durante dos días la victoria alemana, decidió volver a casa. Abrió la puerta. Sintió un silencio, un frío y un vacío extraños e inexplicables. Nadie contestó a sus llamados. En la puerta del refrigerador había un mensaje explicativo: no me busques, me voy para siempre con tu rival, mi mejor amante.
- Cada vez que parábamos en un semáforo, ella aprovechaba para mirarse al espejo, arreglarse el peinado, acariciarse el cuello o maquillarse. Yo la miraba de reojo en silencio. No hablábamos. Disfruté de esos instantes hasta que en algún cruce nuestros caminos bifurcaron y no la vi más en mi retrovisor.
- Recuerdo que hacía frío pues tenía puesta mi gruesa chaqueta de invierno. Terminé de poner gasolina a mi carro y entré a pagar la cuenta. La pulposa morena que me atendió estaba de buen humor. Yo andaba distraído. Me hizo aterrizar preguntándome coqueta: ¿me lleva a esquiar? En un segundo me imaginé todo un fin de semana con ella en la montaña. «Claro que sí», le contesté. Soltó una carcajada, pagué y me fui a casa. No había sido en serio.
- Cuando me avisó sin preámbulos que me iba a abandonar, me tomó por sorpresa. Vivíamos juntos desde hacía tanto tiempo que parecía natural seguir así para siempre. Es cierto que lo he hecho sufrir con todos mis excesos sin oírle la mínima protesta. El que calla otorga, supongo. ¡Bah! Me he hecho a la idea. Ahora estoy viendo cómo reemplazarlo. Tengo que ser paciente pues mi cardiólogo me dice que la lista de espera es larga para los trasplantes de corazón.
- Uno de los mensajes electrónicos más extraños y enigmáticos que he recibido en la vida me llego hace varios años. El remitente tenía un nombre que me pareció conocido. Me decía: ¿Eres el mismo Nelson que vivió de niño en el barrio Interlaken de Ibagué en la calle donde había dos palmeras y tenías un hermano llamado Camilo? Yo era vecino de ustedes y a menudo jugábamos juntos. Le contesté: Claro que sí. Recuerdo a tu hermano y a tus padres, pero a mí me contaron que tú habías muerto en un accidente aéreo. Nunca me llegó su respuesta.
- Acabo de regresar del cementerio donde la enterramos rodeada de un muy reducido grupo de amigos y familiares. En estos últimos años la veía muy poco. De pronto aparecía regresando de un viaje o preparando el siguiente. Todos creíamos que llevaba una vida normal de aventurera. Claro que desde su tercer divorcio su comportamiento empezó a cambiar lentamente. Vi su evolución por saltos cada cinco o diez años. Su vida parecía una montaña rusa social con sus altos y bajos. A veces la encontraba rica y exitosa, en otras estaba muy pobre y deprimida víctima de la suerte aleatoria que le había tocado o que había buscado. Sin que nadie lo supiera su casa se había convertido en una verdadera leonera llena de objetos inútiles acumulados durante años, en un desorden indescriptible y totalmente insalubre. Fuera de casa parecía una persona común y corriente. Supimos demasiado tarde que sufría del síndrome del acaparador compulsivo que le ocasionó la muerte pues un incendio accidental arrasó con todos sus recuerdos y las cosas que no se atrevía a tirar a la basura. De polvo eres y en polvo te convertirás, dice su epitafio.
- Llevaban varios meses en amoríos virtuales por la Internet. Sus fantasías sexuales tendrían que realizarse irremediablemente algún día. Ella tomó la iniciativa fijando la cita en un bar del centro para convertir el cibernoviazgo en realidad. ¡Ya estaba bien de tanto mensaje escrito! Su cuerpo le pedía besos reales, tomarse de las manos de su ciberpríncipe azul para mirarse a los ojos profundamente enamorada. Las señas supergastadas de la flor en la solapa y del sombrero de plumas fueron eficaces. Se reconocieron a pesar de no coincidir sus rostros con las fotos falsas que habían puesto en el perfil de Facebook. Se dieron cuenta de que a pesar de que, ante los ojos de cualquiera, eran una pareja de cibernovios muy feos, ellos se habían conocido primero por dentro y sus interiores eran muchísimo mejor que las apariencias superficiales engañosas.
- ¡Ah!, la juventud. Estaba con mi esposa esperando unos kebabs en un puesto callejero frente a una estación de gasolina. El vendedor y dos clientes o amigos más que lo acompañaban éramos los únicos cerca de la cocina ambulante. Me parece que ninguno de los tres tenía más de 25 años. En eso se oyó un ruido muy fuerte al otro lado de la calle, en la gasolinera. Al mismo tiempo una joven de unos 18 años se bajaba de su auto llamando por teléfono. El ventero exclamó: se le pinchó un neumático. Sus dos compañeros volaron a socorrer a la muchacha. Mientras la ayudaban a cambiar la rueda, nos reíamos pensando que si el accidentado hubiera sido una mujer mucho mayor o un hombre de cualquier edad no se hubieran molestado en ir a ayudar.
10:27 Anotado en Cuentos | Permalink | Comentarios (0) | Tags: ficción, microrrelato
domingo, 31 agosto 2014
24 de junio de 1978
Era el día soñado. Tras los controles de aduana del aeropuerto El Dorado de Bogotá, volteé a mirar para despedirme de un numeroso grupo de manos de familiares y amigos que decían adiós. Con casi 24 años me sentía maduro y listo para enfrentarme a lo desconocido. Era el viaje más lejano y más largo de mi corta existencia.
En un avión colombiano con azafatas «sin acento» prolongaba mis lazos nacionales invisibles. Se oían entonaciones exóticas en bocas de españoles de vacaciones a su patria y latinoamericanos de turismo a Europa.
El espacio entre las hileras de sillas era más grande que ahora. Había una gran pantalla de cine pero tocaba alquilar audífonos. Como no iba lleno, durante la noche con suerte se podía dormir acostado en varias sillas.
Las escalas fueron largas. En Caracas caminé varias veces el aeropuerto de un extremo al otro. En Puerto Rico, metidos en una salita sin tiendas con un policía en la puerta vigilando que nadie se escapara pero con bebidas y sándwiches gratuitos, la espera fue interminable. Madrid era el último contacto con gente hispanohablante. Yo llevaba dólares. Creo que no cambié dinero y bebí agua mientras nos llamaban de nuevo a abordar la nave. Las seis horas de diferencia me tenían perturbado.
Para el último trayecto, casi todos se habían bajado en España y pocos nuevos subieron. Estaba yo muy concentrado llenado los documentos de inmigración cuando un joven se acercó sonriendo mostrándome su pasaporte. No decía nada. Por fin comprendí que pedía ayuda para llenarlos. Era un mauritano con pasaporte en árabe y francés difícil de entender. Escribí lo que pude. Quizás era analfabeto.
Por la ventanilla yo escudriñaba el continente europeo esperando ver más ciudades que campo, dada la alta densidad de la población, pero no, todo era verde. No sé si logré ver París antes del aterrizaje en Charles de Gaulle y el encuentro con Francia. Llevaba un equipaje de mano de diez kilos y una gran maleta de veinte en la bodega. No tenían ruedas, pero con una pequeña carretilla metálica que compré cargué todas mis pertenencias. Al salir del avión me acerqué a un puesto de información para estrenar la primera frase en francés. La encargada contestó en español mostrando el camino.
Todo era nuevo y extraordinario: los días largos del verano con luz del día hasta casi medianoche, avisos con palabras recientemente aprendidas, el acento difícil de entender, el metro y sus olores característicos, la comida, la gente, la Torre Eiffel (primer lugar turístico que visité para convencerme de que no era un sueño), el ambiente y moda.
Fue una avalancha de impresiones. Recuerdos ahora tan lejanos y borrosos. Éramos cuatro afortunados becarios del Gobierno Francés escogidos ese año. Me tocaba pasar el verano en Grenoble estudiando francés y después empezar un postgrado en esa misma ciudad. La idea era volver al cabo de tres años con un doctorado en informática. ¡Quién iba a pensar que me quedaría a vivir aquí desde ese día!
19:39 Anotado en Elucubraciones, Viajes | Permalink | Comentarios (1) | Tags: memoria, destino, tiempo